En la última vereda devastada
arden las últimas tablas de madera
que un día fueron casa, hogar, cobijo,
dispersas cortinas de humo
elevan hacía el cielo
los nombres de Pedro, Manuel,
Carlota, José, Antonia, Abel,
Luisa, María, Roberto, Gabriel,
Después de jugar con ellos
como si fueran
la cola de una cometa sin rumbo,
el viento,
como un niño travieso,
los fragmenta
y los lleva por los vagos pasillos de la memoria
rumbo al territorio infinito del silencio.
A: JM Kintana.