Amérika en el Jardín de Freud


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Para nadie es desconocido que el Jardín de Freud es un punto de encuentro en la Universidad Nacional de Colombia, no sólo de estudiantes, sino también de volátiles esencias y de imágenes psicodélicas que giran alrededor de Amérika, una escultura de piedra colocada entre equinoccios y solsticios.

Hace veinticinco años, tres quijotes estudiantes de Bellas Artes recuperaron las olvidadas moles de piedra, y con cinceles, masetas y herramientas adaptadas para tan colosal trabajo, les otorgaron forma, equilibrio, sentimiento y orientación. Así, con la fuerza de la imaginación, de los martillos hidráulicos y de las grúas, se concretó Amérika. Esta escultura a lo largo de los años ha sido pisoteada, recorrida, pintada, manoseada y encumbrada para ver la rana que está en su cúspide, y desde allí poder vislumbrar las facultades de Medicina, Odontología, Ciencias Humanas, Sociología, Derecho y Veterinaria. Amérika marcó el nacimiento de un gran número de obras ligadas a una identidad milenaria y a un antepasado del arte indígena precolombino.

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Amérika es símbolo de sexualidad y pluralismo, razón por la cual, tal vez, como casi todo en la Universidad Nacional, fue la causante de diversas protestas, las cuales fueron lanzadas contra los artistas, mientras elaboraban la obra, en forma de botellas y silbidos. Una vez más el descubrimiento o inauguración de Amérika generaba controversias; algunos no entendían cómo podía levantarse una escultura para invadir un espacio que los estudiantes consideraban propio. Con el tiempo lograron entenderla, incluso pidieron disculpas. Otros pensaron que era un homenaje a los “tirapiedra”. Hoy los nuevos espectadores no se inmutan ante su presencia y, se comprende, no conocen su historia. Nosotros mismos no la conocíamos, cuatro años caminando a sus pies sin saber de ella. Sin embargo, Amérika no podía estar callada por mucho más tiempo. Un pequeño grupo de curiosos la escalamos, la atravesamos, investigamos y, al fin, la comprendimos. Nos pusimos a la tarea de encontrar los artífices de Amérika, sondeando pistas en catálogos, páginas de Internet, conversaciones con amigos, recorridos alrededor de la escultura, para encontrar finalmente los nombres de los colosos escultores: Manolo Colmenares, José Manuel Patiño y Gabriel Quiñones.

Con Manolo Colmenares el contacto fue fácil, una amistad de muchos años nos abrió las puertas de su estudio en Suba. Allí, en un ambiente de puro arte -entre pinturas, grabados, acuarelas, esculturas y su taller de fundición- nos contó su versión y protagonismo en la realización de Amérika. A José Manuel Patiño lo localizamos por su página web, ahí pudimos observar lo maravilloso de sus dibujos, y en nuestro encuentro pudimos saber que la talla escultórica ha sido de su mayor interés en la técnica artística; cuando joven solía tallar madera y siempre quiso, junto con su padre, comprar una volqueta y hacer una escultura en la Guajira. Por último, a Gabriel Quiñones fue posible contactarlo gracias a una persona cercana quien lo conoce y admira muchísimo. Encontramos en Gabriel dos facetas: la del hombre crítico y analítico, que no traga entero, y la de un humanista romántico lleno de amor por la vida, por la esencia misma del hombre y por la defensa de sus ideales.

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La sensación que dejó en nosotros el encuentro con estos tres artistas se puede resumir en pocas palabras: “Apasionante regresión hacia el legado y la ideología de la Universidad Nacional de Colombia”. Nuestros invitados conmemoran con nostalgia aquellos tiempos cuando la universidad era un espacio muchísimo más abierto de búsqueda de conocimiento, donde no había limites entre la psicología, las artes plásticas, la arquitectura o la ingeniería; un espacio para fomentar una simbiosis humana donde se intercambiaban las fuentes y las influencias intelectuales para nutrirse de los grandes pensadores de todas las épocas, lo que permitía un campo de discusión real, abierto y para todos, un lugar para confrontar ideas, disfrutando de los espacios que abría la universidad. En medio de esta nostalgia nos contaron la historia de Amérika, obra escultórica que dejaría huella en las generaciones venideras de la comunidad universitaria que, sin conocer sus autores, la disfrutarían de igual manera ya fuera desde una apreciación estética, un encuentro fortuito, un momento de descanso o una mirada pasajera, quedando en su inconsciente como símbolo de reconocimiento con la universidad.

El nacimiento de la Amérika de piedra, una inspiración ancestral

El encaje, el engranaje, la unión de las piedras que constituyen Amérika semejan, simulan el equilibrado y complicado proceso en el que se reunieron tres mentalidades distintas, para generar una obra colectiva. Cómo menciona José Manuel: “yo era el técnico”, Manolo era la fuerza emocional, la fuerza positiva y Gabriel era el de la actitud política y reflexiva. José Manuel siempre sirvió como negociador entre Gabriel y Manolo quienes usualmente disociaban.

En 1984, tres artistas plásticos estaban terminando su carrera en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Nacional. Cada uno planeaba trabajar una técnica y una temática diferente en su trabajo de grado, sin embargo, por unas piedras olvidadas en la Facultad de Bellas Artes, se reunieron para elaborar una sola obra, y a pesar de que en la facultad muchas esculturas de piedra fueron abandonadas luego de iniciadas, estos artistas se arriesgaron a superar el miedo a trabajar la dureza y majestuosidad de la piedra.

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Comenzaron a planificar el diseño y la composición de la escultura a partir de simbolismos propios del arte prehispánico como los dualismos: la muerte y la vida, la mujer y el hombre, el cuerpo y el espíritu. Así mismo, utilizaron otros símbolos representativos de las culturas indígenas: la rana y los astros como la luna y el sol. La escultura se hizo pensando en la recuperación de nuestra identidad cultural y de todo el valor intrínseco, estético y técnico de culturas tan importantes, por ejemplo, la mal llamada cultura agustiniana, la Muisca, la Calima y en general las culturas indígenas de este continente.

Inicio de la obra y ubicación de Amérika

Según Gabriel Quiñones, las piedras se comenzaron a trabajar sin autorización hasta cuando la obra tomaba ya forma, momento en el cual se concedió el permiso para terminar el trabajo. Una vez presentaron este trabajo como tesis, en papel y diapositivas, la Universidad le confirió el título de laureado. Este reconocimiento honorífico, ante los maestros de la Facultad y la Universidad, impulsó la elaboración y terminación de la escultura. Manolo, José Manuel y Gabriel comenzaron a planificar el sitio donde iban a trabajar y donde quedaría instalada la escultura. Los tres artistas, que no tenían claro a donde iría a parar ese sin igual montón de piedras, exploraron todos los rincones posibles para su ubicación. Fueron varios los sitios que rondaron sus mentes, por ejemplo: la parte de atrás de Ingeniería, el espacio frente a la capilla, etc., pero ninguno tan especial como el Jardín de Freud. Ya antes de que Amérika fuera instalada en este lugar, el Jardín de Freud representaba pluralidad, éste era el sitio preferido por muchos estudiantes, al igual que hoy, para descansar de la monotonía universitaria, o darse un nuevo aire. En palabras de Manolo: “después de recorrer toda la ciudad universitaria y consultar con planeación de la universidad, escogimos el Jardín de Freud, porque es un punto de encuentro permanente de artistas y de toda la gente de la universidad, y no sólo de la marihuana y la rumba, sino de conceptos de vida. Y creo que sigue siendo el espacio ideal.”

Convirtiendo las piedras en ideas: equilibrio, sombras astrales y el cometa Halley

La ejecución de la obra comenzó en 1984, coincidió con el cierre histórico de un año de la Universidad Nacional. Este suceso perjudicó a toda la comunidad universitaria, pero benefició a este grupo de artistas porque podían trabajar de una forma más cómoda y sabrosa. Tenían a su disposición cuanto espacio necesitaran, sin que los molestaran.

Muchas personas apoyaron el desarrollo de la difícil tarea que tenían por delante, puesto que la talla en piedra es un trabajo que requiere de bastante fuerza. Las herramientas de trabajo, en un inicio, fueron cinceles y macetas, las cuáles serían destinadas para un trabajo artístico pesado y fatigoso. Más tarde adaptaron herramientas remachadoras y las convirtieron en martillos neumáticos que facilitaron el trabajo.

Sin embargo, este esfuerzo al final fue recompensado con su inauguración, con su tesis laureada y sobre todo con la marca y la huella que ha dejado para siempre en la universidad, marca que ha quedado grabada en muchas de las generaciones de estudiantes de la Universidad Nacional como símbolo de uno de los lugares más emblemáticos del campus: el Jardín de Freud. El maestro Manolo Colmenares reconoce este gran esfuerzo con satisfacción, sin embargo, dice riéndose que no quedó con ganas de volver a trabajar en piedra.

Estos artistas sortearon numerosos obstáculos: las dificultades para financiar la construcción de la escultura, el conflictivo ambiente social y político de la Universidad, ya que luego de los sucesos del 16 de mayo de 1984 ésta fue cerrada por un año. Les tocó aguantar hambre, enfermarse, tragar polvo. “Hicimos esa escultura con las uñas. Lo bonito de la “Nacho” es que la escolaridad depende de uno, lo bueno es que en ese entonces teníamos mucho tiempo para pensar”, menciona José Manuel.

Las piedras, con un peso aproximado de veinte toneladas, fueron trabajadas independientemente y nunca estuvo la pieza armada sino hasta el último día, cuando gracias a la ayuda de dos grúas lograron ubicar cada piedra es su lugar. No obstante, señala José Manuel: “La instalación de las piedras para formar la escultura fue como un parto, no podíamos hacer varios ensayos en la colocación de las piedras, pues éstas se podían desportillar”. Hubo mucha especulación sobre la estabilidad de la escultura, se decía que no se iba a sostener, que no tenía el equilibrio suficiente. Con base en dos maquetas, que se ensamblaron a escala, pudieron determinar los puntos de equilibrio y de peso.

Además del ensamble cuidadoso de las piezas, luego de experimentos con bombillos, lograron hacer un interesante juego de sombras y orientar la escultura según los equinoccios y los solsticios ; el día del equinoccio, un rayo de luz entra por un punto de la escultura e ilumina un espermatozoide tallado en una de las piedras, dándole vida a la escultura. Hay que tener presente que, aunque así funcionó por algún tiempo, hoy tal vez no podamos ver revivir al espermatozoide con la luz del sol, ya sea por causas naturales, un día nublado, o por el barro que se encuentra en el orificio, lo cual impide el paso de la luz.

En 1986, año de terminación de la escultura, volvió a hacer su aparición, después de 75 años, el cometa Halley, evento tan importante que también quedó representado en esta obra de arte. Fue como si el firmamento mismo le diera la bienvenida. En ese año también nació Amérika, la hija del maestro Colmenares, quien fue bautizada con tal nombre en honor al trabajo de su padre.

Su legado, recuperación de las raíces culturales indígenas

Amérika tenía, entonces, otra misión diferente a la de deleitar a los inquietos estudiantes de la Universidad Nacional. Debía recuperar la identidad cultural indígena de todos aquellos que nos consideramos hijos de esta tierra. En esa época existía cierto deseo de recobrar identidades pasadas; sin embargo, el reconocimiento de las raíces indígenas avergonzaba a muchos. Manolo dijo que ser indio daba pena, nuestra cultura lo condenaba y lo sigue condenando hoy. Un claro ejemplo de ello es el letrero en los buses que dice: “No sea indio, timbre sólo una vez”. El indio era tratado peyorativamente. Amérika representa una voz de protesta contra tanta discriminación y ultraje. En palabras de Gabriel, la obra se caracteriza por transmitir la lucha por la identidad indígena y repensar la historia de América recurriendo a las raíces incas, aztecas y chibchas, representando esta trascendencia directamente en la piedra, la cual es un elemento ancestral y natural.

Los maestros José Manuel Patiño, Gabriel Quiñones y Manolo Colmenares son escultores que hacen sentir orgullosos a los colombianos, porque no solamente llevan el arte en las venas, sino también la patria. La patria que llevan en la sangre es la América ancestral, la Amerindia, la América con K, y esa motivación los ha llevado a hacer de su arte algo público, a denunciar el genocidio indígena ya por todos olvidado.

Ahora queda claro que Amérika no constituye una alusión al inconsciente y que el Jardín de Freud no recibe su nombre por ella, como se repite a los nuevos estudiantes de la Universidad Nacional semestre tras semestre en la semana de inducción. Amérika recibe su nombre por este continente cargado de ancestrales simbolismos y por la esperanza de llegar a ser una tierra de promisión y de justicia social.

Esperamos que Amérika logre renacer en sus mentes, que la visiten, la escalen y la compartan. Al fin y al cabo esa era la intención de sus creadores: que su obra estuviera al alcance de cualquier persona sin importar su estrato o rol social, que cualquiera pudiera sentirla, recrearla y manifestarla, que fuera un verdadero y único lenguaje universal, un instrumento para trascender.

Queremos reiterar nuestro compromiso de rendir homenaje a éstos tres artistas y a su obra, manifestando también nuestro deseo de ver relucir a Amérika como en sus primeros días, la piedra tallada limpia e iluminada. Consideramos que la comunidad de la Universidad Nacional y todos aquellos que nos visiten, deben tener presente su historia y los protagonistas de ella.

A los pies de Amérika muchos han pasado sus tardes, se han resguardado del sol y han compartido momentos inolvidables con libros, volátiles esencias y amigos; tal vez exageramos, y ellos ya olvidaron esos momentos, pero lo que no deben olvidar es toda la majestuosidad cultural indígena de América, en la cual se inspiraron estos artistas para hacer esta obra.

Artes plásticas- Amérika en el Jardín de Freud (Versión PDF)

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Amérika en el Jardín de Freud
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