La censura cinematográfica en Colombia
El cine, como cualquier expresión artística, se halla sujeto a procesos de censura. El séptimo arte cuenta con la particularidad de llegar a un número considerable de personas en poco tiempo, aturdiéndolas menos que la televisión. Un buen director será capaz de transmitir un mensaje contundente, a través de la imagen y la música: este puede llegar a constituirse en una amenaza para ciertos valores y modos de vida impuestos.
El caso de la ciudad de Medellín resulta bastante diciente. Ya desde la década de los veinte, cuando el cine hacía una tímida aparición cómo una opción de entretenimiento, se alzaron las voces para que a los niños y mujeres, públicos supuestamente impresionables, se les vedara la asistencia a películas que les mostraran. «la realidad del mundo, sus pecados y pecadores» (Arboleda y Osorio, 2003). La preservación de la dominante moral masculina era el objetivo principal. Sin embargo, quizás los hombres también deseaban alejar a las damas de las salas para evitar la engorrosa lucha con sus sombreros y faldas en busca de un asiento. (Arboleda y Osorio, p. 2003)
En 1933 se aprobaron las primeras leyes dirigidas a regular la producción y exhibición de material que se pudiera considerar obsceno, de acuerdo con la Convención Internacional de Ginebra que se había suscrito internacionalmente en ¡1923! Las producciones cinematográficas nacionales eran por entonces todavía muy escasas. En los años cuarenta, se nombraron juntas regionales que actuaban con autonomía al respecto. No obstante, la Iglesia Católica mantenía una posición tajante al respecto.
En 1938 se consolidaron las Ligas de la Moralidad, que junto a la recién creada Sociedad Industrial Cinematográfica manejaba el funcionamiento de numerosas salas que presentaban el denominado «cine moral», acorde con los valores de la moral cristiana. Entre los años de 1942 y 1947, particularmente, la Acción Católica Colombiana reguló las exhibiciones de cine a través de diferentes publicaciones. (Cáceres, 2011)
Fue de nuevo en la capital de la montaña, en 1947, que la censura se tomó los púlpitos: el arzobispo de la ciudad ordenó que durante la eucaristía de cada domingo, se leyera la censura moral de películas, un panfleto elaborado por la Acción Católica. Allí, las películas se catalogaban bajo las etiquetas de «buenas», «peligrosas» «malas» y «prohibidas». Dichas prohibiciones se escudaban tras razones de índole moral: el impacto que pudieran tener temas como la sexualidad implícita y la violencia en las solícitas almas de los devotos. (Cáceres, 2011)
La censura fue una de las características más palpables lo que se conoce como la dictadura militar del general Gustavo Rojas Pinilla que tuvo lugar entre 1953 y 1957. A casos ostensibles como el cierre de los periódicos El Tiempo y El Espectador (que retomaron actividades bajo los nombres de Intermedio y El Independiente, respectivamente), se sumó el de la censura cinematográfica en un momento en el que había contenidos más abundantes y censurables.
La Ley 83 de 1946 había establecido el cine cómo uno de los principales factores de influencia en la delincuencia juvenil, por lo que los menores de 16 años tenían restringida la entrada a películas que no fueran recreativas ó educativas. La censura además impedía la llegada de películas nuevas a los teatros, por lo que eran frecuentes las quejas sobre la deplorable calidad de la oferta cinematográfica, compuesta por películas filmadas ¡hacía más de veinte años!
Durante el mismo gobierno se aprobó la Ley 197 que acogía bajo la denominación de «Junta de Clasificación» a todas las juntas que existían anteriormente. Se tomó dicha medida con el fin de afrontar lo que se consideraba el grave problema moral que agobiaba la nación: la violencia. Así, se pedía que en la junta coincidieran expertos en criminalística, representantes del clero, artistas y conocedores de los procesos de educación en Colombia. (Martínez, 1978)
Las críticas no se hicieron esperar. Hernando Valencia Goelkel, por ejemplo, hizo eco de su opinión en la revista Cromos: la censura no representaba sino una «mutilación de la inteligencia» y una «represión de la libertad». Jorge Gaitán Durán, por su parte, arremetió contra la errada concepción de una violencia generada por influencia del fenómeno cinematográfico: una postura que demostraba que la relación entre cine y espectador no se analizaba dentro del contexto social. (Martínez, 1978)
Durante los años sesenta, los distribuidores tuvieron que seguir recurriendo a distintas estratagemas para evadir la censura. Se aprovechaban del morbo y el deseo que generan la prohibición y anunciaban el veto en los carteles. Así se podían lanzar películas con nombres tan sugerentes como «Lujuria tropical». Los cinéfilos colombianos seguían quejándose de la pobre calidad de las películas que la Junta permitía exhibir. (Martínez, 1978)
Para finales de esta época, sin embargo, empezaron a surgir propuestas de cine social en el país, u otros de trasfondo político, sin llegar a constituir denuncias serias en la mayor parte de los casos. Tampoco llegaban a presentar soluciones a las problemáticas sociales que se habían evidenciado en todos los campos de la expresión artística, gracias a los eventos convulsos de mayo del 68 y la Revolución Cubana. (Osorio, 2001)
La Ley 1935 de 1970 reguló las funciones del Cómite de Clasificación de Películas. Éstas se clasificaron en cuatro tipos: niños, mayores de doce años, mayores de dieciocho años y prohibidas. Los filmes vetados eran aquellos que incitaban a la violencia, el crimen y la sedición. (Suárez y Uribe, 1988). Las juntas de censura, compuestas en su mayor parte, por acaudaladas matronas y hombres de edad se caracterizaban por su mojigatería, dejando pasar muchos filmes violentos pero obligando a cortar películas que mostraran de manera sugerente las curvas de una mujer. (Álvarez, 1989)
La posición de la Iglesia, por su parte, se había moderado un tanto, pero seguía insistiendo en la autorregulación de los directores y productores, y la necesidad de estar alerta frente a «las numerosas películas atentatorias contra los valores y principios de la moral cristiana». (Iglesia Católica, 1974) En 1974 se publicó una carta, bajo el título Pornografía, que iba a ser remitida a Presidencia, asegurando que producciones cinematográficas cargadas de contenido erótico (?) influían en la desintegración moral de la nación.
El principal censor durante los años ochenta fue FOCINE, iniciativa estatal encaminada a promover la realización de largo y cortometrajes de calidad. Si bien el número de producciones realizadas en suelo nacional se incrementó en número, surgieron problemas respecto a las temáticas que trataban dichas películas: la violencia política, entre otros, fueron sutilmente vetados, bien negando apoyo financiero a los guiones o limitando la exhibición de los filmes. (Osorio, 2001)
Sin embargo, durante esta década se desarrollaron propuestas interesantes sobre temas de la convulsa realidad colombiana reciente. Se destaca sobre todo el cine desarrollado alrededor del tema de la violencia política de los años cincuenta y sesenta: películas cómo Cóndores no entierran todos los días, Los días del miedo y Canaguaro, puestas en escena de calidad, donde dicho problema se convierte en centro de la trama y deja de ser trasfondo. (Sánchez Méndez, 1987)
La censura, incluso en el nuevo siglo se halla presente, en tanto se considera que escenas de sexo explícito son inaceptables en los circuitos comerciales de exhibición. Películas como Shortbus y Lucía y el sexo son tildadas de pornográficas, aún cuando el sexo no constituye en modo alguno el centro de la historia, sino un elemento adicional, que aún se considera lesivo para los espectadores adultos. (Villamarín, 2007)
La clasificación cinematográfica, eufemismo que se ha aplicado a la verdadera censura, ha sido siempre un ejercicio de doble moral, en el que participan miembros prestantes de la sociedad, que se consideran idóneos para decidir qué deben y no deben ver los demás. Así, ya desde los comienzos de la llegada del cine al país, se reconoció su poder educativo/lesivo debido a su facilidad para transmitir mensajes y la gran aceptación de la que gozaba.
Constituía, por tanto, una amenaza a los valores establecidos en la sociedad colombiana, caracterizada desde siempre por su patriarcalismo y la preponderancia de los valores católicos. Con el tiempo, mientras la Iglesia Católica perdía su influencia, la censura era una mezcla de temor al pasado reciente y la politización del discurso cinematográfico. Hoy en día, el espectador colombiano tiene acceso, por medio de los circuitos legalmente constituidos y los contenidos compartidos en Internet, a una gama casi interminable de películas que abordan todas las temáticas concebibles.
No obstante, en años recientes la industria cinematográfica nacional ha experimentado una suerte de florecimiento, y se cuentan entre sus producciones documentales de denuncia social y otros que se esfuerzan por mostrar la riqueza cultural del país. Una película como Pequeñas voces (Carrillo, 2011), exploran el tema del conflicto colombiano acudiendo a técnicas de animación que representan, además, un adelanto técnico para el séptimo arte local.
Cómo se pudo ver, la censura ha respondido siempre a los intereses de diversos sectores y a razones diversas. De la incomodidad que representaban los sombreros de las damas, al dolor reciente generado por un conflicto sociopolítico que aún no termina, la censura pone en evidencia la doble moral de la sociedad: ocultar las curvas de una mujer, mientras se exalta a diario, por todos los medios de comunicación, la violencia y la degradación social.
Bibliografía
• Arboleda, V, Osorio D. (2003). La presencia de la mujer en el cine colombiano. Bogotá: Ministerio de Cultura.
• Álvarez, C. (1989). Sobre cine colombiano y latinoamericano. Bogotá: Centro Editorial, Universidad Nacional de Colombia.
• Cáceres Mateus, S. A. (2011). El cine moral y la censura, un medio empleado por la Acción Católica Colombiana 1934 – 1942. Anuario de Historia Regional y de las Fronteras, 16(1).
• Suárez Melo, M., Uribe Villaquirán, P., & Colombia. (1988). Legislación del cine en Colombia. Bogotá, Colombia: Cámara de Comercio de Bogotá.
• Martínez Pardo, H. (1978). Historia del cine colombiano. Bogotá: Librería y Editorial América Latina.
• Sánchez, I. (1987). Cine de la violencia. Bogotá: Centro Editorial, Universidad Nacional de Colombia.
• Villamarín, P. (2007, septiembre 30). El sexo explícito pone en aprietos a los exhibidores y la censura. El Tiempo. Bogotá, D.C.