Chicha, dicha y desdicha


Inundada la tierra de maíz, llega la hora de la cosecha para coger el fruto dorado y convertirlo en arepas, mazamorra y chicha.

A todos los habitantes prehispánicos se les denominan los hombres del maíz, porque sus hábitos alimenticios giraron en torno de esta gramínea Americana Piracá obediente espero y tiempo después cuando volvió encontró en el sitio de la siembra, en lugar de oro, una planta de cuyo tallo brotan largas y flexibles hojas, con un penacho como una barba y colgando pequeñas pepitas doradas. Perplejo el indio, vio de nuevo el resplandor del que surgió Bochica diciéndole que aquellas pepitas, los granos dorados del maíz, serían su alimento y que se reproducirían sembrándolas en la tierra como el sembró las pepitas de oro. Desde entonces el atiba alimentó a todos los hijos de Bachué.

Los Muiscas denominaron al maíz Atiba, el “Pan de los Indios”. Cuenta la leyenda que Piracá tenía una numerosa familia hambrienta a quien mantener y hubo una época que los animales y las plantas parecían exiguos. Salio a conseguir alimento a tierras lejanas y llevó consigo unas hermosas mantas

tejidas de algodón. Logró permutar las mantas por conejos y por unas finas pepitas de oro. Este  trueque lo realizaba de continuo y de cada viaje guardaba algunas pepitas en una bolsa que enterraba en la tierra. Un día fue a recoger la bolsa y se le apareció un gran resplandor del que salió el Dios Bochica.

Las pepitas de oro las tomó esta deidad y las enterró una por una y luego las cubrió de tierra. Le advirtió a Piracá que después de unas lunas podía volver a este sitio y encontrar el fruto del oro.

La bebida milenaria del maíz es la chicha, que ha tenido su dicha y desdicha. Dicha en los tiempos del peregrinaje a Sugamox a rendirle culto al sol, en la ceremonia de coronación de los Zipas y los Zaques en la laguna de Guatavita y en las fiestas de Chía cuando la luna llena plateaba con sus rayos el rio Funza. Desdicha desde la aparición de los hombres profetizados por Bochica, con la cara llena de pelo como el sol y los ojos del color de los maizales. La chicha fue alimento, magia en las ancestrales ceremonias y junto con el yagé, la coca y otras plantas alucinógenas, medicina para calmar los dolores.

Me imagino a los sedientos españoles tomando totumadas de chicha, para calmar el ansia del cuerpo y mitigar con la borrachera la ambición por el oro. Del mismo modo creo en las tremendas borracheras con chicha, que junto con música de chirimías, quenas y tambores y alucinados por la coca, homenajeaban a Nencatoca, el representante Chibcha de la embriaguez como fue el dios romano Baco o Dioniso en la mitología griega.

La chicha siempre ha despertado polémicas, la han tratado de insana, despectivamente como bebida de indios y solamente en los últimos años ha tenido una reivindicación.

José Manuel Groot, en su “Historia Eclesiástica de Nueva Granada” (1869), habla de un auto que se publicó hacia 1659, en Santa Fe, por parte del Presidente Manrique, en el que se prohibía la producción, venta y consumo de la chicha.

En este gobierno decía el presidente que no solo los indios, negros, mulatos, mestizos usaban aquella perniciosa bebida sino hasta algunos españoles. Bebiendo desmedidamente y tan fuerte y contrario a la salud, produciéndoles fiebres malignas que ocasionan dolores de costado, tabardillos y otros contagios, pero que además cometen muy graves y enormes pecados y ofensas contra la majestad de Dios, así como de alevosías, muertes y otros excesos; para cuyo remedio entra la prohibición de hacer, vender, tomar “chicha”, a toda clase de personas bajo la pena de multa de 200 pesos y azotes a los indios, negros y mestizos.

Aunque no se crea, en nuestro territorio nacional se han empleado armas biológicas mucho antes que a estas se les diera nombre y que se volvieran famosas en las guerras del medio oriente y con la

destrucción de las torres gemelas. En marzo de 1826 en cercanías a Sogamoso la división Valdés tuvo un atentado a punta de tomata de chicha revuelta con burundanga o escopolamina, sacada ésta

última, del famoso y sagrado árbol chibcha del borrachero. El mismo libertador Simón Bolívar tuvo que intervenir y desde Tunja escribió: “mañana parto para Sogamoso a ver las chicherias que han envenado la tropa, el nitro y el plomo. De allí seguiré inmediatamente para Santa Rosa a Cúcuta.” El libertador encontró que más de cincuenta hombres habían muerto y más de cien estaban en el hospital. Bolívar dicta un drástico decreto prohibiendo la chicha en Sogamoso.

Pero lo que complicó la toma de la chicha fue el acuerdo 42 de 1928 y después el 52 de 1947 del concejo de Bogotá que la prohibió casi definitivamente, porque en la reglamentación para su producción y expendio, se colocaron normas muy difíciles de cumplir. Las malas lenguas dicen que las continuas prohibiciones fueron para incrementar el consumo de la cerveza y el florecimiento de “La Pola” que era una marca de esta bebida de trigo.

Lo bueno es la reivindicación, que mediante acuerdo 12l de 2004 (junio 24) del Concejo de Bogotá, “Por el cual se establece el festival de Chicha, la vida y la dicha de la Perseverancia como evento de interés cultural de Bogotá D.C. ratificado por el Alcalde Mayor, Luis Eduardo Garzón La malicia indígena engaño de tal manera a los doctrineros cristianos, que hasta en los propios templos mantuvieron de alguna forma sus costumbres. Es así como en el Cuzco, Perú, en la gran catedral, hay un cuadro de la última cena pintado en el siglo XVII por un indio convertido al “Dios de los blancos”, donde Jesús es un Inca al igual que sus doce discípulos y el vino y el pan están reemplazados por la chicha y el Cuy. En el nuevo mundo el maíz era a la vez pan y vino.

Espero que nuestros invitados al lanzamiento de la Revista Contestarte hayan gustado y degustado de nuestra chicha, la poesía, la música clásica, que junto con la popular carranguera son parte de nuestra plural y extensa cultura.

Lilia Montaña de Silva Celis, Mitos leyendas y tradiciones del Lago de Tota, UPTC, 1970. Publicación cultural, Alcaldía de Sogamoso, 2004

La columna de Soffy, La Chicha, cerveza de nuestros indígenas, El País, Noviembre 2002.

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