Colección Pizano, itinerario del olvido

 Sólo perduran en el tiempo las cosas que no fueron del tiempo.

Jorge Luis Borges

Divinos gritos dentro del sólido mármol son ahora ecos que resue­nan dentro del yeso. Los que por allí pasan parecen ser sordos, no distinguen el cons­tante ruido emitido en voces antiguas, en lenguas muertas. Pasan ignorantes, sumidos en otros mundos, en la red de una araña azul con manchas verdes, con números o fórmulas, con teorías y prácticas en la mira­da; y las estatuas insisten en su grito mudo, en su falso eco. Ellas han recorrido un  largo camino (que aún no termina) a través de las aguas del océano y las rocas del río, el tiempo, la memoria y el olvido. Viaja­ron en tren hacia la sabana y extrañaron la primavera y el otoño. Han sufrido descalabros y resquebrajamientos, sus vesti­duras se han llenado de aguje­ros; sin embargo, siguen aquí.

Son un conjunto que copia el arte de los siglos, la anato­mía humana, la belleza y la perfección. Sus orígenes están en la ciudad de la Torre Eiffel, en un museo junto a la curiosa sonrisa de una Mona Lisa o en las calles que habita una reina.

La memoria les trajo gran­des amigos que no pudieron resistirse a su encanto natural para absorber la luz y proyec­tar la sombra. Tendidos a sus pies, las dibujaron una y otra vez, las observaron, las tocaron, las midieron, las manosearon.

Fotografías Colección Pizano. Alexander Portilla

Por contados instantes estas se sintieron vivas, como si de verdad lo estuvieran. Ellos co­nocieron a personas interesadas en su testimonio, en su pere­grinar infinito y en su destino. Aquellos artistas escribieron su historia. Pero, como por obra del olvido, los libros que la conte­nían cayeron en cajas que se cerraron, luego se guardaron y se abandonaron en la oscuridad.

Primer acercamiento

Hace cuatro matrículas estudio en la Universidad Nacional de Colombia y confieso que no me había detenido mayor tiempo a contemplar la Venus de Milo del vestíbulo de la Biblioteca Central o los bustos del segundo piso. Si bien había visto los yesos, mi curiosidad acababa en donde comenzaba la pieza que observa­ba, hasta que surgió la oportuni­dad de acercarme a la Colección Pizano de manera diferente. Decidí, antes que nada, dedicar tiempo a mirar las piezas. Las detallé, leí sus placas históricas; cada vez que pasaba las obser­vaba otra vez, las recorría con los ojos, las admiraba. Incluso, una vez toqué una Cariátide. Buscaba algo sagrado en ellas, alguna pista que me conduje­ra hacia su mítica historia.

Sin embargo, no me en­contré precisamente con eso. Su más reciente pasado estaba impregnado de la naturaleza del hombre, había huellas huma­nas por todas partes. Y no sólo su pasado menos lejano estaba estrechamente ligado a la carne y al hueso. Las divinidades habían surgido remotamente en la mente de los hombres, se habían figurado en su boca y se habían hecho de piedra en manos de un artista. Pero este es el comienzo de otra histo­ria: la de las representaciones originales de los griegos. Aún no era la de las piezas que yo tenía al alcance de mi vista.

 

 

Aunque la presencia de la mitología de la cultura clásica en las esculturas es innegable, parecía que mi camino dista­ba mucho de ese sendero y se acercaba cada vez más hacia el conocimiento de la labor de un hombre. Entonces, lo vi dibuja­do en sus autorretratos, captu­rado en fotografías antiguas y supe de quién recibe el nombre la colección. Roberto Pizano fue artista, gestor cultural, presi­dente de la Escuela de Bellas Ar­tes y la persona que hizo posible que yo estuviera viendo una delas réplicas más exactas de una obra que quizás jamás pueda ver en persona. Roberto Pizano trajo de Europa a Colombia yesos y grabados representativos de la historia del arte de la humani­dad. No sabemos a ciencia cierta cuántos de estos llegaron en1927, cuando ingresaron, porque no hay registro de ello. Los in­ventarios se hacen años después y su comparación demuestra la pérdida de algunos objetos al reducir la cantidad a las cifras que conocemos hoy: 239 yesos y 1652 grabados. A pesar de la disminución, todavía significan una suma considerable. Pero estos números son vulnerables a los cambios, y el inventario que se está llevando a cabo en este momento, tal vez así lo pruebe.

Pizano aprovechó la oportu­nidad que se le ofreció de una manera muy singular: acepta­ba el cargo de presidente de la Escuela de Bellas Artes solo si el Gobierno estaba dispuesto a cumplir con una condición: financiar la compra y el trans­porte de un conjunto de piezas artísticas seleccionadas por él mismo. Debido a la reciente venta de Panamá, el Gobierno pudo invertir en su proyecto. Su intención era dar herramientas que mejorasen el estudio de la Escuela: las obras se converti­rían en material didáctico para estudiantes y profesores, servi­rían tanto para la enseñanza del dibujo y la escultura como para el aprendizaje práctico de la his­toria del arte. Como ocurre en algunas ocasiones, Roberto Piza­no no contó con mucha suerte y la muerte le impidió ver siquiera la inauguración de su proyecto.

La historia de la Colección Pizano está estrechamente liga­da a la historia de la Escuela. Cuando las obras llegan a Bogo­tá, aún no tenían dispuesto un lugar fijo para ocupar. Irán por la Escuela de un lugar a otro, y entre los trasteos, el descuido y la ignorancia se verán altamen­te perjudicadas. Pasarán por el San Bartolomé, el actual Museo Militar, el Claustro de Santa Clara y la Biblioteca Nacional hasta llegar al campus univer­sitario. Durante el éxodo los grabados se impregnan de hon­gos y humedad y algunos y esos se desportillan o se rompen.

Sí había una historia mítica, e iba tras ella.

 

 

Un libro sin circulación

En el año 2009 se publicó un libro que recoge la historia de la Colección Pizano. En él es posible observar las cartas de Roberto Pizano relativas a la propuesta del cargo, su reacción y su contrapropuesta; seguir al pie de la letra el trasegar del conjunto de yesos y grabados; observar en fotos algunas obras que se encuentran ocultas; y leer diversas opiniones, anéc­dotas y miradas de distintas personas que se han acercado a la Colección por medio de su oficio, entre las cuales se encuentran artistas que sor­prendentemente las sacaron del olvido al inscribirlas dentro del campo del arte contemporáneo.

El libro no ha tenido distri­bución debido a confusiones y malentendidos con respecto a la forma en que debía hacerse: no sabían si venderlo, regalarlo u otra cosa. Así, la mayoría delos ejemplares impresos hacen parte de la oscuridad, guarda­dos en alguna bodega, y solo unos cuantos se encuentran en los estantes de las Biblioteca Central de la Universidad, la misma biblioteca que, en las páginas del libro, significaba la esperanza para la colección.

Algunas curiosidades que no estaban registradas en el libro salieron a la luz en una entrevis­ta realizada a Christian Padilla: durante algún tiempo se hicie­ron copias de las esculturas que iban a parar a las casas de los narcos, como adornos de una piscina o una lujosa habitación

(C. Padilla, Comunicación per­sonal, 21 de marzo de 2013). Lo sagrado dentro de lo sacrílego, pensé. También me recordó la paradoja contenida en los y esos cuando eran parte de un ámbito académico-artístico: se estudia­ba la anatomía humana a través de esculturas que representan dioses, no hombres. La confi­guración de un cuerpo perfecto pero humano seguía siendo la de un dios. Podíamos acercar­nos hacia nosotros a través de figuras mitológicas, y el arte era el medio perfecto para ello.

Aún no sé cuáles piezas tienen más suerte: las expuestas al rutinario movimiento de una biblioteca, al spray de un graffi­tero, a la respiración humana, a la convivencia con las miradas y sus ausencias, o las escondidas, ocultas quizás en un sótano, compañeras de las arañas y ami­gas cercanas del polvo. Ninguno de los dos grupos cumple ahora con la función educativa que en un principio movió a Pizano a realizar su propia odisea.

Restauración: desandar un camino

Entre preguntas y respuestas hechas a Flor Ángela Pérez (una de las restauradoras de la Colección Pizano en 1995), me enteré de cómo es el proceso de restauración de documentos antiguos, de la liquidación del Centro Nacional de Restauración hacia 2003-2004 en el gobier­no del presidente Uribe (por su carencia de autofinanciación), de la falta de un cargo específico de restaurador que se encargue de la colección y de la interrup­ción: el tratamiento que había comenzado con miras a reparar el conjunto de obras artísticas estaba incompleto. Queda fal­tando cerca del 40% del total de los yesos y el 25% de los graba­dos. (F.A. Pérez, comunicación personal, 19 de abril de 2013).

Flor Ángela acentuó la lógica que exige la restauración: si esta se lleva a cabo es con el fin de cuidar la obra de la mejor manera posible, puesto que el carácter del procedimiento es casi irrepetible. Seguramente el soporte de los grabados no resis­tiría otra intervención química como la que ella, junto a otros restauradores, había realizado. La despigmentación contra las manchas, por ejemplo, requie­re del uso de sustancias muy fuertes, las cuales un papel no soportaría por segunda vez. Entonces, a su trabajo le hacía falta la otra mitad: la conser­vación. Sin un lugar apropiado para alojar las obras, con la luz adecuada, las condiciones climáticas necesarias y todo lo demás, la ausencia del siguiente paso a la restauración signi­ficaba desandar un camino.

La mujer que vivía entre caligrafías lejanas me ubicó en un plano histórico más general del que yo tenía. Para ella, la adquisición de la Colección Piza­no había sido tardía, puesto que reproducciones de arte similares habían llegado a México en el siglo XVIII. Las copias que yacen en los edificios de la Universidad Nacional de Colombia perte­necen al grupo de las últimas reproducciones elaboradas en moldes directamente extraí­dos de las obras originales.

Fue fundamental para ella mencionar el carácter único de la Colección en Colombia, destacada por estar dentro del marco de un proyecto cultural muy ambicioso. Considera­das patrimonio cultural de la Nación, estas piezas de valor infinito, aunque en la actua­lidad no sean sagradas por su carga religiosa, hacen parte, de alguna manera, de lo que podemos llamar cultura, dentro de aquello que creemos arte.

Reflexiones

Empecé este artículo con curiosidad y lo termino sin satisfacerla; ahora tengo más inquietud y desasosiego. No sé en dónde se encuentran las vírgenes de yeso que vi en el libro, no sé qué va a ser de la escultura graffiteada de rojo en el vestíbulo del León de Greiff y mucho menos sé del futuro de la Colección. La exploración fue divagación y entre digre­siones me fui perdiendo.

Me pregunto por las inven­ciones humanas a las que nos aferramos y en las que creemos firmemente por necesidad, costumbre o de manera inex­plicable. Oramos de rodillas ante una imagen o apreciamos un orinal. Aunque el arte y la religión en ocasiones señalen ca­minos diferentes o se critiquen entre sí, aunque el artista se burle de la religión o la religión discrimine al artista, ambos le exigen al hombre un poco de irracionalidad, un poco de fe.

Hermosas catedrales, mez­quitas, templos, danzas sagra­das, música, cuadros bellísimos, esculturas, frescos, lienzos y grabados pertenecen tanto al arte como al culto religioso. El afán del hombre por crear o por creer pareciera ser la venganza de un Sísifo incansable contra una roca intangible: el tiem­po. Un libro o una pintura son objetos que perdurarán, que le harán la guerra al paso de los soles y las lunas. La Biblia ha derrotado varios siglos, la danza ancestral ‘Kandyan’ de SriLanka aún se canta y se baila, el Poema de Gilgamesh ha resisti­do. La cultura griega aún tiene mucho por decir, el Cielo, el nirvana o la reencarnación están por fuera de nuestra tempora­lidad, y algunas esculturas dela Colección Pizano siguen en los pasillos, vestíbulos o salo­nes de la Universidad. El libro todavía espera en la biblioteca…No desistimos, no cedemos del todo ante el implacable olvido.

Referencias bibliográficas

Arcos-Palma, Ricardo y Padilla Chrisitan. (2009). El legado de Pizano, testimonios de una colección errante. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.

Balvín, Catalina C. (2010). Roberto Pizano. Recuperado de http://www.untelevision.unal.edu.co/multimedia/pizano.

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