Contradictio in terminis: orígenes y esencia del carnaval


El carnaval es distensión frente a tensión social, eros contra muerte, risa contra llanto.
Gabriel Restrepo
“Primavera, verano, otoño, invierno… y por supuesto: la quinta estación llamada carnaval…”(Frühling, Sommer, Herbst, Winter und … richtig: die fünfte Jahreszeit heißt Karneval!..Traducción: Andrés Valero).
 
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Este refrán alemán explica claramente la importancia que tiene esta festividad para el ser humano. Expresa esa necesidad de generar nuevos ambientes; de ser Él y ser Otro, hasta llegar al completo olvido de sí; la importancia de la aparición de una nueva estación que permita la transición de los excesos al recogimiento. El carnaval representa así la transposición a la vida cotidiana del oxímoron que, como figura retórica representa la conjunción de los opuestos, y en la vida es la armonización del ascetismo y el desenfreno, del eros y la muerte, de la risa y el llanto (Para mayor información sobre este símil entre carnaval y oxímoron ver el material de investigación del Profesor Gabriel Restrepo (1997), de la Universidad Nacional de Colombia, a quien agradecemos la información proporcionada para la realización de este artículo.). En palabras de Bajtin:
La relación de la fiesta con los objetivos superiores de la existencia humana, la resurrección y la renovación, sólo podía alcanzar su plenitud y su pureza en el carnaval […]. La fiesta se convertía en esta circunstancia en la forma que adoptaba la segunda vida del pueblo, que temporalmente penetraba en el reino utópico de la universalidad, de la libertad, de la igualdad y de la abundancia (Bajtin, 2001)

Orígenes del carnaval

El que peca y reza, empata
Refrán popular

Tomando como punto de partida los posibles orígenes de esta celebración, cabe destacar que algunas teorías afirman que se originó en las fiestas Saturnales, o Bacanales, realizadas en honor a los dioses Saturno y Baco, quienes en la mitología grecorromana representan la desmesura y la embriaguez (Buelvas Aldana, 1993: .6). También se afirma que procede de celebraciones al dios egipcio Apis, o al tan mencionado en la Biblia cristiana, el dios pagano Baal, de ahí surge otra interpretación de este nombre: Carne Baal. Hay, incluso, quienes dicen que procede de fiestas celtas o índicas. Otro posible origen, el cual se sugiere como más apropiado, son las que se denominaban Fiestas Lupercales, en ellas se ve representado lo más cercano a lo que hoy se conoce como carnaval.

Asímismo, si partimos de su posible origen etimológico la palabra “carnaval” posee una gran variedad: Carne Levare (abandonar la carne), Carne valetudinem (Carne vale) o el anuncio de la llegada de las privaciones (carnes tollendas). Lo cual corresponde con un hecho característico del carnaval, a saber, su realización tiene lugar en la estación de la primavera, antes del periodo de cuaresma, es decir, un periodo de ayuno y abstinencia. Cuando Roma acoge el cristianismo, los jerarcas de la Iglesia adoptan estos ritos como periodo de regocijo, pues luego de los carnavales, del desenfreno y la lujuria, se debe “abandonar la carne” y dedicarse al recogimiento.

En la Edad Media, el carnaval fue una festividad menos licenciosa que en la Antigüedad. La Iglesia empieza a hacer referencia oficialmente a estas festividades en la Mirabilia Urbis (Maravillas de la cuidad de Roma -Mirabilia urbis romae- es un texto de origen latino, el cual ha servido a muchas generaciones de peregrinos y turistas como guía de la ciudad de Roma. El original, escrito según el canon de San Pedro, data de la década de 1140), escrita por Bonifacio VIII, canónigo de San Pedro en Roma. En sus notas en el año 1142 hace referencia a cuatro antiguas fiestas paganas: la Cornomania el domingo después de Pascua, las Ludi Romani communes in Kalendis Ianuarii el 1 de enero, el Ludus carnelevarii (carnaval) dimissionis carnium (es decir, el domingo de carnaval) y el Laudes in medio pueorum Quadragesima (Medio del carnaval).

El Papa Urbano IV, por la bula (Bulas: Documentos pontificios que son expedidos por la Cancillería Apostólica Papal sobre determinados asuntos de importancia dentro de la administración clerical, e incluso civil, constituyéndose en uno de los instrumentos más extendidos en los que se fundamenta y expande la autoridad del pontífice) Transiturus (expedida el 8 de septiembre de 1264), permitió que se celebraran fiestas religiosas con disfraces alegóricos al triunfo del bien sobre el mal. De allí se institucionalizaron las fiestas de San Sebastián (20 de enero) y la fiesta de la Virgen de la Candelaria (2 de febrero), con el fin de lograr un mayor control eclesiástico en las festividades populares. Como no se consumía grasa animal durante la cuaresma, durante el “martes grasoso” (Mardi Gras), víspera del Miércoles de Ceniza, se mataba el “Toro graso o gordo”, última carne permitida antes del ayuno. Posteriormente la gente usaba toda la grasa que quedaba para preparar diversos tipos de frituras.

Con el auge del Renacimiento, el carnaval adquirió gran prestigio en Italia, particularmente en Venecia cuyo esplendor excedía a toda ponderación. Esta costumbre se esparció hacia todos los países europeos católicos. En España, los famosos Autos Sacramentales remataban siempre las procesiones de Corpus Christi (durante éstos, personas disfrazadas de diablos con trajes llenos de cascabeles golpeaban al público con vejigas infladas. Célebres eran las disputas entre Don Carnal y Doña Quaresma, referidas por el Arcipreste de Hita en el libro del Buen Amor, señalando la contraposición de estos dos periodos (Buelvas Aldana, 1993 :7)

El descubrimiento de América permitió que los navegantes y clérigos hispánicos trajeran estas muestras culturales, las cuales, junto a diferentes elementos indígenas y africanos, permitieron una renovación de este concepto. Entre las muestras más representativas encontramos las fiestas de Oruro en Bolivia, el carnaval de Blancos y Negros, el carnaval de Riosucio y el carnaval de Barranquilla (reconocido como unas de las más ricas expresiones festivas de Colombia), entre muchas otras que engalanan el territorio nacional con su fastuosidad. A la par del desarrollo humano, de su transformación histórica, el carnaval también se transforma continuamente: movimiento, fuerza, ritmo y representación para poder crear nuevos espacios.

El carnaval como hecho social

El carnaval se integra en el delirio de la multitud. Como monstruo sagrado, sediento, antropófago, devora tu individualidad y te arroja en la gran hoguera crepitante donde la danza te purifica hasta alcanzar el éxtasis, la libertad
Gonzalo Arango

En el carnaval los juegos con comida, luchas en las calles con harina, huevos, agua, barro; las máscaras, los disfraces, la música y el color; la alegría, la danza y la rumba; el entierro y muerte del carnaval son algunos de los elementos más representativos. Se constituye así el carnaval como “un espacio de producción de significaciones propias y originales” (Guimarey, 1), la conjunción de un sinfín de conceptos que se contradicen entre sí: lo pagano y lo moral, lo correcto y lo incorrecto; lo que es y lo que no es, el oxímoron. Las reinas como símbolo femenino, los desfiles, las verbenas, los grupos musicales, convierten al carnaval en un evento que moviliza miles de millones de pesos. Y al final, el sacrificio, una destrucción al símbolo del carnaval: la quema del Pericles, el entierro de Joselito, quemar para renovar y recomponer las cosas.

Toda esta mezcla de significados, colores, música, disfraces y máscaras hace posible que la frontera entre actores y escenario se vuelva difusa, que en el carnaval tanto hombres como mujeres, ricos, pobres, actores y público se fusionen en un solo evento; el carnaval es el arte total del pueblo. Su escena es la calle. Involucra el saber popular expresado en todas las artes (música, danza, teatro o drama, literatura, pintura, etc.). Expresa por ello los imaginarios del pueblo (Restrepo, 1997), es el pueblo el que participa en el proceso, el carnaval como contrapuesto a las fiestas oficiales se convierte en una fiesta urbana, del pueblo y para el pueblo; en algo meramente público y callejero, que es de todos y no es de nadie. En palabras de Jaime Abello Banfi (2005): “El carnaval es la fiesta popular por antonomasia, donde cada persona se transforma en protagonista y si no es la más alegre, sí la más libre” ( 158)

Las máscaras del carnaval ofrecen al sujeto un regalo de gran valor: despojarse de aquellas que él mismo ha aceptado ponerse (aquellas que le han sido impuestas) para, finalmente, descubrirse, explorar y salir al encuentro del otro, de su existencia. El individuo que usa una máscara o un disfraz deja de ser él, para convertirse en otro; es gracias a este elemento que el individuo puede metamorfosearse, jugar a cambiar, experimentar la fuerza de un animal, de un dios, para sentir y expresar. Aparece entonces en el carnaval el anonimato, reivindicando la identidad y la libertad, representa una válvula de escape, porque para muchos escribir exorciza el alma y bailar exorciza el cuerpo. Al aparecer el anonimato ya no hay comunidades, grupos, sectores sociales. Ya nadie se siente comprometido al ser una persona en una sociedad: todos los participantes del carnaval se vuelven uno y muchos. Ya no hay discriminación porque por una vez todos nos logramos ver como iguales. Es entonces “una actividad saludable” como afirma Abello (2005), ya que combate la pobreza, el estrés, la violencia; es “una pausa de desahogo, de desfogue, de catarsis. Una rica borrachera que sirve para sacudir pendejadas y recargar baterías para todo el año” (162)

El carnaval como mecanismo transfigurador permite mostrar otra posible estructura social, otro modo de ser, se constituye así como una fiesta de inversión social, “un mágico paréntesis que desestratifica la vida social” (Abello Banfi, 2005: 162), presenta una resistencia contra el poder y la dominación. En el carnaval emergen autoreflexiones, reconocimientos, autopercepción; se empieza a descubrir qué tipo de recomposición social se está necesitando.

“Desde el punto de vista social el carnaval es decisivo para estudiar tanto el funcionamiento normal de la sociedad, como la crisis y el caos. En efecto, es propio del carnaval suspender o suavizar la mayoría de las normas corrientes. Mediante esta licencia, sucede en el carnaval lo contrario de la vida normal”. Gabriel Restrepo
El carnaval critica y satiriza la realidad, pues la risa y la algarabía licencian tal comportamiento, se convierte en este sentido en algo subversivo, una oportunidad única de descartar todas las normas establecidas y transgredirlas, una única opción de hacer lo que se viene en gana, de pensar la sociedad de otra manera, de caricaturizarla.

Una universidad para la nación en carnaval

El olor a carnaval y revolución ya está aquí, mezclado con los gases lacrimógenos…
Diana Molina

En la Bogotá de 1924, los estudiantes de la Universidad Nacional de Colombia, tocados por el movimiento que recorría ya varios países de América Latina, abrieron un espacio dedicado a las máscaras y disfraces con el interés de crear una puesta en escena de lo social, lo político y lo económico. Los universitarios armados hasta los dientes con máscaras, música, vestidos de colores brillantes, danza y caricaturas vivientes, configuraron un nuevo escenario de lucha estudiantil: el carnaval se convirtió en su emblema, puesto que nacía directamente del seno de la comunidad universitaria, desde los esbozos que comprendían los primeros análisis de la realidad, y su caricaturización de la misma, hasta las enormes actividades realizadas con el fin de recaudar los fondos suficientes para financiarlo.
Con el motivo de celebrar el día del estudiante el 21 de septiembre (En 1921 nace la Federación de Estudiantes de Bogotá, y con ella, la fiesta estudiantil en el momento que “revienta la primavera que conmueve todas las repúblicas del Sur,” es decir el 21 de septiembre. Fuente: Proyecto “Reinvención del carnaval Universitario de la Universidad Nacional de Colombia.” Instituto de Estudios en Comunicación y Cultura. Marzo de 2010.) y el día de la Universidad Nacional de Colombia el 22 de septiembre (fecha de su fundación), nace el carnaval Estudiantil como un rechazo a la hegemonía conservadora, una respuesta crítica proveniente de la comunidad universitaria a los acontecimientos de la época. Este espíritu crítico contribuyó en gran medida a la materialización de aquello por lo que luchaban los estudiantes: la transformación de su entorno, la posibilidad de la cátedra libre y, finalmente, la llegada de la mujer a la academia, lo cual, en palabras de Germán Arciniegas (1996), cambió a Bogotá de forma radical

Después de desaparecer el carnaval estudiantil en 1934, resurgió de forma intermitente en la historia de la Universidad Nacional. Así fuese para dar a conocer la grave situación en la que se encontraba la Universidad del Valle (Una protesta con carnaval, 1999), para pintar de nuevo al Ché Guevara y a Camilo Torres, que habían sido borrados del auditorio León de Greiff y de la Biblioteca Central respectivamente, y cuyas imágenes constituyen parte de la identidad estudiantil (Lancheros, 2005), para protestar contra la guerra en Irak en la embajada de los Estados Unidos (Perilla, 2003), para garantizar el ingreso de la minga indígena al campus (En un carnaval se convirtió el ingreso de la minga indígena a la Universidad Nacional en Bogotá, 2008) o cualquier otra causa del movimiento, los estudiantes se han valido de esta fiesta crítica para hacer escuchar su voz.

La conciencia de los pasos que otros han dado nos permite entender lo que somos ahora para así edificar lo que seremos mañana. ¿Qué pasa en hoy en la Universidad Nacional?, ¿Qué elementos merecen ser leídos, criticados, caricaturizados? Es ésta la ocasión de hacer de nuestra formación un constante carnaval, de apropiarnos profundamente de nuestra casa para que resuene en ella el espíritu crítico que nos caracteriza como Universidad Nacional, eminentemente política en todas sus acciones.

Referencias

Abello Banfi, J. (2005). El Carnaval, una actividad saludable. Huellas , 158-162.
Arciniegas, G. (30 de septiembre de 1996). El día del estudiante. Obtenido de http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-517462
Bajtin, M. (2001). La cultura popular en la Edad Media y en el renacimiento: El contexto de François Rabelais. Obtenido de http://www.marxists.org/espanol/bajtin/rabelais.htm
Buelvas Aldana, M. (1993). El Carnaval de Barranquilla: Una filosofia del carnaval o un carnaval de filosofias. Huellas , 5-12.
En un carnaval se convirtió el ingreso de la minga indígena a la Universidad Nacional en Bogotá. (19 de noviembre de 2008). Obtenido de http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-4675794
Guimarey, M. (s.f.). El carnaval como práctica social espectacular: perspectivas para una revisión de la historiografía tradicional del carnaval. Obtenido de http://zambrarte.blogdiario.com/img/carnaval.pdf
Lancheros, Y. (4 de Agosto de 2005). Borran al Che de la Nacional. Obtenido de http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-1694163
Perilla, S. (28 de marzo de 2003). Protesta terminó en batalla. Obtenido de http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-968139
Restrepo, G. (1997). Arte, fiesta, literatura. El sagrado oficio de la cultura. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.
Una protesta con carnaval. (6 de diciembre de 1999). Obtenido de http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-951937

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