Cruzando el mar de la muerte, la música como canoa
«Levanten la tumba, del cuerpo presente,
se despide el alma, en vida y muerte.
Nueve noches son las de mi novena,
levanten la tumba, que esta alma es ajena».
Alabao Levanten la tumba
Africanos en cadenas, esclavitud perpetua
Con la llegada de los españoles a América, estos encuentran en el «Nuevo Continente» un lugar lleno de riquezas naturales, minerales y, además, las manos —indígenas, por supuesto— que servirían para extraer y explotar los recursos naturales como el oro. Los indígenas fueron usados como mano de obra primaria en un sinfín de trabajos para la empresa española de conquista. A través del tiempo, la población nativa se fue diezmando por diversas razones (enfermedades, suicidios, guerras). Así, el auge minero, aurífero sobre todo, que vivía la Corona Española en América estaba en peligro, por lo que se decidió prohibir la esclavitud y el trabajo forzado de las comunidades indígenas.
Se optó entonces por importar mano de obra desde África, esto incentivado en parte por Fray Bartolomé de las Casas. Los esclavos africanos resultaban más baratos y además tenían buen físico y resistencia a las enfermedades tropicales. Así, extraídos de sus hogares y, al mismo tiempo, obligados a olvidar sus costumbres, sus ropas e instrumentos, los españoles trajeron a estas comunidades en barcos, apiladas unas con otras como mercancía, sometidas al vaivén de las olas, traídas como «piezas de Indias» (Arocha, 2008), para servir como esclavos y saciar las ansias de riqueza.
Como forma de resistencia, los esclavos guardaron sus pensamientos y sus costumbres, maquillando sus cantos y rituales mortuorios con costumbres social y espiritualmente aceptadas, las católicas. La religión fue de gran importancia dentro de las culturas cimarronas [1] pues configuraría una forma de protección ante las incertidumbres de la vida en la huida y también legitimaría los liderazgos surgentes. La muerte —como religiosidad— conformaría también un aspecto esencial en la vida de las comunidades «afro» a través del tiempo.
Mariposas, almas que revolotean
«Qué bonita está esta tumba y
un Cristo que lo acompaña,
salve y un Cristo que lo acompaña.
De blanco visten la tumba,
de negro la mariposa,
salve, de negro la mariposa».
Alabao referente a las mariposas
Es indudable que la muerte representa uno de los aspectos más complejos de la vida de los seres humanos; en las comunidades afrocolombianas, la muerte y los rituales alrededor de ella constituyen uno de los medios de transmisión de sus tradiciones culturales y sus valores. Así expresa Serrano Amaya la relación entre los afrodescendientes y la muerte (Serrano, 1994).
La muerte en las comunidades afrocolombianas es un espacio en el que se entrelazan diversos aspectos de la vida cotidiana de las mismas. La ancestralidad, el medio ambiente, la comida, la música, los juegos, la comunión y la religiosidad son algunos de los ámbitos que configuran los ritos fúnebres de estas comunidades y, por tanto, la vida y la muerte.
La muerte no es sinónimo de desaparición, con el fallecimiento de un ser querido los diferentes componentes de su ser (cuerpo, alma y energía vital) se rompen, hay una ruptura en la relación de estos tres elementos. El alma o la sombra puede llegar a estar en varios lugares al mismo tiempo y suele recoger sus pasos para poder irse en paz. Otra percepción que se tiene del alma es la transformación de la misma en mariposa. La mariposa se suele aparecer en la mayoría de ritos fúnebres —altares y velorios—, pues representa el alma del difunto que revolotea para por fin descansar.
Los ritos fúnebres son, además, asuntos públicos, espacios que permiten la comunión y la congregación de la comunidad. Amigos, tíos y tías, vecinos, padrinos, todos ellos se movilizan en torno a la defunción de un conocido para ayudarle a la familia del muerto, una ayuda que puede ir desde dinero hasta la mano de obra para ayudar a preparar los festejos y velorios.
Estos velorios están altamente cargados de emociones, la música, el ritmo y el baile son posibles detonadores de estados alterados de conciencia (Serrano, 1994). La muerte se enuncia en la corporalidad de los deudos. Muchas veces hombres o mujeres muestran «movimientos locos», el cuerpo se deja llevar por el ambiente lleno de humo de tabaco y de sudor, incluso permitiendo la convulsión y el trance, estados introspectivos del deudo que está sufriendo por el difunto. Estos estados son importantes, pues nos ayudan a evidenciar un aspecto esencial de las comunidades afroamericanas. Esto se debe a la posesión del deudo por parte de sus ancestros, y con ancestros no me refiero únicamente a sus parientes sanguíneos, pues los santos y vírgenes son considerados familiares y aún más, antepasados.
Es común que a los coetáneos de los padres se les llame tío o tía, en ese orden, se llaman sobrino o sobrina a los coetáneos de los hijos. Entonces los santos y vírgenes hacen parte de la extensa familia y también se les oficia velorios, para pedir un favor, para agradecer o para conmemorar una fecha especial, la diferencia entre los velorios de los santos y de los adultos es que los primeros contienen música instrumental, mientras que los últimos no.
Además de esto, la muerte conlleva a una relación del sujeto (el difunto y los deudos) con el ambiente, una relación que representa la vida misma. Este aspecto es de gran importancia y fascinación, pues una mujer al quedar embarazada siembra sus semillas en zoteas, potrillos o paliaderas. Construcciones que cumplen la función de pequeñas huertas donde se siembran hierbas medicinales y plantas para sazonar o alimentar, de esta forma tanto el bebé como la planta crecerán al tiempo. También, al nacer el niño, la placenta se siembra en un árbol o incluso en las mismas zoteas, así cuando muera la persona el alma del difunto habitará la planta, convirtiendo este en un ancestro y permitiendo generar lazos y relaciones de ancestralidad, incluso con la naturaleza y el ambiente.
Junto con esto se presenta el ombligue, al cortarse el cordón umbilical del recién nacido, este se cura con sustancias minerales, vegetales y animales con el fin de aliviar y, además para que el bebé reciba los dones de aquellas sustancias. Posteriormente, muerta una persona, su cadáver se prepara y se «embalsama» con las hierbas, animales o minerales que lo ombligaron.
Tumbas, cantos y rezos
«La Virgen se arrodilló y San Juan se levantó
Levántate tía mía, no te aflijas de dolor».
Alabao referente a la Virgen
La música es el lenguaje de la verdad, indispensable para activar el vínculo con la naturaleza y el pasado (Serrano, 1994). Como vimos anteriormente, el pasado y la muerte tienen una estrecha relación con la naturaleza y con la música. En las comunidades Afrocolombianas, la música hace parte fundamental de los velorios y, en general, de la religiosidad afro. Los alabaos o lumbalús son cantos de alabanza o de exaltación religiosa que acompañan comúnmente el contexto fúnebre, los alabaos denominados así en la costa pacífica y lumbalús en San Basilio de Palenque (Arocha, 2008).
Estos cantos se interpretan sobre todo en velorios, novenas y últimas noches, además, los alabaos acompañan musicalmente las celebraciones en honor a los santos patronos de las comunidades afrocolombianas.
Arocha (2008) enuncia siete etapas presentes en los rituales fúnebres dentro de estas comunidades. Estas siete etapas son también reconocidas, explicadas y vividas por los afrodescendientes. Agonía, muerte, velorio, entierro, novena, última noche y el aniversario son los procedimientos correspondientes para que el difunto pueda descansar en paz y llegar adecuadamente al Reino de los Cielos.
La primera etapa de agonía es, en cierto sentido, un momento de identificación de la enfermedad que acongoja a la persona junto a un momento de cuidado y de acompañamiento del mismo. Aquí de nuevo se evidencia la solidaridad de estas comunidades, pues en vez de dejar al enfermo solo, lo acompañan todo el tiempo, le rezan y le leen novenas de santos, se empiezan a cantar alabaos —pues evocan la memoria de la persona— también le hacen una cama de hierbas medicinales para que el enfermo pase sus últimos momentos con el mínimo dolor posible. En Nariño, comentan que para alcanzar la otra vida —el «más allá»— hay que cruzar el mar de la muerte y se ayuda a morir a la persona mediante oraciones y cantos, es decir, el enfermo debe cruzar el río de la muerte, llegar al otro lado, pero para poder cruzar el río necesita una canoa, un método de transporte representado por la música, los cantos y las oraciones.
Cuando la persona muere, los deudos empiezan a preparar su cuerpo, esta es precisamente la segunda etapa de los rituales fúnebres, la muerte. Aquí se prepara, se arregla y se embalsama el cuerpo hasta que se pone en el ataúd. En este momento tanto hombres como mujeres tienen distintos roles alrededor de la preparación. Por un lado, las mujeres ayudan a preparar el cuerpo, rezan, cantan, asean y decoran el lugar, embelleciendo y decorándolo todo de blanco. Por otro lado, los hombres se reúnen con el carpintero en el cementerio para preparar la sepultura, mientras toman bebidas alcohólicas locales como el biche.
Luego de preparado, el muerto se introduce en el ataúd y se presenta ante los allegados en la casa. Además del ataúd, se le prepara un altar, este está hecho con telas blancas y se decora con moños o mariposas, (pues como se explicó antes, la mariposa representa el alma del muerto) velas, imágenes de santos y, de gran importancia, un vaso de agua para que el muerto no tenga sed. Este momento develorio hay tres espacios importantes, que luego estarán presentes en otras etapas, estos son el espacio semisagrado en donde las mujeres preparan los alimentos, otro en donde se le canta y se le reza al muerto y el último, más profano, en donde se descansa y los hombres juegan dominó o cartas mientras cuentan chistes e historias y toman licor.
Es importante recalcar que hay velorios para adultos y velorios para niños o angelitos, denominados chigualos, gualíes o bundes. Los niños a diferencia de los adultos van directo al Cielo, pues están libres de pecados, son ángeles. Además, en estas celebraciones el ambiente es de alegría y se cuenta con la presencia de instrumentos, en contraste con el velorio del adulto, donde solo se canta los alabaos y carece de instrumentación.
Terminado el velorio, prosiguen con el enterramiento del difunto en el cementerio donde lo sepultan. Anteriormente se acostumbraba enterrar a los difuntos cerca del lugar en donde se enterró su placenta que por lo general era en un árbol, enterrada la persona ahí, la planta empezaría a ser un ancestro, pues ahí se encuentran la vida y la muerte de aquella persona. Por cambios de costumbres y la llegada de servicios exequiales estas costumbres han ido cambiando.
Enterrado el muerto, los deudos se reúnen en la casa de esta persona y celebran una novena en su honor. En este momento, los deudos se encuentran con el muerto a través de un altar al que se le construye un decorado de manera similar al del velorio y se rezan salves y se le cantan alabaos por nueve noches. Sin embargo, la última noche de la novena es distinta a las otras ocho noches, esto se debe a que es el momento en que el alma del muerto parte definitivamente hacía el más allá. Se construye un nuevo altar mucho más ostentoso que los anteriores, los ritos comienzan entre las ocho y nueve de la noche hasta las cinco de la madrugada, momento en que el alma llega al otro lado del río.
Desprendida el alma del cuerpo y pasado un año, se le celebra al muerto su aniversario. En este momento se le oficia una misa al difunto para pedir por el descanso del alma; sin embargo, hay que aclarar que los muertos nunca desamparan a los vivos, los ancestros están siempre acompañando a sus familiares, así como los santos protegen y acompañan a los vivos.
La muerte y la música: formas de cimarronaje
«Mi Dios me mandó a llamar,
que fuera al amanecer,
con el rosario en la mano, desmayé [bis]
Adiós mi amor, Rosa Madre,
Ya se va tu hijo querido [bis]»
Para el centro de la tierra
Con la llegada de los esclavos africanos a América, estos adoptaron distintos métodos para resistir la tiranía de los esclavistas españoles. El cimarronaje es precisamente la resistencia de estas gentes para poder librarse del trabajo forzado, de esta forma se construyeron nuevas comunidades libres. Por lo general, esto se asocia con la huida y es un aspecto importante en la historia de las comunidades afro en Colombia, pues mediante la huida se consolidaron nuevas comunidades libres, como los palenques. Sin embargo vale aclarar que la huida no fue el único método de liberación.
Serrano enuncia una serie de formas de resistir la opresión de los esclavistas. Además de la huida y de la resistencia física, muchas veces los esclavos se armaban y se defendían de esta forma, el suicidio también fue una opción valiosa de resistencia, pues era una manera de rehusarse a cumplir con los mandatos de los esclavistas. Lo anteriormente mencionado habla de formas de cimarronaje activo o físico, pero existen también formas de cimarronaje pasivo o simbólico (Serrano, 1994). La religión tuvo y tiene gran importancia dentro de las culturas cimarronas como forma de protección. Entonces, la muerte y la música, como partícipes en la religiosidad, expresaron formas de cimarronaje.
El sincretismo fue un método de gran importancia para resistir, la africanidad, contenida por estas comunidades, se vistió con trajes de cristiandad formando así un nuevo cuerpo para entender y relacionarse con el mundo. De esta forma, los rituales alrededor de la muerte, y la muerte misma, quedarían escondidos bajo una forma socialmente aceptada, por ello ha resistido hasta nuestros días.
Entonces tenemos que la muerte, sus rituales y la religión han permitido que ciertas costumbres y creencias hayan perdurado en el tiempo, la muerte permitiría la vida. Recientemente se ha evidenciado que los ritos fúnebres afro han cambiado y las prácticas de sus ancestros están entrando en desuso. Por distintas razones (violencia, modernización, etc…) las prácticas alrededor de la muerte se han ido transformando, con la llegada de funerarias y servicios exequiales todo el trabajo funerario ancestral se ha ido perdiendo, en algunas partes ya no se construyen altares ni se cantan alabaos, pues las funerarias reemplazan estas prácticas en todo sentido. De esta forma, la muerte, como vida cultural, está muriendo dentro de estas comunidades, quizás entren a una nueva etapa de cimarronaje para preservar sus costumbres.
[1] ^ Toda forma de resistencia contra la esclavitud y la discriminación se denomina cimarronaje.
Bibliografía
Arocha, J. (2008). Velorios y santos vivos, En: Velorios y santos vivos: comunidades negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras. Bogotá: Editorial Museo Nacional.
Serrano Amaya, J. F. (1994). “Hemo de morí cantando porque llorando nací” Ritos fúnebres como forma de cimarronaje. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.
Colombia aprende (s/f). Atlas de las culturas afrocolombianas, Capítulo 2: Cimarrones y Cimarronaje. Recuperado el 13 de julio. http://www.colombiaaprende.edu.co/html/etnias/1604/propertyvalue-30512.html