Del ingenio y la sin razón, historia “sin cordura” de la locura…

Loco, adj. Dícese de quien está afectado de un alto nivel de independencia intelectual; de quien no se conforma a las normas del pensamiento, lenguaje y acción que los conformistas han establecido observándose a sí mismos; del que no está de acuerdo con la mayoría; en suma, de todo lo que es inusitado. Vale la pena señalar que una persona es declarada loca por funcionarios carentes de pruebas de su propia cordura.

 Ambrose Bierce, El diccionario del diablo

A lo largo de la historia hemos encontrado (y encontraremos) rastros de una “enfermedad” estigmatizada como subversora del orden social, ofensiva de la moral y ajena a la razón. Satanizada y enjuiciada, se ha considerado a quienes la “padecen” amenazas para la sociedad y se los ha condenado junto con sus ideas al aislamiento y la censura. Sin embargo, si atizamos nuestra curiosidad y buscamos un poco, encontraremos que la humanidad ha “sobrellevado” desde tiempos inmemorables las blasfemias, disparates, insensateces, inmoralidades o ideas peligrosas de aquellos que llamamos locos. Pero (más allá de los desordenes mentales) veremos que la “enfermedad” de la locura hace parte de la naturaleza creativa de la mente humana, de su capacidad evolutiva que transforma su realidad y su entorno, de la inspiración para expresarse, de su convicción para luchar por causas e ideales y del ingenio para vencer barreras y lograr lo que la razón llama desarrollo:

En el polo opuesto a esta naturaleza de tinieblas, la locura fascina porque es saber. Es saber, ante todo, porque todas esas figuras absurdas son en realidad los elementos de un conocimiento difícil, cerrado y esotérico. Estas formas extrañas se colocan, todas, en el espacio del gran secreto, y el San Antonio que es tentado por ella no esta sometido a la violencia del deseo, sino al aguijón, mucho más insidioso, de la curiosidad. (Foucault, 1986: 39)

No sobra señalar que es irrefutable la importancia del método científico, de la reflexión filosófica, de la disertación política y de las demás expresiones del pensamiento en el desarrollo de la especie humana. Mas, así como existen dos hemisferios del cerebro especializados en el razonamiento lógico (matemático científico) y el pensamiento emocional (musical, artístico, espacial) que trabajan interconectados y que definen cada uno en mayor o menor medida los rasgos de nuestra personalidad, así mismo la rigurosidad y la razón son bases sine qua non de la ciencia que guardan relación con la faz espontánea, desmedida y pasional que complementa la naturaleza de todo ser humano. Aun donde en teoría no hay cabida para la inusitada exaltación de los sentidos, para ese insidioso aguijón de la curiosidad, lo encontraremos en las alas de los hermanos Wright, en la perfección de la Gioconda y en los bosquejos de maquinas volantes que aplicaban principios de mecánica recién explorados por Da Vinci. Negar las pasiones en el pensamiento equivale a cortarle las alas a la imaginación:

Y si bien es cierto que Séneca es típico hasta más no poder, sostiene tenazmente que el sabio debe carecer de toda clase de pasiones; sin embargo al hacer esa afirmación no dejó en el sabio nada de ser humano, sería como una especie de Dios o un demiurgo, que no ha existido ni existirá nunca sobre la tierra; es más: para decirlo más claro, sería una estatua de mármol con figura de hombre, pero insensible y por completo ajena a todo humano sentimiento. (Erasmus, 1985: 79)

Escribir acerca de la locura es difícil, y más aún pretender hacerlo sobre su historia. Primero, porque ninguno de los que se hacen llamar “cuerdos” saben lo que es estar loco, y tampoco pueden dar pruebas fehacientes de su propia cordura. Y, segundo, porque ninguno de nosotros puede juzgar objetivamente si es bueno o malo estar loco.

Si deduzco que existo a partir del hecho de que pienso (por incierto que sea el sujeto que así se enuncia), nada me asegura que no esté loco. No solo porque en la locura hay pensamiento, sino también porque el pensamiento no es pensable sin la posibilidad de su enloquecimiento. (Major, 1996: 105)

No obstante, del otro lado de la moneda todo es más fácil: todos podemos hablar de la locura, todos sabemos quien está loco, señalamos a los locos (o nos hacemos pasar por uno de ellos), descalificamos una iniciativa tildándola de descabellada o tímidamente aceptamos enloquecer de amor por alguien. De la locura se legisla tratando de establecer sus límites (la vieja argucia de alegar demencia para escabullirse de la justicia impunemente como el dictador Pinochet); se ha plasmado su viva expresión en lienzo (El grito de Edvard Munch); se escriben novelas (el ingenioso hidalgo Don Quijote, ejemplo por excelencia, o las interminables cavilaciones de Juan Pablo Castell en El Túnel de Sábato); se componen canciones (Loco, Andrés Calamaro; Crazy Train, Ozzy Osbourne; Le llamaban loca, Mocedades; El Necio, Silvio Rodríguez; El Waltz de los locos, Nacho Cano; En el muelle de San Blás, Maná); se acuñan expresiones, tales como “perder la cabeza”; o se comparten historias tales como que el amor es ciego y la locura es su lazarillo desde que accidentalmente esta picara los ojos del amor con una vara cuando todas las virtudes y defectos decidieron jugar a las escondidas y la locura buscaba al amor desesperadamente. Como dijera Nietzsche: “En el amor siempre hay algo de locura, mas en la locura siempre hay algo de razón”. El caso es que con razón o sin ella, la locura y los locos han caminado al lado (¿o a la sombra?) de la humanidad, siendo participes de su historia (unas veces perdida, otras veces afortunada) y siendo protagonistas en gran medida de lo más importante: de su espíritu creativo.

La locura no se puede periodizar históricamente, puesto que, por definición de la Real Academia, se trata de la privación del juicio o del uso de la razón. La sinrazón. No existen, no pueden existir, corrientes del pensamiento basadas en la locura, no existe un teórico cuya heráldica le sirva de referencia, así como, por ejemplo, es ampliamente conocido que el marxismo se debe a Marx. No hay evidencia alguna de aportes teóricos y/o prácticos en alguna rama del pensamiento, ¿donde reside el locurismo filosófico? ¿Y el económico? ¿Y el político? Ni hablar del científico. No hay rastros, por lo menos no en teoría. Nos hace falta una herramienta para documentar la huella de los locos y el puesto que ocuparon en el tren desbocado de la civilización. Dispensen si esta tentativa llega a sonar muy descabellada o académicamente poco rigurosa, pero ya entrados en gastos me he tomado la libertad de alucinar un poco e incitar, ¿por qué no?, el debate sobre la construcción de nuevas categorías epistemológicas que nos den luces respecto al rastro que hemos perdido. En defensa de mí descabellada propuesta podría decir que (guardando las abismales proporciones) en su momento Foucault también fue resistido por “alucinar” una historia que no existía:

En síntesis, Foucault fue acusado de haber alucinado una historia de la locura que no figuraba en los archivos de la historia de la psiquiatría. Y, en efecto, allí no figuraba. Porque él había visto algo que los historiadores de psiquiatría no podían ver y, para sacarlo a la luz, había literalmente inventado esa famosa “escena primitiva” de la partición original y siempre recurrente: división entre la sinrazón y la locura, entre la locura amenazante de los cuadros de Bosch y la locura domesticada del discurso de Erasmo, entre una conciencia crítica en la que la locura se convierte en enfermedad y una conciencia trágica en la que pasa a ser creación, como en Goya, Van Gogh o Artaud; partición, en suma, finalmente interna del cogito cartesiano, en la que la locura es excluida del pensamiento en el momento mismo en que deja de poner en peligro los derechos del pensamiento. (Roudinesco, 1996: 18)

Ahora bien, no podemos decir que no se halla trabajado en una historia de la locura, porque evidentemente se hizo, la diferencia radica en la aproximación respecto al objeto. Por ejemplo, encontramos en Roy Porter dos perspectivas diferentes: una Historia social de la locura (1989) (muy descriptiva, que llega incluso a ser casi biográfica), donde basado en fuentes primarias (correspondencia y publicaciones personales como diarios) devela los testimonios de “locos celebres”; y una más reciente Breve historia de la locura (2003) donde la categorización de la noción histórica de la locura obedece a una aproximación etiológica. Así pues, tenemos, en primer lugar, una locura causada por posesiones de demonios, divinidades y/o criaturas supranaturales que se manifiestan o toman venganza a través de dicha posesión. En la baja Edad Media, y con la llegada del cristianismo, tenemos una locura estigmatizada como manifestación de conductas pecaminosas que, con el auge del fanatismo religioso durante la inquisición, serían relacionadas con pactos diabólicos o manifestaciones de la brujería. Posteriormente, y gracias a los avances en disciplinas como la anatomía, la fisiología y la neurología, se empieza a explorar la posibilidad de que la locura tenga su origen en desbalances humorales (líquidos secretados por los órganos corporales), enfermedades del cuerpo somatizadas de manera diferente, arquetipos hereditarios o, incluso, factores psicoambientales. Finalmente, el Renacimiento y la Ilustración nos presentan una imagen del hombre como ser racional que rige todas sus actuaciones de acuerdo con la razón. En consecuencia, todo lo que fuera contrario a esta sería relacionado como manifestación de su pérdida. Así pues, la locura puede tener origen en la mente y no ya en el cuerpo, aunque en este se manifieste muchas veces de manera violenta. Evidentemente, esta es la concepción más aceptada hasta el día de hoy; pero, respecto a la psicología clínica, debemos guardar distancia y distinguir entre la locura y los trastornos mentales con los que frecuentemente se la relaciona. Es probable que un “loco” pueda llegar a desarrollar y padecer un desorden mental, por ejemplo, esquizofrenia, y somatizar delirios de persecución en alteraciones cardíacas (recordemos la delirante angustia que Edgar Allan Poe imprime a su personaje en “El corazón delator”). Pero no todas las personas que sufren un trastorno son locas ni tampoco la locura lleva necesariamente a la pérdida de las capacidades mentales.

De la locura podemos afirmar que su manipulación e interpretaciones son tan amplias que fácilmente podríamos tropezar con un “loco” en cada época histórica, en cada disciplina de la ciencia, en cada rincón del pensamiento y en cada expresión de los sentimientos. Pero, así como reza que “la historia la escriben los vencedores”, no fueron precisamente los locos quienes dieron su versión de los hechos: “la locura nunca tuvo maestro… para los que vamos a abogar sin rumbo perpetuo” (Héroes del Silencio, 1996). Fueron marginados, excluidos y señalados como desadaptados sociales, criminales, herejes y, en el mejor de los casos, enfermos. Pero Foucault los reivindica al darles un espacio donde se puedan hacer ver y la sociedad ya no pueda simplemente desconocerlos como si no existieran:

A estos internados, que por millares pueblan aún nuestros hospitales psiquiátricos, Foucault les presta una voz, una palabra y un discurso. El loco, como el niño o la mujer, durante mucho tiempo ha estado privado del lenguaje y de las palabras. Michel le restituye la palabra […]. Histoire de la foile es una obra capital: probablemente el primer escrito que intentó explicar en profundidad, a través de la historia de la internación, las ilusiones de la ciencia psiquiátrica y los mitos de la medicina mental moderna […]. No sorprende que el interrogante de Foucault sobre los poderes se haya iniciado con una investigación sobre la locura. Pues la locura normalizada es el producto de todas las estructuras alienantes y de todas las exclusiones, de todos los controles, de todos los rechazos y de todas las cuadriculas. (Russ, 1979, citado en Quétel, 1996: 84)

Dado lo mucho que “sabemos” e ignoramos de la locura, la sociedad estructuró una construcción mental paradójica donde el juicio de valor se supedita subjetivamente a las características de esta, en lo que Chomsky (2005) llama el problema de Platón y el problema de Orwell:

Estipulemos que el problema de Platón plantea la cuestión de cómo llegamos a conocer y comprender tantas cosas, dado que tenemos tan pocas evidencias, y que el problema de Orwell plantea la cuestión de por qué conocemos y comprendemos tan poco, dado que las evidencias ante nosotros son tan ricas. No hay contradicción entre ellos, pues los problemas citados surgen en diferentes dominios, estando el de Orwell restringido a las sociedades y su funcionamiento; y, en el caso más interesante, a los rasgos de nuestra propia sociedad.

Es importante la cuestión de las evidencias que nos expone Chomsky, ahí radica la paradoja, puesto que, al ser la locura una construcción mental ligada a su contexto histórico y social, se define con base en ideas hegemónicas propias de cada época histórica y cada tradición cultural: la cosmovisión. Es en este punto cuando se da el quiebre entre los juicios de valor dictados por la mentalidad[2] del colectivo social y el dictamen médico psiquiátrico que en teoría debe tratar y diagnosticar la “enfermedad” con base en evidencias científicas. Pero el dictamen termina siendo relegado a guardia de “la moral y las buenas costumbres”, siendo utilizado como símbolo de señalamiento y barrera de exclusión, tal como lo señaló Foucault al defender su Historia de la locura[3]:

Este libro no pretendía hacer la historia de los locos junto a la de las personas razonables, frente a ellas, ni la historia de la razón en su oposición a la locura. Se trataba de hacer la historia de su partición incesante, pero siempre modificada […]. No ha sido la medicina la que definió los límites entre la razón y la locura, sino que, desde el siglo XIX, los médicos han sido los encargados de vigilar y montar guardia en la frontera. Allí escribieron “enfermedad mental”. Indicación equivale a interdicción. (Foucault, citado en Roudinesco, 1996: 9)

Pero, al volver sobre las evidencias, será evidente que aquello que fue inmoral, hereje, descabellado, opuesto al desarrollo, en resumen: “malo”, hoy nos parecerá no solo “bueno”, normal, sino además genial, ingenioso e incluso indispensable para el crecimiento del pensamiento científico, humanístico y espiritual, para lo que llamamos desarrollo. Puede sonar demasiado obvio, pero no podemos obviar que el pensamiento humano, tal y como lo conocemos en la actualidad, ha debido transitar por diferentes etapas salvando obstáculos propios de su época que representaron una gran dificultad. Juzgar que Galileo era un genio y que su teoría debía prevalecer porque la ciencia así lo demuestra es un anacronismo. Hoy lo sabemos, y no hay duda de ello. Pero debemos contextualizar históricamente y comprender que, aun teniendo razón, en su época su teoría fue toda una osadía y que haberla defendido fue una locura, tan importante como todo el empeño, toda la disciplina y todo el conocimiento necesarios para desarrollarla (me atrevería a decir que incluso más). Este es el punto. No puede haber razón sin pasión y los locos al igual que los sabios han formado parte de la historia, así no sean ellos quienes la escriban, así en su momento no se les reconozca, a pesar de que se les juzgué, se les aislé o se les quiera callar, sus necedades que tienen bastante de ingenio trascienden por encima de la lógica y la razón, mas allá de la censura. En palabras del propio Galileo (1994: 9):

Si para suprimir del mundo una doctrina bastase con cerrar la boca de uno solo, eso sería facilísimo…, pero las cosas no van por ese camino…, porque sería necesario no solo prohibir el libro de Copérnico y los de sus seguidores, sino toda la ciencia astronómica, e incluso más, prohibir a los hombres mirar al cielo.

Referencias

Bierce, Ambrose.  (2001). El diccionario del diablo. Bogotá: Alfa Centauro.

Chomsky, Noam. (2005[1989]). Construcciones mentales y realidad social. Cuadernos de Información y Comunicación, 10. Consultado en http://revistas.ucm.es/inf/11357991/articulos/CIYC0505110047A.pdf.

Erasmus, Desiderius.  (1985). Elogio de la locura. Barcelona: Orbis.

Foucault, Michel. (1986). Historia de la locura en la época clásica (J. J. Utrilla, trad.). México: Fondo de Cultura Económica.

Galilei, Galileo. (1994). Carta a Cristina de Lorena y otros textos sobre ciencia y religión (M. González, trad.). Madrid: Alianza Editorial.

Héroes del Silencio. Avalancha. 1996.

Major René. (1996). Crisis de la razón, crisis de la locura o “la locura” de Foucault. En É. Roudinesco y otros, Pensar la locura. Ensayos sobre Michel Foucault. Buenos Aires, Paidós.

Porter, Roy. (1989). Historia social de la locura (J. Beltrán, trad.). Barcelona: Crítica.

Porter, Roy. (2003). Breve historia de la locura (J. C. Rodríguez, trad.). México: Fondo de Cultura Económica.

Quétel Claude. (1996). ¿Hay que criticar a Foucault? En É. Roudinesco y otros, Pensar la locura. Ensayos sobre Michel Foucault. Buenos Aires, Paidós.

Ramírez, Mario. Psicoanálisis e historia de las mentalidades. Una posible aproximación. Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, 26.

Roudinesco, É. (1996). Lecturas de la Histoire de la Folie (1961-1986). En É. Roudinesco y otros, Pensar la locura. Ensayos sobre Michel Foucault. Buenos Aires, Paidós.

Russ, Jacqueline. (1979). Histoire de la folie. Foucault. París: Hatier.


[2] En efecto, hacia 1900, el término mentalidad es, según Le Goff (citado en Ramírez, 1999): «el sucedáneo popular de la Weltanschauung alemana, la visión del mundo de cada uno, un universo mental estereotipado y caótico a la vez”.

[3] Michael Foucault defendió su tesis el 20 de mayo de 1961 ante un jurado compuesto por Henri Gouhier (presidente), Gerorges Canguihem (informante) y Daniel Lagache. El título original era Folie et déiraison, histoire de la foile á l’âge classique (Roudinesco, 1996).

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