[…] donde en algunas rancherías bajas tomaron cantidad de indios e indias, a los cuales, por castigo de su alzamiento, con bárbara crueldad, les cortaban a unos la mano, a otros el pie, a otros las narices, a otros las orejas, y así los enviaban a que causasen más obstinación en los rebeldes
Aguado (ca. 1568, Libro IV Cap 7), citado en Duque, 1961:362
[…] consta que los Caciques de Suta y Tausa, engañados de las promesas y seguridades del Capitan Juan de Céspedes, le dieron lugar para que con su gente llegase a la cumbre, y que la correspondencia fue coger los pasos del peñol y pasar a filo de espada la mayor parte de indios que lo ocupaban, no conteniéndose solamente con semejante estrago, sino pasando a despeñar nubadas de a quinientos indios juntos
Fernández de Piedrahíta (1668, Cap III), citado en Duque, 1961: 364
No se puede aguantar tanta humillación. Duelen las tripas, se respira más rápido y la sangre sube al cerebro y deja entonces pálida la piel cobriza, el cuerpo parece estallar y la mente alucina bajo el dios Sol. No hay más paciencia, el espíritu no resiste. Preferible huir a las alturas de los farallones, último refugio de la desesperación de miles de sutas, tausas y cucunubaes, a seguir en el maltrato de los encomenderos.
¿A quién se le ocurrió la locura de trepar el único camino para llegar a esas alturas de miedo? Sería a la impotencia de luchar contra los invasores provistos de vestidos de hierro y de mentes recalentadas por la avaricia.
Quién sabe qué planta mágica primigenia impregnó en los chamanes y caciques la idea de obtener paz y libertad en las aparentes inaccesibles alturas. Quién sabe cuál dios dio fuerzas y aconsejó la marcha colectiva a un sitio sin salida, como de locura.
Entre rocas prendidas del filo de la montaña, que arañan el viento en perpetua provocación, suben los muiscas con una ilusión incierta de libertad. Como un espejismo, las rocas parecen ofrecerles protección. Es tanta la desesperación que no hay lugar para la razón. Nadie calculó cuántos días iban a aguantar cinco mil muiscas, ni que la poca agua se acabara, ni que la comida fuera a escasear, ni que los españoles rodearan la montaña y empezaran a subir con sus arcabucos llenos de plomo, ni que los feroces perros de caza los olfatearan, a pesar del presto viento que lleva los olores lejos de su origen.
En 1541, el soldado Pedro Barranco, a punto de llegar a la cima, es atacado con flechas y dardos, pero es una piedra la que lo manda al vacío. Tras él surgen del abismo Juan Gómez Portillo y Pedro Galeano, presagiando uno de los genocidios más grandes de nuestra historia.
Los muiscas van siendo atravesados por las espadas y muertos por el plomo, un disparo desde una brecha del abismo despedaza el cuerpo de un hombre y el pavor aleja a los demás al filo del despeñadero. Acorralados son pasados por el fierro español y otros, sin remedio, saltan al vacío en suicidio colectivo de entre tres mil y cinco mil sutas, tausas y cucunubaes, antes de sufrir la humillación de la esclavitud o de sentir en las entrañas el hierro de los invasores. En el vacío encuentran la libertad.
[…] Juan de Arévalo […] metió y mandó a matar a cuchillo a toda la dicha gente, y así despeñados del dicho peñón como muertos a estocadas y cuchilladas, fue causa que muriesen allí tres o cuatro mil almas, chicos y grandes, hombres y mujeres y niños… (Duque, 1961: 362).
Referencias
Duque Gómez, Luis. (1961). La matanza del peñón de Sutatausa. Revista Colombiana de Antropología, 10:361-364.
Hermida Barrera, Germán. (2007). Música de huesos (y otros accidentes históricos), rutas literarias y otras exploraciones históricas. Bogotá, capital mundial del libro.
Jhon Gómez y César David. Niños guías de Sutatausa, a viva voz, febrero 2011.