El don de la Muerte

«La Muerte es su destino, el don que les concedió Ilúvatar, que hasta los mismos Poderes envidiarán con el paso del Tiempo.»
El Silmarillion, p. 44

Al hablar de su obra, Tolkien afirma «trata de la Muerte y el deseo de inmortalidad. ¡Lo que apenas es más que decir que se trata de un cuento escrito por un Hombre!» (Cartas, No. 203). No hay trabajo humano que no se ocupe del tema de alguna manera. Es una parte tan esencial de nuestra naturaleza, que siempre se manifiesta en lo que hacemos. Pero también es necesario resaltar que Tolkien aborda el problema de la mortalidad desde dos perspectivas: la élfica, una raza aparentemente inmortal, cuyas vidas en verdad son tan largas como el mundo que habitan y su destino, como raza, está determinado por el fin de este mundo. Su verdadera inmortalidad es el recuerdo de las cosas que fueron, pero corren el riesgo de vivir en el pasado y negarse al cambio. Por otro lado, tenemos la mortalidad desde la perspectiva humana: vivimos en el mundo por un tiempo limitado y la obligación de abandonarlo, junto con la incertidumbre de lo que existe más allá, nos agobian hasta el punto de creer que la muerte es un castigo, antinatural, un enemigo que nos atemoriza y del que es imposible escapar. Ambas perspectivas son, en realidad, diferentes caras de la misma moneda. La inmortalidad absoluta no existe (incluso los elfos deben abandonar el mundo tarde o temprano). Ambas razas se enfrentan a la tentación: buscan la inmortalidad a través de caminos diferentes, «la longevidad y el atesoramiento de la memoria» (Cartas, No. 211).

Tanto Elfos como Hombres fueron creados por Eru Ilúvatar, el Único, Padre de Todos (por lo que ambas razas son conocidas como los Hijos de Ilúvatar). A cada uno de sus Hijos, Ilúvatar les concedió un don: los Elfos permanecen en el mundo «hasta el fin de los días, y su amor por la Tierra y por todo es así más singular y profundo, y más desconsolado a medida que los años se alargan.» (Tolkien, 1993a, p. 44). Esta conexión con el mundo, mucho más profunda que lo que cualquier otro ser viviente pueda alcanzar jamás, les permite apreciar su belleza, conservarla y reproducirla. De ellos viene «la mayor buenaventura en este mundo» (Tolkien, p. 43). Sin embargo, el estar tan atados a la existencia del mundo implica una reticencia al cambio. No es extraño que los Elfos más viejos vivan en el pasado, rememorando las cosas que fueron y lamentando su pérdida. En este caso, la inmortalidad consiste en la preservación del pasado en detrimento del presente. Los Elfos que actúan de esta manera han sucumbido a la tentación del Enemigo.

Antes de tratar la relación entre el don de Ilúvatar a los Hombres, la muerte y la inmortalidad, mencionaremos brevemente la evolución de estas ideas en los trabajos de Tolkien antes de que alcanzaran su forma definitiva, una concepción única sobre lo que significa nuestra mortalidad. A lo largo de aproximadamente medio siglo estas concepciones cambiaron varias veces: el resultado final es completamente diferente al original, aunque hay varios elementos clave que se mantuvieron inmutables desde un principio. El problema de la mortalidad humana evolucionó desde una simple reelaboración del mito cristiano hacia algo mucho más original y personal.

La fe católica fue el cimiento más importante en de la vida de Tolkien; por lo que, a pesar de que con el paso del tiempo sus mitos se fueron diferenciando del mito cristiano, este siempre fue una base fundamental para el desarrollo de su obra.

Inicialmente —y no nos detendremos mucho en este punto debido a que es completamente diferente de la concepción de la muerte desarrollada después [1]—, los hombres al morir eran juzgados por los Valary [2], dependiendo del veredicto, enviados a uno de tres destinos posibles: unos van al país regido por Melko [3],«Angamandi o los Infiernos de Hierro, donde pasan días muy malos» (Tolkien, 1990, p. 98); otros (la mayoría) abordan la nave negra, Mornië, que los conduce hacia el sur, a las costas de Arvalin, donde se alcanza a ver Valinor (el Reino Bendecido, el único lugar que no ha sido corrompido por Morgoth). «Allí van de un lado a otro en la sombra, acampando donde pueden; no obstante conocen el canto, y alcanzan a ver las estrellas, y esperan pacientes la llegada del Gran Final» (Tolkien, p. 99); el resto (la minoría) son llevados a Valinor, donde también esperan la llegada del Gran Final «y la música y la luz clara les pertenecen». Vemos en esta concepción inicial un reflejo de las creencias cristianas, con equivalentes al Infierno, al Purgatorio y al Paraíso. Sin embargo, estas ideas fueron abandonadas bastante temprano en el proceso creativo de Tolkien y hacia la mitad de su vida había desarrollado una idea completamente diferente.

Pese a estar determinada por la fe católica, esta concepción parte de una base distinta: el hecho de que la mortalidad nunca fue un castigo. La mortalidad forma parte de nuestra naturaleza y, por lo tanto, hace parte de la obra de Dios (Eru Ilúvatar). Este es el don que Eru otorga a los hombres: la libertad, el que puedan moldear sus vidas más allá de su propio destino y que, a través de ellos, «todo habría de completarse, en forma y acto, hasta en lo último y lo más pequeño» (Tolkien, 1993, p. 43). Este don de la libertad implica que los Hombres no estén atados al mundo, que no encuentren reposo en él y que lo abandonen después de un tiempo. La muerte es el último paso para ser libres.

A partir de este punto las concepciones de Tolkien sobre la mortalidad son difusas. Tolkien narraba sus mitos «a través de las mentes élficas» (Carta no. 131). Es decir, el narrador adopta las perspectivas y juicios de valor de los elfos. Seres que no conciben la mortalidad de la misma manera que los humanos. Lo único que se sabe con certeza es que Eru otorgó dones diferentes a sus Hijos. Pero los interrogantes de por qué la muerte es un don, cuál es el destino de los Hombres al morir y por qué se le teme a algo que debería ser recibido con gozo nunca reciben una respuesta definitiva.

La Athrabeth Finrod ah Andreth (El debate de Finrod y Andreth) es el texto donde se exploran más a fondo las diferentes preguntas sobre el tema. Tal como su título lo indica, el relato es una conversación entre Finrod (rey élfico) y Andreth (Mujer Sabia). El debate entre estos dos personajes permite poner en contraposición el saber élfico y humano respecto a la mortalidad de los Hombres. Y la relación de hröa yfëa [4] respecto a esta. Las opiniones de Finrod y Andreth son contradictorias. Finrod cree que la mortalidad siempre ha sido parte de la naturaleza humana, Andreth cree que la muerte fue impuesta como castigo y que antes los hombres tenían vida eterna. Ambos coinciden en que la condición actual de la humanidad es producto del Mal de Morgoth, quien también ha mancillado el estado actual de los elfos y del mundo.

Andreth cree que los Hombres también fueron creados inmortales y que Morgoth es el responsable de haber cambiado su naturaleza. Finrod cree que Morgoth no tiene el poder suficiente para cambiar la naturaleza de la creación, pues el mundo fue creado por Eru y solo él puede modificarlo. Por lo tanto, para Finrod «muerte es sólo el nombre con que designamos a algo que él [Morgoth] ha mancillado, y por tanto suena maligno; pero intacto sonaría como algo bueno» (Tolkien, 2008, p. 355). Sin embargo, Finrod y Andreth coinciden en que la maldad de Morgoth ha mancillado el mundo, y puesto que sus hröar se nutren de las sustancia que en él se encuentran, ellos también están mancillados. Las vidas de los Elfos no son tan largas como eran en un principio y Finrod cree que a los Hombres les sucede algo parecido.

Por otro lado, puesto que Finrod cree que la muerte fue creada por Eru, concebida originalmente como algo bueno, pero ahora vista con temor por los Hombres, llega a la conclusión de que los Hombres años atrás debieron haber enfurecido a Eru. No hay otra forma de explicar la evolución de los hechos. Andreth comparte con él un relato de los primeros días de los Hombres, aunque ella, y muchos otros, no están seguros de su veracidad: Una Voz les hablaba, velaba por ellos, les instaba a aprender cosas para que pudieran heredar el mundo. Tiempo después llegó una figura vestida de oro y plata, diciéndoles que la Voz venía de lo Oscuro y que solo él podía salvarlos, siempre y cuando lo tomaran por Señor. La última vez que la Voz habló decretó «habéis renegado de Mí, pero seguís siendo Míos. Yo os di la vida. Ahora se acortará, y cada uno de vosotros acudirá a Mí tras un breve tiempo, y ya sabrá quién es el Señor: si aquel a quien adoráis, o Yo, que os hice» (Tolkien, 2008, p.398). A partir de entonces los Hombres comenzaron a morir «con horror y angustia» por temor de ir a lo Oscuro y enfrentarse a la Voz. Después de este episodio, algunos se rebelaron contra su Señor, pues comprendían que habían sido engañados y él era en verdad el Oscuro, no la Voz. Muchos de ellos fueron asesinados por sus compañeros por temor al Señor, pero algunos lograron escapar.

Como podemos ver, este relato guarda grandes similitudes con el Génesis; no obstante, hay diferencias clave: la primera, la muerte es parte de la naturaleza humana, el verdadero producto de la Caída es el miedo a morir; la segunda, el engaño del Señor Oscuro se extendió por varias generaciones y abarcó la totalidad de la raza humana. Debido a que los Hombres cayeron como raza, son castigados de igual manera.

Finrod cree que Eru cambió la naturaleza de los Hombres después de la Caída. Para ello se basa en sus conocimientos sobre la relación hröa-fëa. Para Finrod, cada hröafue creado para albergar un único fëa. Están destinados el uno al otro y, por lo tanto, su separación es antinatural y espantosa. Sin embargo, Eru creó a los Hombres de tal modo que «los corazones de los Hombres buscaran siempre más allá y no encontraran reposo en el mundo» (Tolkien, 1993, p. 43). Finrod ve en este hecho la verificación de que los fëar humanos no pertenecen al mundo, y que no solo están destinados a abandonarlo, si no que deberían hacerlo con júbilo y, como hröay fëa, no deberían estar separados, llega a la conclusión de que, al morir, el fëa de los Hombres se lleva a su hröa consigo. Al completarse este proceso el hröa sería limpiado de la mácula de Morgoth por el poder del fëa. Por lo tanto, el destino de los hombres era redimir y curar el mundo del mal de Morgoth. «Porque Arda Curada no será Arda Inmaculada, sino una tercera cosa aún mayor, y sin embargo la misma» (Tolkien, 2008, p. 365).

Los Hombres ya no son capaces de cumplir este objetivo debido a la Caída. Su fëa parte sin el hröa. Sin embargo, aún es posible recuperar esta gracia y libertad:

[…] dispuesto a morir voluntariamente o […] sometiéndose con confianza antes de que lo obligaran (como lo hizo Aragorn). Puede que esta haya sido la naturaleza del Hombre no caído; aunque la compulsión no lo amenazara: desearía y pediría «continuar» hacia un estado más elevado. La Asunción de María, la única persona no caída, puede considerarse en cierta forma como la simple reobtención de una gracia y una libertad impertérritas: pidió ser recibida y lo fue, pues ya no tenía función en esta Tierra. (Nota al pie Carta 212).

Finrod —aunque esto «no se cuenta en la Athrabeth» (Tolkien, 2008, p. 383) —, conserva la esperanza de que el mundo aún puede ser redimido. «Si en verdad somos los Eruhin, los Hijos del Único, Él no permitirá que los priven de lo Suyo, ni Enemigo alguno ni aun nosotros mismos» (Tolkien, p. 367). Finrod tiene la esperanza de que Eru mismo vendrá a vencer a Morgoth y a curar el mundo. El saber que ese era el objetivo original del Hombre lo lleva a pensar que Eru tomará forma humana para cumplir tal fin.

*El presente texto conserva la forma en la que las palabras preponderantes se escriben en el texto de referencia, El Silmarillion.

[1] Y también porque es difícil determinar las fechas de composición del texto en relación con los otros donde se habla de la muerte como un don. (Véase La música de los Ainur y La llegada de los Valar y la construcción de Valinor en El libro de los cuentos perdidos Vol. 1.

[2] Entidades creadas por Eru, encargadas de mantener el orden en el mundo. Podrían compararse con ángeles y arcángeles.

[3] Melkor en textos posteriores. También llamado Morgoth, el Señor Oscuro. El más poderoso de los Valar, que se reveló contra sus hermanos y en contra del propio Eru en busca de poder. Equivalente a Lucifer en propósitos y origen.

[4] Cuerpo y alma-mente son las correspondencias más aproximadas a estos conceptos.

Bibliografía

Tolkien, J.R.R. (1993). Del principio de los días en C Tolkien (Ed.) y Rubén Masera & Luis Domènech (Trads.). El Silmarillion(pp. 35-44). (14ª Ed.). Buenos Aires, Argentina: Minotauro. (Trabajo original publicado en 1977).
Tolkien, J.R.R. (1993). Cartas de J.R.R. Tolkien. (1ª Ed.). H. Carpenter & C. Tolkien (Comps.) y Rubén Masera (Trad.). Barcelona, España: Minotauro. (Trabajo original publicado en 1981).
Tolkien, J.R.R. (1990). La llegada de los Valar y la construcción de Valinoren C. Tolkien (Ed.) y Rubén Masera (Trad.). El libro de los cuentos perdidos Vol. 1. (pp. 82-117). Barcelona, España: Minotauro. (Trabajo original publicado en 1983).
Tolkien, J.R.R. (2008). Athrabeth Finrodah Andreth en C. Tolkien (Ed.) y Estela Gutiérrez Torres (Trad.). El anillo de Morgoth. (pp. 345-418). Buenos Aires, Argentina: Minotauro. (Trabajo original publicado en 1993).

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