El campus universitario como reflejo de una profunda transformación: 16 de Mayo de 1984


16 de mayo de 1985

David Enrique Guarnizo. Serie “Hezbollah”. Litografías sobre papel Fabriano 100g. 2008.

El movimiento estudiantil colombiano del siglo XX ha sido de gran importancia en las luchas sociales, a la vez que ha sido un escenario de represión estatal. El 16 de mayo de 1984, día en que ocurrió un desalojo violento de la Ciudad Universitaria (Universidad Nacional de Colombia-Sede Bogotá), marcó un antes y un después en este establecimiento educativo. Este trabajo hace parte de una investigación llevada a cabo en el 2008 en el marco del Proyecto Memoria y Palabra (Proyecto Memoria y Palabra trabaja desde 2007 los temas de la memoria colectiva y la historia oral. Últimamente se ha dedicado a la recuperación de fuentes orales de investigadores sociales. Los primeros resultados de la investigación sobre el 16 de Mayo se presentaron en el XV Congreso Internacional de Historia Oral, en Guadalajara, México, en septiembre de 2008), en la cual se realizaron 10 entrevistas a personas que vivieron los hechos, talleres de reconstrucción de memoria con egresados alrededor de esta fecha y conmemoraciones en 2008, 2009 y 2010.

Los años ochenta, en todo el país, se caracterizaron por la tendencia nacional a la política de seguridad y al Estado de Excepción. En 1982 sube al poder el presidente Belisario Betancourt, quien logra la presidencia atenuando su discurso conservador con una propuesta de unidad nacional y empieza un proceso de paz que fracasa con los grupos guerrilleros.

La Universidad Nacional de Colombia, en este contexto, vivía un ambiente tenso: se dieron desapariciones forzadas por un Estado represor, aunque débil. Los años ochenta son recordados por los egresados de las universidades públicas como años de muertes y desapariciones. Existe, por ejemplo, la memoria de los estudiantes muertos en las pedreas (Los estudiantes y trabajadores de los años 80 entrevistados por el grupo y participantes de los talleres de reconstrucción de memoria, prefieren quedar en el anonimato, por lo cual, de aquí en adelante, serán se nombrarán con un seudónimo. Agradecemos su participación.) y desaparecidos de la Universidad Distrital y de la Nacional de Bogotá. También se recuerdan los estudiantes muertos que eran militantes de los grupos armados y que morían en las operaciones (Entrevista a Fernando). Estas muertes eran vistas, por los estudiantes no militantes en general, como muertes en vano.

Una ciudad universitaria

En 1984, la Universidad Nacional era un espacio verde muy amplio, separado de la ciudad por una reja puesta en 1976, como algunos pensaban en la época, para proteger a la ciudad de los estudiantes (entrevista a Fernando). Dentro, las residencias femeninas y masculinas albergaban a un millar de estudiantes, y el restaurante daba desayuno, almuerzo y comida a otro tanto. Las actividades académicas, culturales y deportivas, más los espacios de socialización, permitían al estudiante pasar semanas sin tener la necesidad de salir. Este espacio también era el hogar de los cientos de estudiantes de provincia que encontraban allí, en las residencias, su lugar.

Las residencias femeninas habían permanecido sin mayor alteración y eran un ejemplo de organización. Los problemas se daban en las residencias masculinas, donde se presentaron casos de tráfico de drogas, de hacinamiento y otros eventos que preocupaban a la administración y que, a la final, le dieron argumentos para proceder a su clausura en 1976. Sin embargo, los estudiantes lograron retomarlas (las residencias tomadas son hoy el Edificio Uriel Gutiérrez y la Unidad Camilo Torres) en 1982 con un gran esfuerzo organizativo, ya que empezaron a funcionar de nuevo sin apoyo institucional. Fueron rebautizadas con el nombre de Alberto Alava, líder estudiantil asesinado el 20 de agosto de 1982.

Pero mantener las residencias controladas por los mismos estudiantes no fue bien visto por las directivas, pues retornaron antiguos problemas como la venta de drogas, la formación de grupos antidrogas, conflictos violentos, presencia de grupos armados y hacinamiento. Entre otras cosas, lo que impedía que las residencias fueran un lugar agradable para vivir y estudiar. Esto último fue lo que la administración utilizó como argumento para estar en contra de las residencias en general, a pesar de que las femeninas seguían siendo ordenadas y tranquilas (Entrevista a Laura). La tesis en la que “las residencias eran desorganizadas y caóticas, y en los comedores almorzaban muchas personas externas al campus”, como aún se recuerdan hoy en día, ha borrado de la memoria un argumento que también motivó su desaparición: el proceso de privatización que se empezó a sentir en los años 80’s (Entrevista a Oscar). No se ha profundizado lo suficiente sobre los motivos económicos y sobre la transición hacia un cambio de modelo de universidad -según algunos de los entrevistados- que influyeron para cerrar aquellos lugares. “Lo que se avecinaba tenía que ver con la privatización de la educación pública, y esa privatización era de esos servicios de bienestar que estaban beneficiando a un grupo importante de población y que seguramente eran usados por cuanto grupo existiera para fortalecer sus trabajos” (Entrevista a Oscar).

16 de Mayo: día del desalojo, fin del bienestar

El 16 de Mayo, además del día de una pedrea como en general suele recordarse, es el fin de un campus que mal que bien y con todos los problemas que acabamos de enumerar, era una Ciudad Universitaria. Vale la pena detenerse de todas maneras en ese día porque no solamente fue una pedrea más que se tomara como excusa para hacer las reformas ya mencionadas, sino porque fue un desalojo violento que hoy en día permanece en la impunidad.

A partir de las entrevistas realizadas se ha encontrado una variedad de versiones sobre el inicio de la pedrea de ese día: si ésta estaba planeada o no. Lo que sí es claro en todas es que los estudiantes nunca habían vivido algo así. Se quemó un bus en la Plaza Che y comenzó la pedrea en la puerta de la Calle 26 hacia medio día, pero al poco tiempo del inicio, una explosión, que no se sabe de qué lado fue, dio entrada de escuadrones motorizados de policía que nunca se habían visto; las residencias fueron desalojadas de manera violenta por militares y policías, sacando a las personas arrastradas, rompiendo vidrios y lo que encontraran en las habitaciones. Mientras tanto, las personas que estaban cerca de la calle 26 veían cómo personas de civil atacaban con armas de fuego o armas blancas. Un estudiante que fue herido al comenzar la pedrea y que estaba refugiado en las residencias Alberto Alava dice: “Recuerdo que traté de reponerme; recuerdo haber visto ya tres estudiantes heridos. Acababa de empezar la pedrea y no llevaba más de media hora cuando entró la policía. Me acerqué a la ventana y ya estaban escuchándose los disparos”. Fernando afirma: “Los azulejos cuerpos de seguridad estaban armados dentro de la Universidad con cuchillos y apuñaleaban a la gente” (entrevista a Fernando).

Es importante mencionar los hechos, no sólo por la impunidad que persiste, sino también porque no fue una pedrea normal: la policía fue la que desalojó las residencias y las destrozó. Los que vivían allí tuvieron que sacar sus cosas y, según el registro del periódico El Bogotano de los días posteriores, quedaron en la calle, pues las residencias fueron cerradas para siempre y la Universidad, al parecer, no respondió. Algunos dicen que como el conflicto no lo logró solucionar, la institución recurrió a la policía.

Muchos estudiantes provincianos volvieron a sus regiones, y algunos de los bogotanos, tras la falta de noticias sobre la apertura, entraron a otras universidades. Durante el período de cierre, algunas maestrías, como la de Historia y Literatura, fueron abiertas, y quienes estaban en esos programas ahora hablan de la desolación del campus durante esos meses. El campus fue abierto y las clases reanudadas en abril del 85, para terminar el semestre interrumpido.

En 1985, los estudiantes encontraron bastantes cambios: en los terrenos del occidente de la universidad se construyeron residencias de militares (hoy llamadas Rafael Núñez) y desaparecieron para siempre las residencias tanto femeninas como masculinas, convirtiéndose en edificios de aulas e investigación el Edificio Manuel Ancízar, el Edificio de Diseño Gráfico y el Edificio Antonio Nariño; el Edificio Uriel Gutiérrez y la Unidad Camilo Torres se convirtieron en oficinas. Las cafeterías también desaparecieron para darle lugar a las cafeterías pequeñas y privadas, reduciendo, con todo esto, el acceso de los pobladores de otras regiones y de los más pobres a la Universidad.

Pero no sólo cambió el campus y se disminuyó el acceso a la Universidad, sino que también se cerró un proceso estudiantil, como afirma un entrevistado: “El 16 de Mayo es simbólico porque se rompe un tejido que se había venido construyendo” (Entrevista a Oscar).

La memoria del 16 de Mayo

En 1985, el regreso a clases fue confuso. La ausencia de muchos estudiantes que no se sabía si habían regresado a sus casas o habían desaparecido ese 16 de mayo aumentaba la tensión y el miedo en el ambiente. Apareció una publicación estudiantil, que no duró mucho, titulada: 16 de Mayo, la cual buscó denunciar los hechos, aunque sin recibir el suficiente eco. Uno de los entrevistados afirma que una de las rupturas que también se generó a partir de esa fecha fue que una universidad que estaba volcada hacia afuera, apoyando los movimientos urbanos nacientes, se replegó y se ensimismó, para posteriormente dedicarse casi exclusivamente a pensar en la propia dinámica universitaria.

Sin embargo, el 16 de Mayo es un día que persiste en la memoria de las nuevas generaciones por varios factores. Por una parte, los profesores y padres de los actuales estudiantes que vivieron ese momento quedaron marcados por él y lo transmiten desde su experiencia vivida. Por otro lado, las organizaciones y grupos estudiantiles independientes se han encargado de realizar ejercicios conmemorativos todos los años. Aun así, se corre el riesgo de que los hechos violentos y la impunidad, persistente 26 años más tarde, se quede sólo en una simple denuncia, si no se hacen los análisis profundos y contextualizados de lo que significó ese día para la Universidad y para sus estudiantes.

Elizabeth Jelin afirma en su libro El pasado en el futuro. Los movimientos juveniles. Siglo XXI que si una generación que no vivió los hechos no obstante los conmemora o recuerda, estamos ante un proceso de memoria histórica, es decir: ante una memoria establecida y transmitida que, a pesar de que no se vivió, se conmemora. La memoria histórica de la Universidad Nacional, en especial la de los estudiantes muertos y desaparecidos y la de los movimientos estudiantiles que en cada momento están enmarcados en una coyuntura, persiste y se transmite a pesar de la Universidad misma como institución que muchas veces omite abordar estos temas. La memoria histórica de la Universidad es una memoria que se basa en los muertos, olvidando muchas veces que con estas vidas se han perdido luchas por el bienestar y por una educación de calidad. Pero, ¿por qué la memoria estudiantil está basada en los muertos? ¿Por qué no se recuerda el 16 de mayo de 1984 como el día del fin del bienestar, sino como el día de una masacre? Tal vez por la costumbre de hacer una historia heroica; tal vez por la necesidad de olvidar que no sólo se han perdido vidas, sino que también se han perdido luchas: que se ha perdido el derecho a la educación de calidad y con condiciones materiales. La historia oral es la única manera de acceder a ciertos hechos, por eso, para el tema concreto del movimiento estudiantil, no hay otras fuentes que nos puedan dar, no sólo el relato de los hechos, sino también las percepciones de los estudiantes. La historia oral, complementada con fuentes convencionales, podría ser tratada como una fuente más, pero en este caso es el centro de la investigación, porque más allá del hecho se quiere ver el proceso, y ese proceso no se deja ver en las fuentes escritas. Las reformas a la Universidad Pública, en relación con todo un proyecto nacional de reducción de costos y el fin de los servicios de Bienestar Universitario y la capacidad de los habitantes de las regiones de estudiar en Bogotá, son el principio de un proceso de privatización paulatina que transformó la Universidad como ciudad universitaria.

Fuentes

Entrevistas

Entrevista a Germán, estudiantes de Ingeniería. No participaba en movilizaciones.
Entrevista a Fernando estudiante de Diseño grafico, participante del movimiento estudiantil sin militar en ninguna organización.
Entrevista a Laura, estudiante de psicología. No militaba con nadie pero participaba en movilizaciones.
Entrevista a Óscar, estudiante de bachillerato que estaba de visita y participo en el tropel de ese día por invitación de algunos amigos.
Entrevista a Pedro, estudiante de Sociología y militante del M-19.

Prensa

La prensa que reportó los hechos del 16 de Mayo y de los días siguientes: Periódico El Tiempo, Periódico El Espectador, Periódico El Espacio, Periódico El Bogotano, Revista Semana, Revista Cromos.
La prensa estudiantil se encuentra en el Archivo Central de la Universidad Nacional de Colombia en la Sede Bogotá.

Referencias

Archila, Mauricio (2003) 25 años de luhas sociales en Colombia. 1985 – 2000.
Jelin, Elizabeth, (2002) Los trabajos de la memoria. Buenos Aires. Siglo XXI.

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