Guerra, escenario de muerte


Funeral. Alejandro Gordillo.
Funeral. Alejandro Gordillo.
Funeral. Alejandro Gordillo.
Funeral. Alejandro Gordillo.

El teatro permite contemplar un espectáculo que convoca a los sentidos y a las emociones humanas más complejas, es válido entonces considerar ¿la guerra, como el teatro por excelencia de la muerte? Pensar en guerra necesariamente implica pensar en aquello que la atraviesa, desde los instintos más primitivos del sujeto hasta lo que se reproduce en la colectividad de la máquina bélica, aquello que se busca, lo que se evade, lo que llama la atención, de lo que se habla, a lo que se teme, lo que se festeja frente a la desgracia del otro. Esto ya que, quien sobrevive lo hace para contar su proeza o para homenajear al muerto. Así como en toda guerra, la existencia de muchos es suprimida tras el paso de la protagonista, dueña y poseedora de las más grandes pasiones, miedos y aberraciones. La muerte, es esa tan inesperada que llega como una invitada sin haberlo sido, la muerte… un fin definitivo, la consumación de la vida, la derrota, la victoria…

En primera instancia, conviene realizar algunas aseveraciones de lo que es la guerra. ¿Qué es la guerra? Bouthoul (1971, p. 35) sociólogo francés, considera este fenómeno como una forma de violencia que tiene como característica esencial ser metódica y organizada respecto a los grupos que la hacen y a la forma como la dirigen. Además, está limitada en el tiempo y en el espacio y sometida a unas reglas jurídicas particulares, extremadamente variables según los lugares y las épocas. Su última característica es la de ser sangrienta, ya que, cuando no comprende la destrucción de vidas humanas, es un conflicto o un intercambio de amenazas. Bouthoul, también se refiere a la guerra como el fenómeno social más espectacular, presente en todas las sociedades humanas, pasa de generación en generación y sirve de punto de referencia en la historia.

Por otro lado, la guerra de acuerdo con Karl Von Clausewitz (2002) es en su esencia un duelo donde se busca imponer la voluntad por medio de la fuerza física a otro. La fuerza es un medio que se vale del arte y de la ciencia para alcanzar el objetivo de dominar a un adversario, para lograrlo se deberá tener el propósito de desarmar a dicho enemigo. Advierte Clausewitz que la guerra es un asunto peligroso donde no se puede ignorar el eventual exceso de fuerza de parte de los bandos enfrentados que ocasionarían un derramamiento de sangre, pues si bien los hombres por medio de la política y las leyes han llegado a una serie de acuerdos sobre los límites en la guerra, habrá un elemento adicional que se juega en la guerra de vital importancia: la intención hostil, que funcionará de forma similar al combustible, como generador de la candela de las pasiones que se manifiestan en el teatro de la guerra.

Toynbee (1952), afirma que hasta los tiempos modernos la guerra fue considerada casi universalmente como algo que en sí mismo no requería justificación. Desde luego, se reconocían sus rémoras y horrores pero en el peor de los casos se la condenaba como un mal inevitable, una calamidad, un azote enviado por Dios, de la misma inconfesable naturaleza de la peste (1952, p. 29). « […] en la guerra, entran en acción las más nobles virtudes del hombre: valor y renunciamiento, fidelidad al deber y una disposición al sacrificio que no se detiene siquiera ante la ofrenda de la misma vida» (1952, p. 31).

Entre la vida y la muerte

Mediante diversas técnicas «legales» la violencia se justifica para unos a través de leyes, y se estigmatiza en otros por no pertenecer a ese grupo de privilegiados, quienes tienen el derecho de irrumpir las normas impuestas; el asesinato se legitima en un ejército militar, que vistos sus integrantes como cualquier ciudadano se catalogarían como agresores y/o criminales, pero al pertenecer a una institución del Estado y debido a que la profesión de ser soldado amerita que realicen ciertas acciones para salvar su vida, la lógica es otra. «La situación moral está dada en ser o no ser; actuar o declinar; combatir o rendirse; vivir o morir» (Vilamarin, p. 186), lo que produce la trasmutación de valores que la misma sociedad y la cultura han establecido; de acuerdo con lo anterior, es posible desechar los preceptos culturales temporalmente o de forma permanente debido al marco en el que figura la guerra.

La guerra es entonces el escenario donde convergen el héroe y el asesino, es otro universo psicológico donde los valores están invertidos y en la cual se encuentra como algo natural la matanza de miles de jóvenes; además de ello el refuerzo que la doctrina militar enseña juega un papel fundamental en la mentalidad del combatiente, dado que el objetivo de la ofensiva es destruir al enemigo y la mejor defensa es el ataque. De lo anterior, bien hace en afirmar Freud (2006) que «al suprimir la comunidad el reproche, los hombres cometen actos tan crueles que no habían sido compatibles con el nivel cultural».

En la línea de ideas, la teoría freudiana, ha hecho mención de un instinto de destrucción o de muerte en todo ser vivo, mediante el cual se puede valer para transformar la vida en un cuerpo inerte; sin embargo, también prevalecen instintos eróticos, mediante los cuales se establecen lazos afectivos. De ahí que, todo movimiento militar es significativo para el combatiente, porque se trata de vida o muerte, de supervivencia o destrucción, según Arbeláez (1992), en la guerra, habrá de procurarse que el propósito del mando y el de las tropas sea el mismo, para que al compartir la vida y el riesgo de perderla no se tema al peligro (p. 27), de esta manera el instinto de destrucción se torna hacia afuera, es dirigido al oponente; paralelamente el jefe tiene a su cargo las vidas del pueblo y la seguridad de la nación, lo que implica que él, como sus soldados, protejan su existencia y la de su pueblo, destruyendo la vida ajena.

Al llegar a este punto, cabe señalar cierta actitud hacia la muerte en la cual se ha anulado u olvidado la existencia del hombre, pues son pocos o realmente ninguno los que contemplan el momento de su propia muerte o la de sus seres queridos; incluso hay una especie de veneración cuando alguien fallece y se llega a otorgar más respeto al muerto que al vivo. Desde el punto de vista de Freud, «en el inconsciente, cada uno de nosotros está convencido de su inmortalidad» y «la vida se empobrece, pierde interés, cuando la máxima apuesta en el juego de la vida, que es la vida misma, no puede arriesgarse» (p. 291).

En el conflicto bélico, la muerte sí existe para quienes la integran, y esta arrasa no solo con un individuo, sino con un gran conglomerado de estos, entonces la vida recobra su interés (puede arriesgarse) y cada uno de sus participantes, por muy buenos guerreros que puedan ser, no son invulnerables para otros; como existe la posibilidad de vivir frente a la muerte del oponente se encuentra la de morir a manos del enemigo. En contraste con esta situación, cabe mencionar lo escrito por Freud acerca del hombre primitivo, quien tenía una postura contradictoria frente a la muerte, tomándola en serio al reconocerla como la supresión de su vida y negándola o reduciéndola a nada frente a la muerte de alguien ajeno a él, su enemigo.

La paradoja de vida-muerte que se revela en la guerra da cuenta de aquello que se juega en el espíritu humano como lo llama Clausewitz, es un elemento del azar que cada combatiente aporta y es su propia voluntad de vivir o morir; no es posible medir a priori del combate el valor, la intrepidez o la temeridad, pero una vez el soldado se ve cara a cara con la muerte en el calor de la confrontación sabrá que tanto aprecia su propia vida, podrá eventualmente defenderla a toda costa o sacrificarse a cambio para salvar a sus compañeros.
Clausewitz (2002) rescata la importancia que tendrá en el ejercicio militar que los combatientes muestren tener un elevado sentido del valor y una alta confianza en sí mismo, pues entre mayores sean estos habrá más espacio en la guerra para lo accidental, es este factor del espíritu humano que escapa de todos los cuidadosos planes de los estrategas de la guerra.

Freud (1932) en su carta a Einstein advierte que la naturaleza atrayente de la guerra podría explicarse por impulsos de dos clases; el impulso de eros y el impulso de destrucción, estos al parecer no pueden actuar aislados y es el accionar de ambos en el sujeto lo que permite los fenómenos de la vida. (p. 193). Por esta suerte de contradicciones y presiones internas que están presentes en los seres humanos, la guerra aparece ante el sujeto como aquel escenario lleno de incertidumbres donde podrá jugar con estas fuerzas e impulsos, donde puede enfrentar sus temores y hacer algo al respecto protegido en la institucionalidad.

Finalmente, la guerra es el contexto donde la ambivalencia vida y muerte confluyen en su complejidad, permitiendo a quienes la integran descargar todo su instinto destructivo sin contemplar ni alarmarse por cuanto puedan hacer al oponente de una forma legítima ante la sociedad, pues contrario a lo que pasaría con cualquier ciudadano, las acciones en contra del oponente se convierten en virtudes militares, dignas de admiración; por lo tanto, basado en su preservación hacía la vida propia, el combatiente se encarga de concluir la existencia del enemigo. «En este proceso suicida, la fábrica social entera se convierte en combustible para alimentar la llama» (Toynbee, 1657, p. 159), una llama que se expande atrayendo la muerte y desvaneciendo por ende la vida humana.

Bibliografía

Arbelaez, F. (1992). El arte de la guerra del maestro Sun Tzu. Colombia: Tercer mundo (Eds.).
Clausewitz, K. (2002). De la guerra. Obtenido de  http://www.librodot.com
Freud, S. (2004). Obras completas Sigmund Freud. 2da Ed. 10a reimp. (Jose Luis Etcheverry, Trad). Buenos Aires- Madrid: Amorrortu. (Original publicado en 1920-1922).
Freud, S. (1975). ¿Por qué la guerra? En S. Freud, Obras completas (Vol. 22). Buenos Aires, Argentina: Amorrortu.
Real Academia Española (2010). Vigésima segunda edición. Madrid:España.
Toynbee, A. (1952). Guerra y civilización (Jorge Zalamea, Trad.). Buenos Aires: Emecé S.A. (Eds). (Original publicado en 1657).
Villamarín, L. (1990). Ganar la guerra para conseguir la paz. 2da Ed. Colombia, Bogotá: Villamarín, Luis (Ed).»

Previous Cruzando el mar de la muerte, la música como canoa
Next Sacrificio y deseo ascenso hacia la Inmortalidad