Cuando se habla de censura en Colombia, inevitable e irremediablemente se cae en el régimen de facto encabezado por el general Gustavo Rojas Pinilla.
Llegado al poder en medio del respaldo nacional, con la excepción de un pequeño grupo de conservadores laureanistas, Rojas aprovechó para hacerse con la presidencia el lio surgido entre el presidente constitucional Laureano Gómez y el designado Urdaneta Arbeláez, popularmente conocido como el sordo, cada uno de los cuales reclamaba para sí la primera magistratura del país.
Rojas tomó como argumento la que denominó vacancia del poder para quedarse con la presidencia, durante la cual evidentemente hizo obras de progreso para el país: mejora de la red nacional de carreteras, construcción del aeropuerto de ElDorado, introducción de la televisión, construcción del Hospital Militar Central, desarrollo de San Andrés. En otros aspectos no fue tan afortunado como cuando las tropas gubernamentales el 8 y 9 de junio abrieron fuego sobre los estudiantes de la Universidad Nacional y además, desperdicio el caudal político que lo respaldaba. Quizá lo que más molestó a los colombianos fue la llamada ANAC, o sea, la Asamblea Nacional Constituyente, con la cual buscó perpetuarse en el poder y para este mismo efecto nacieron en Bogotá dos periódicos encargados de ensalzar a la familia presidencial como se la denominaba en ciertos círculos: el excelentísimo señor presidente de la república teniente general jefe supremo, Gustavo Rojas Pinilla»(tal era su título oficial; los caricaturistas lo llamaban gurropin, tomando las primeras sílabas de su nombre), su señora esposa Carola Correa de Rojas Pinilla y su hija, la nena posteriormente llamada capitana, María Eugenia Rojas Correa, cuyo pretendiente era Samuel Moreno Díaz.
Uno de esos periódicos fue el Diario Oficial, pero no el de siempre, el de los edictos y los contratos, sino uno político, cultural (muy bueno en esa área), deportivo, social, etc. Se editó en una máquina Goss headliner, al parecer traída para otro diario y que terminó en manos del régimen. Se imprimía en un moderno edificio, el primero en construirse entre la ciudad universitaria y Eldorado: la antigua sede de Inravisión. El otro periódico era el Diario de Colombia, que funcionaba en calle dieciséis, arriba de la carrera sexta, costado sur, media cuadra de la antigua sede de La República.
Una de las características importantes que se vio en el Diario oficial era el miedo y la incertidumbre. El miedo que tenían los empleados cuando al entrar a trabajar en el edificio de Inravisión, había a lado y lado tendidos en el suelo haciendo campamento tropas gubernamentales con cuatro o cinco días de permanencia sin ninguna medida de aseo por lo cual el ambiente era constantemente enralecido, la idea era que se temía que el pueblo enojado con Rojas Pinilla fuera a tomar medidas de hecho, a invadir el Diario Oficial y entonces la fuerza pública se encontraba lista para repeler a los presuntos insurgentes. De la misma forma en el techo había acantonado un pelotón que tenía una ametralladora pesada para el mismo objetivo, por consiguiente la actividad del trabajo estaba enmarcada en la incertidumbre y el miedo, como se indico.
El Tiempo y El Espectador le hacían oposición a Rojas. Para frenar esa oposición sus textos eran revisados por los censores oficiales. Finalmente estos diarios resultaron cerrados y así nació Intermedio.
El Diario Oficial también tenía censores. Pero como no hay censura completa tuvieron dos formidables gafes como se decía en ese entonces. Había muerto en Italia una que llamaríamos ahora dama de compañía» y su cadáver había aparecido en la playa de Ostia. ¿El homicida? Un ministro. Como en Bogotá había fallecido una dama peculiar, de nombre Emma Tarazona, de la cual se aseguraba tenía que ver con alguna persona prominente entre los allegados al régimen, los periódicos capitalinos todos los días dedicaban gran espacio al escándalo de la playa de Ostia. Como decían las abuelas de antes: sátiras a Santander para que las entienda Bolívar. Y los censores oficiales nunca se dieron cuenta.
Otra pifia que se presentó en el Diario Oficial: algún linotipista escribió incorrectamente un texto social, en donde se decía que entre los asistentes a una encopetada reunión había estado la señorita María Eugenia Rojas y su esposo, el oficial N.N. Como eso no era así y no era ningún esposo sino un simple edecán, la ira en palacio fue de marca mayor y el miedo en el Diario Oficial extraordinario. Los censores por supuesto no se dieron cuenta.
Cerró el Diario Oficial por determinación de la Junta Militar que sucedió a Rojas. La razón: Un alto funcionario del periódico invitó a todo el personal a tomarse un vaso de whisky. Antes del brindis escribió en un gran número de ejemplares: «Rojas si, viva la junta. Luego extrajo un revólver, lo colocó sobre la mesa y manifestó: “esta es la consigna”. Repartidos los periódicos así marcados en Bogotá, ocurrió la consecuencia ya dicha. Aún vive quien fue testigo presencial: un corrector de pruebas de ese periódico, que fue dirigido por el ex ministro de educación Manuel Mosquera Garcés.
El otro periódico oficialista fue el Diario de Colombia, dirigido por Gilberto Álzate Avendaño, «El mariscal», como lo conocía el país.
A la caída de Rojas este periódico también cerró. Lo editaba Granadina de publicaciones que les quedó debiendo todos los sueldos y prestaciones a sus empleados.
Ellos embargaron el único bien de la Granadina, la rotativa, gemela a la del Diario Oficial. Mientras el juicio avanzaba la máquina fue lavada, petrolizada, enfundada.
Tiempo después se hizo un muro quedando emparedada en el local donde luego funcionó ICODES, (Instituto para el Desarrollo Sostenible). Y cincuenta y cinco años después, como que allá sigue, entre muros, vaya a saber.
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