La semilla en el corazón
Héctor Ochoa, el autor de la canción colombiana más bella del siglo XX, “El camino de la Vida”, decía en una entrevista que hay que sembrar la semilla en el corazón, refiriéndose a la música Colombiana, para que siempre quede guardada en lo más profundo de nuestro ser. Y aunque lleguen influencias de otros ritmos musicales foráneos, siempre nuestra música este primero. Pone de ejemplo el nacionalismo de los mejicanos y el arraigo cultural cubano, donde a los niños desde la más temprana edad se les inculca su música nacional quedando depositada para siempre, sin importar que lleguen después los gustos por otros ritmos.
Lástima que la idiosincrasia del colombiano este llena de prejuicios y complejos respecto a nuestra propia cultura. Por algo el famoso Goyeneche, el legendario candidato presidencial de los estudiantes de la Universidad Nacional, dentro de su esquizofrenia genial, se le achaca la famosa frase “que los colombianos de clase baja quieren ser mejicanos, los de clase media gringos y los de clase alta europeos”. En realidad no se sabe quién dijo esta frase, pudo ser un militar leído, un político inteligente, un poeta resentido o cualquier profesional de la salud desocupado.
Lo cierto es que es verdad. O sino, cumpleaños, reconciliación o conquista con música de cuerdas o acordeón no vale, vale la serenata con mejicanos, con su vestido charro, camioneta y amplificador a bordo. O sino, disco que se regale o concierto a que se asista, ha de ser de jazz, blues, rock o de cualquier baladista español o argentino, eso vale, pero de ¿música Colombiana? eso suena muy “Folclórico”.
Pero lo peor, es que algunos con indolente pretensión excluyen lo tradicional nacional y popular por considerarlos de menor cuantía. Están engramados en un esquema mental cerrado, por supuesto contradictorio a la cultura amplia que creen poseer. Su validez cultural es solo para lo clásico universal, reconocido en las altas esferas; pero lo nacido del pueblo, por no ser académico, es barro. Hablan con desdén del vallenato, del porro, de las cumbias, del currulao y de la música andina. En cambio alardean de la música clásica, del jazz, del blues, de los tangos de Piazzolla. Seguro olvidan, o no saben que la música ha surgido del pueblo, de lo popular. El jazz y el blues surgieron de los barrios pobres de negros con la herencia de los ritmos africanos. Y qué decir del tango, nacido de los bares y prostíbulos de Buenos Aires. Sembremos primero la semilla de lo nuestro.
¿Porque hablamos mal y despreciamos oír un vallenato? escuchemos sobre todo los antiguos, los de cuerda, los de Escalona y vamos a encontrar el relato, la poesía. Cuanta poesía no hay en la “casa en el aire” o lo épico en “La custodia de Badillo”. Recordemos que a Juan Gossain y a Daniel Samper Pizzano los nombraron miembros de la academia de la lengua para que reconstruyan el mundo juglar y poético del vallenato. ¿Por qué no oír una carranga en mano de músicos raspa -raspa como los hay en pueblo viejo, aquí en Cota. La cultura no es solo lo sublime y académico; es lo popular, lo folclórico representado en los bienes materiales y espirituales, en las pautas de conducta, actitudes, hábitos e instrumentos, que actúan directa e indirectamente para satisfacción de necesidades biológicas, estéticas, religiosas, mágicas, etc. La cultura no es sólo títulos y diplomas; es convivencia, arraigo, identidad. Parte de la cultura es la formación académica, el reconocimiento a una buena labor. La cultura lo es todo, hasta la agricultura. Por eso se habla de muchas culturas: ciudadana, artística, política, de salud, deportiva, gastronómica. Sembremos la semilla de “primero lo nuestro” y después que este en el corazón, bienvenidos Piázzola, Beethoven, Vivaldi, The Beatles, Vangelis, etc., etc.