La última tarea del Wilhelm Gustloff


Wilhelm Gustloff

El 30 de enero de 1945, unos pocos minutos después de las 21 horas, los cerca de 10.500 pasajeros del Wilhelm Gustloff se sacudieron con el impacto de una explosión. Casi inmediatamente, el buque fue estremecido por otras dos explosiones, y empezó a inclinarse en una carrera ya sin remedio hacia el fondo del helado mar Báltico.

En el lugar donde ocurrió este suceso, hoy marcado en las cartas de navegación polacas como “Obstáculo N° 73: 55.07° N, 17.41° E”, perdieron la vida más de 9.000 personas, lo cual convierte al hundimiento del navío alemán Wilhelm Gustloff en la más grande tragedia marítima de la historia.

Descansar para poder dominar

La historia del Wilhelm Gustloff comienza el 5 de mayo de 1937, cuando este magnífico buque de 25.000 toneladas fue botado a las aguas. El Gustloff fue construido para servir a los propósitos de una institución de la Alemania nazi conocida con el nombre de Kraft durch Freude (Fortaleza por medio del Goce), cuya naturaleza resulta difícil de entender a quienes no hemos vivido bajo el totalitarismo: una enorme organización estatal dedicada a facilitar a los ciudadanos el disfrute de todo tipo de actividades recreativas, bajo la creencia de que, para formar una nación de gentes fuertes y valientes, era necesario permitir y proveer suficientes espacios de descanso y recreación. En dichos espacios, además, se promoverían los valores del nacionalsocialismo, y se fortalecería el sentimiento de identidad y orgullo por los logros de la nueva Alemania. En el totalitarismo, incluso las actividades más elementales de la vida cotidiana deben servir a un propósito político definido desde la cima, y por tanto no es raro que aparezcan en él engendros tan exóticos como este, una colosal institución que promovía la grandeza y superioridad de la Alemania aria, y que funcionaba en la práctica como una agencia de viajes.

El buque fue bautizado con ese nombre en honor a uno de los mártires de la causa nazi, Wilhelm Gustloff, el más importante líder del nacionalsocialismo en Suiza. Terriblemente antisemita, Gustloff distribuyó de manera muy activa en su país el infame panfleto Los protocolos de los sabios de Sion, un documento falso que presuntamente contiene las actas de ciertas reuniones, en las cuales los líderes de un gobierno judío secreto deliberan sobre sus planes para dominar al mundo. Pese a ser una falsificación barata cuyo origen ya es bastante conocido, los Protocolos fueron y siguen siendo la lectura favorita de todo antisemita recto. Gustloff fue asesinado en 1936 por el estudiante de medicina David Frankfurter. En Alemania se le ofreció un magno funeral de Estado, al cual acudieron muy conmovidos los más importantes jerarcas nazis, incluido el propio Hitler. Gustloff fue declarado mártir de la causa nacionalsocialista, y su asesinato fue uno de los muchos pretextos utilizados por la propaganda nazi para animar la Kristallnacht de 1938, esa noche de pesadilla en la cual centenares de fanáticos atacaron las residencias y negocios de los judíos alemanes y austriacos.

La llamada del deber

El Wilhelm Gustloff fue pensado y diseñado con el objetivo de permitir a las clases trabajadoras el goce de un viaje en crucero, y a esta función se dedicó fielmente durante algún tiempo. Sin embargo, el curso de los acontecimientos mundiales pronto llamaría al buque a cumplir otras funciones.

Desde mediados de 1939, el Wilhelm Gustloff empezó a servir a propósitos militares, cosa que ya nunca dejaría de hacer hasta el día de su hundimiento. El navío se usó para movilizar hacia Alemania a los victoriosos efectivos de la “Legión Cóndor”, el cuerpo armado que Hitler envió en auxilio del generalísimo Francisco Franco, y que no sólo ayudó decisivamente a que este se alzara con la victoria en la Guerra Civil Española, sino que experimentó allí con las tácticas y armas que, meses más tarde, harían que el ejército alemán aplastara a Europa con su “guerra relámpago”.

El Wilhelm Gustloff funcionó también como barco hospital en Polonia. Luego, cuando la marina británica consolidó sus posiciones en las aguas bálticas, se destinó al Wilhelm Gustloff a servir como alojamiento de cadetes que se entrenaban para la guerra submarina en el puerto de Gotenhafen, nombre muy germánico que los nazis habían dado a la ciudad de Gydnia, en Prusia Oriental.

La última tarea del Wilhelm Gustloff

En enero de 1945, la situación era ya desesperada para Alemania, en particular por el este, donde el Ejército Rojo avanzaba como si fuera una avalancha incontenible, y desplegaba sobre los alemanes, civiles y militares, el más horrendo festín de barbarie y venganza: durante la ocupación alemana, la Unión Soviética había sufrido la muerte de más de ocho millones de civiles, la gran mayoría a manos de las SS y la Gestapo, quienes, en ejecución de los dementes planes del nacionalsocialismo, trataron a la población eslava y judía de Rusia como inferiores que merecían morir o ser esclavizados. Los rusos que irrumpieron luego en el territorio alemán tenían un recuerdo muy claro de esto.

Por toda Prusia Oriental corrían rumores sobre la brutalidad de los rusos: asesinatos, saqueos, incendios, y muy en particular, la violación de mujeres alemanas, cosa que fue animada por las autoridades soviéticas, quienes exhortaban a sus soldados a “quebrar la voluntad de la mujer germana”. La desesperación cundía por todas partes. Millones de alemanes se afanaban por salir de esta región para buscar seguridad en el centro de su país.

El almirante Karl Dönitz, comandante de la marina alemana, sabía muy bien que su país ya no tenía oportunidad de detener al Ejército Rojo, y tampoco de ganar la guerra. Quiso entonces salvar la mayor cantidad de alemanes, y para ello concibió la llamada “Operación Aníbal”, mediante la cual, en un lapso de quince semanas, y valiéndose de embarcaciones de toda clase, se intentaría sacar de Prusia Oriental a unas dos millones de personas. La última tarea del Wilhelm Gustloff consistió en participar en esta operación. Enero 30 de 1945. En la costa báltica, en esa época del año, no hay más que frío en el aire y hielo en el agua. El Wilhelm Gustloff espera en el puerto de Gotenhafen, con una lista oficial de aproximadamente 6.000 pasajeros que lo abordarían. La impaciencia de la muchedumbre, sin embargo, pudo más que los controles y las listas. No hay cifras exactas, pero se calcula que el buque zarpó finalmente con cerca de 10.500 pasajeros, más de siete veces su capacidad original. Hay relatos que hablan de los extremos de desesperación a los que llegaban los refugiados con tal de subir al barco que los salvaría del horror rojo.

Aquella noche todo iba mal. Como si el frío y los hielos de superficie no fueran suficientes, existía el peligro de chocar con una mina, o de encontrar a la armada soviética. En el buque viajaban cuatro capitanes, quienes discutieron prolongadamente y sin alcanzar un acuerdo sobre el curso más apropiado para salir del puerto y llegar a su destino, cerca de Hamburgo.

Wilhelm Zahn, capitán naval militar quien viajaba en el barco, recomendó navegar por aguas superficiales, donde es más raro encontrar submarinos. Pero Friedrich Petersen, capitán civil del buque, decidió buscar aguas profundas, tal vez para llegar más rápido. Petersen se tranquilizó al saber que a su escolta se sumaría un dragaminas, y por tanto no sólo persistió en el curso de aguas profundas, sino que ordenó encender algunas de las luces del barco. De tal modo, el Wilhelm Gustloff fue servido en bandeja de plata al submarino soviético S-13, cuya tripulación lo avistó y su capitán, el joven Alexander Marinesko, ordenó disparar tres torpedos, impactaron al Wilhelm Gustloff y no le dejaron más destino que el fondo del mar.

La suerte de los pasajeros no iba a ser mejor, al menos para la mayoría. Normalmente, en enero, las aguas de esta región pueden alcanzar temperaturas de 4°, suficiente para producir una rápida hipotermia. Los elementos de emergencia, como botes y chalecos, fueron más que insuficientes. Los navíos de escolta, y otros que estaban en las cercanías, se acercaron para tratar de salvar al menos algunas de las víctimas, pero el fuerte oleaje y la amenaza latente de los submarinos rusos hicieron que sólo pudieran salvar unos pocos.

De aquellos diez mil desesperados que huían de la brutalidad roja, más de nueve mil fallecieron congelados y ahogados en el gris hielo del mar Báltico.

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