La vida cotidiana, ¿un insumo inagotable para la imaginación?

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La vida cotidiana en Lisboa, Portugal. Fotografía: Catalina Bohórquez Mendoza

Les propongo un ejercicio: detallar los lugares que visitamos en nuestra vida cotidiana, intentando no obviar nada en aquella sinfonía de colores, aromas y sonidos. ¿Cuántos lugares estamos en la capacidad de describir? Después de lo anterior, pensemos cuántos de esos territorios y personas que encontramos a diario nos sorprenden con sus historias, tal vez sólo es cuestión de ir un poco más allá de lo que se percibe de manera superficial. ¿Qué tanto husmeamos en la intimidad de los otros? ¿Escuchamos atentos sus historias y nos vemos reflejados en ese gran espejo que es el mundo? A cuántos nos pasa que nos acercamos a algunas personas como nos acercamos a los libros: con la esperanza de “conocer un hombre afín a nuestro corazón”, así como lo sugiere Henry Miller en relación al hecho de “echar mano de un libro”.

La vida cotidiana ha sido insumo de la literatura y de otras artes y, en su aproximación, se perfila como un tema inagotable que siempre exige una manera particular de observación. Por el lado literario, encontramos el universo íntimo de Raymond Carver en De qué hablamos cuando hablamos de amor, en donde los diálogos en apariencia no develan mucho, pero son el sustrato de todo lo que perturba a sus personajes. Pasamos por los textos de Ernest Hemingway donde aprendemos que para ver a un hombre hay que sumergirse y atravesar ese gran iceberg que lleva adentro, como en su cuento Un lugar limpio y bien iluminado, en el que el personaje principal se debate entre continuar o renunciar definitivamente a su vida bajo la aparente sensación de una narración, en la que no ocurre nada. Llegamos hasta los cuentos o novelas de Chuck Palahniuk que nos muestran que en lo “cotidiano” puede existir mayor extrañeza que en la ficción, prueba de ello está en aquel excelente libro de crónicas Error humano, en el que reconocemos muchos de los relatos y obras de Palahniuk sacados de hechos reales.

Si los días se perfilan de tedio, en su trascurrir rutinario, tal vez sea porque no tenemos la suficiente dosis de literatura la cual a diario nos invita al asombro, tantos seres en el mundo como posibles historias, tantas formas, ideas y discursos. Entender el mundo bajo una sola dirección sólo habla de nuestra pérdida de visión, en un cosmos de sombras. Hablar de lo cotidiano es también volver a la infancia y recibir cada acontecimiento como si fuera la primera vez, con toda la posibilidad de descubrimiento y, en el caso de quienes escriben sobre lo cotidiano, como dice Julio Ramón Ribeyro “crear, sin otro recurso que las palabras, algo que sea bello y duradero”.

La vida cotidiana en Turín, Italia. Fotografía: Catalina Bohórquez Mendoza.
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