Los peculiares, pero no exóticos, objetos de la experiencia visual


experiencia visual queso blanco y negro

“Visions flowing slowly shedding light

Memories swimming in the sea of time

Pieces to the puzzle falling into place

That with which we struggle through we’ve learned to embrace.”

Dream Theater, Surrender to Reason (2013)-

 En The Marriage of Heaven and Hell William Blake afirmó que el hombre ve todo a su alrededor como viendo a través de las grietas de una caverna. Inspirado por la afirmación de Blake, siglos después Aldous Huxley tituló al libro en el que describió su experiencia con la mescalina The Doors of Perception. La curiosidad y valentía científica de Huxley son memorables; pero innecesarias. Para ampliar el conocimiento de lo que vemos o, en términos de Blake, para expandir las grietas de la caverna desde la que vemos, basta con analizar algunas situaciones familiares y desafiar el sentido común.

Desde un punto de vista de sentido común, abrir los ojos al despertar parece suficiente para restablecer la conexión con el espacio externo y para poder identificar de nuevo objetos físicos, como las letras de ésta página. Usualmente pensamos en los objetos y sucesos externos como cosas bien diferenciadas unas de otras mediante límites espaciales (su color, su forma y su volumen, por ejemplo) y temporales (su inicio y su duración, en el caso de sucesos como el inicio de la Segunda Guerra Mundial). No obstante, hay algunas situaciones familiares que desafían la idea de que únicamente vemos cosas que ocupan regiones del espacio físico externo.

Para alucinar basta con que el equilibrio electroquímico del cerebro esté alterado de cierta manera específica (véase Huxley 1954; Sacks, 2012). Algunas personas que padecen el Síndrome de Chales Bonnet alucinan con pequeños seres ficticios que aparecen repentinamente (Sacks, 2009). De acuerdo con el conocimiento empírico del universo en que habitamos, tales seres no existen y, por tanto, sus cuerpos no ocupan regiones del espacio físico. Sin embargo, quien alucina los ve y, desde su punto de vista, habitan en el entorno físico. Algunas veces, quien alucina cree que puede establecer relaciones causales con lo que alucina y trata de actuar en consecuencia, por ejemplo, intentando tocarlos o ignorarlos.

Por un lado, de acuerdo con algunas teorías de la percepción, quien alucina no percibe visualmente objeto alguno ya que la percepción visual necesariamente involucra la presencia de objetos que ocupen regiones del espacio físico externo (véase Soteriou, 2014). Este punto de vista se acompaña con la idea de que todos los objetos existen y que, en consecuencia, quien alucina simplemente no ve objeto alguno, ya que lo que dice que ve no existe y tampoco ocupa regiones del espacio físico. Para los defensores de estas teorías ha resultado un reto explicar la idea de que quien alucina, simplemente, no ve (véase Fish, 2006; Martin, 2006).

Por otro lado, de acuerdo con otras teorías de la percepción, quien alucina percibe visualmente un objeto inexistente que, si bien no ocupa un lugar en el espacio físico, no carece de localización en un espacio mental o en el campo visual (véase Reicher, 2014). El veredicto que deriva de este punto de vista es que quien alucina ve objetos inexistentes en el espacio físico externo. Dejando de lado los detalles teóricos, explicar las alucinaciones conlleva el desafío de explicar por qué parece que, en ciertas circunstancias, se ve algo que no ocupa una región del espacio físico externo.

De acuerdo con el sentido común, la percepción visual depende de la conexión  entre nuestra conciencia visual y los objetos que ocupan alguna región del espacio físico externo. Esta convicción del sentido común, en otras palabras, afirma que percibimos visualmente un objeto únicamente si tenemos experiencias visuales de ese objeto o, en otras palabras, que no percibimos visualmente un objeto si no somos conscientes de él mediante la visión. Esta convicción tiene al menos dos interpretaciones.

De acuerdo con la primera, ver un objeto depende de que se establezca cierta conexión entre nuestra consciencia y las regiones del espacio que ocupa tal objeto. De acuerdo con la segunda interpretación, ver un objeto depende de que establezcamos esa conexión con alguna región del espacio, no necesariamente con las que ocupa el objeto. La segunda interpretación desafía al sentido común: ¿cómo puede ser que veamos un objeto (sin estar alucinando, por ejemplo) sin estar visualmente conscientes de las regiones del espacio que ocupa ese objeto? Hay situaciones familiares que permiten ilustrar dicha posibilidad.

Observe la siguiente imagen:

experiencia visual queso

Si se le pregunta “¿qué ve?”, una respuesta común es: “un pedazo de queso”. Esta respuesta no hace referencia a los otros objetos que, en efecto, se ven al observar la imagen. Por ejemplo, veintiún agujeros.

Los agujeros son objetos bien peculiares:

“A diferencia de los números o de los valores morales, [los agujeros] están espacio-temporalmente localizados, como las mesas o los líquidos o las explosiones. Por consiguiente, parece que califican como particulares materiales […] Los agujeros no son sólo regiones del espacio. A diferencia de las regiones del espacio, los agujeros se pueden mover, como sucede cada vez que se mueve un pedazo de queso Emmenthal. La identidad de un agujero no depende de la identidad de lo que hay dentro de él […] ya que se puede retirar del agujero cualquier cosa que lo esté llenando parcial o completamente y, sin embargo, quedará intacto. El agujero tampoco parece depender de la identidad […] del objeto en donde se localiza […] ya que uno puede imaginar que se cambie dicho objeto o bien el objeto en sí mismo sin afectar el agujero” (Casati & Varzi, 1994, pp. 1-2).

De acuerdo con esta descripción los agujeros son independientes del objeto agujereado. Imagine que durante los siguientes tres minutos el siguiente proceso ocurrirá: cada una de las moléculas que componen el queso serán reemplazadas, progresivamente, por moléculas de un material altamente radioactivo, de modo que el interior de cada agujero será llenado con energía radioactiva. De acuerdo con la descripción de Casati y Varzi, los agujeros conservaran su identidad con independencia, por un lado, de la constitución física del objeto del que hacen parte y, por otro lado, de la constitución física de su interior. El resultado podría verse así:

experiencia visual queso blanco y negro

Si esta caracterización es correcta, que veamos un agujero no depende del hecho de que veamos una superficie que ocupa una región del espacio físico. Paradójicamente, que veamos un agujero parece más bien depender de lo contrario, es decir, de que veamos una ausencia (véase Farennikova, 2012). Esta caracterización no satisface a algunos ya que, en lugar de afirmar que vemos ausencias, deberíamos afirmar que hay una ausencia de visión, es decir, de que no hay una conexión entre la consciencia visual y algún objeto (véase Martin & Dokic, 2013). En ese caso, diríamos que inferimos la presencia de un agujero a partir de lo que no vemos, y no de lo que vemos la ausencia de materia visible que constituye el agujero.  

Hay más situaciones familiares para desafiar la idea de que únicamente vemos objetos que ocupan regiones del espacio físico externo. Observe la siguiente imagen:

 

experiencia visual hombre

En condiciones normales vemos cuatro cosas: la silueta de un hombre, su sombra, la entrada/salida de una habitación y los muros oscuros de su interior. Probablemente estaremos de acuerdo en que vemos estos objetos completamente negros. Ahora bien, imagine que la silueta se expande progresivamente hasta que se “funde” con la imagen de los muros oscuros de la habitación. El resultado de este ejercicio de imaginación puede ser una escena similar a esto:

experiencia visual rectángulo

 

Si esta imagen captura lo que usted vería tras imaginar la expansión de la silueta, entonces, desde un punto de vista de sentido común, podríamos decir que en esa situación imaginaría usted ve un rectángulo negro. Sin embargo, yendo de nuevo en contra del sentido común, podría también decirse que usted ve la silueta expandida de un hombre y parte de los muros oscuros de una habitación, a pesar de que no vea las diferentes regiones del espacio físico que estos objetos ocupan. ¿Por qué? Porque en principio esos objetos no siguen allí.

Esta última descripción de lo que usted vería parece “hacer más justicia” al origen de la imagen; sin capturar directamente lo que usted reportaría estar viendo en esa situación, es decir, una escena completamente negra. Cabe insistir en preguntar si al observar la imagen resultante usted ve la silueta expandida de un hombre y partes de los muros oscuros de la habitación o si únicamente ve una escena negra.

Imagine la siguiente situación alternativa. Esta vez no imagine que la silueta se expande progresivamente hasta que se “funde” con la imagen de los muros oscuros de la habitación, sino que usted realmente se encuentra dentro de la habitación. Imagine que ve como se expande la sombra del hombre al punto que obstaculiza completamente la luz que viene de fuera. En esta nueva situación: ¿vería partes de la sombra expandida y además partes de los muros oscuros internos de la habitación, no vería nada o vería simplemente la oscuridad?

Desde cierto punto de vista teórico una sombra es distinta de otra si hay dos objetos que obstaculizan la luz que viene de un lugar específico o, en otras palabras, si hay un único foco de iluminación, las sombras se distinguen unas de otras si son sombras de objetos distintos (véase Aranyosi, 2007). Sobre la base de esta teoría, usted estaría viendo la sombra expandida y partes de los muros internos de la habitación únicamente si hubiera algún foco de iluminación. Pero no lo hay.

Desde un punto de vista científico, la percepción visual depende de la presencia de luz (véase Palmer, 1999) de modo, en la situación descrita, usted no estaría viendo una sombra ampliada y partes del muro, sino que simplemente no vería nada. Este veredicto parece muy radical y, quizás, deriva de confundir su experiencia visual de la oscuridad con la ausencia de experiencias visual (véase  Sorensen, 2004). Si esto es cierto, podemos tener experiencias visuales de la oscuridad y, estrictamente hablando, la percepción visual no depende de la presencia de luz. Volviendo a nuestro punto inicial, si es cierto que tenemos experiencias visuales de la oscuridad, cabe preguntar ¿es la oscuridad algo que ocupa regiones del espacio físico externo?

No sabría decir cuál sería una respuesta inmediata desde el sentido común. Probablemente, que la oscuridad, al no ser un objeto, no se encuentra en el espacio físico. Pero quizás lo único que dice esta respuesta es que la oscuridad al no ser un objeto típico o familiar (como las mesas, los árboles y las casas) carece de localización en el espacio físico. Tendremos que ir más allá del sentido común para conocer más acerca de la peculiaridad de la oscuridad.

“Creemos que no vemos en la oscuridad y también creemos que, sólo mediante la visión, identificamos cosas cuando vemos. En la oscuridad, nos enteramos de que está oscuro mediante la visión. ¿De qué otra manera? ¿Por olfato? ¿Por el mero hecho de que no vemos? No […] es mediante la visión que distinguimos diversas situaciones en las que no vemos.

En algún sentido, vemos en lo oscuro cuando vemos que está oscuro. En otro sentido, más común, nunca vemos en lo oscuro. Hay una ambigüedad en nuestro concepto de ver” (Lewis, 1980).

Si hay algo que enseña el estudio de la consciencia visual es que debemos estar dispuestos a cambiar nuestros juicios más intuitivos y llevar al límite aquello que llamamos “sentido común”. Los casos presentados invitan a creer que somos capaces de ver objetos que no ocupan regiones del espacio físico externo (como en el caso de las alucinaciones), que somos capaces de ver objetos sin ver las superficies en las regiones del espacio que ocupan (como en el caso de los agujeros), que quizás somos capaces de ver sin necesidad de luz (como en el caso de la oscuridad) y además de que podemos ver objetos que carecen de materia pero que tienen duración y localización espacial, como las siluetas y las sombras (con respecto a este último punto, véase Aranyosi 2007: § 2).

Referencias

Aranyosi, I. (2007). Shadows of Constitution. The Monist, 90(3), 415–431. http://doi.org/10.5840/monist200790329

Casati, R., & Varzi, A. C. (1994). Holes and other superficialities. Cambridge, Mass.: MIT Press. Retrieved from http://search.ebscohost.com/login.aspx?direct=true&scope=site&db=nlebk&db=nlabk&AN=1722

Farennikova, A. (2012). Seeing absence. Philosophical Studies, 166(3), 429–454. http://doi.org/10.1007/s11098-012-0045-y

Huxley, A., & Harper & Brothers. (1954). The doors of perception. New York: Harper & Brothers, Publishers.

Lewis, D. (1980). Veridical Hallucination and Prosthetic Vision. Australasian Journal of Philosophy, 58(September), 239–249.

Martin, J.-R., & Dokic, J. (2013). Seeing Absence or Absence of Seeing? Thought: A Journal of Philosophy, 2(2), 117–125. http://doi.org/10.1002/tht3.72

Martin, M. G. F. (2006). On Being Alienated. In T. S. Gendler & J. Hawthorne (Eds.), Perceptual Experience (pp. 354–411). Clarendon Press, Oxford.

Palmer, S. E. (1999). Vision science photons to phenomenology. Cambridge, Mass.: MIT Press. Retrieved from http://search.ebscohost.com/login.aspx?direct=true&scope=site&db=nlebk&db=nlabk&AN=9330

Reicher, M. (2014). Nonexistent Objects. In E. N. Zalta (Ed.), The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Winter 2014). Retrieved from http://plato.stanford.edu/archives/win2014/entries/nonexistent-objects/

Sacks, O. W. (2012). Hallucinations. New York: Alfred A. Knopf.

Sorensen, R. (2004). We See in the Dark. Nous, 38(3), 456–480. http://doi.org/10.1111/j.0029-4624.2004.00478.x

Soteriou, M. (2014). The Disjunctive Theory of Perception. In E. N. Zalta (Ed.), The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Summer 2014). Retrieved from http://plato.stanford.edu/archives/sum2014/entries/perception-disjunctive/

Sacks, O. (2009) What hallucination reveals about our minds. Retrieved from http://www.ted.com/talks/oliver_sacks_what_hallucination_reveals_about_our_minds

William Fish. (2006). Disjunctivism, Indistinguishability, and the Nature of Hallucination. In T. S. Gendler & J. Hawthorne (Eds.), Perceptual Experience. Clarendon Press, Oxford.

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