Me lo contó un anciano


Escucha el viento, el viento te dirá todo lo que quieras saber”, dijo el viejo cuando le pregunte su nombre, entonces comprendí que se llamaba “Aire”. Tenía más o menos 85 años cuando lo conocí, claro que cuando se levantó de su taburete, esa noche azul, parecía de doce siglos, era moreno, de ojos cafés y tristes como las aguas tercas de un estanque quieto. Medía menos de 1,70 metros de estatura, sus manos tatuadas con arrugas eran testigos de los años que llevaba encima.

Un día le pregunté al señor Aire: “¿Cómo hago para vivir muchos años?”, el viejo me miró con cara de Iguana y me dijo sabiamente: “Es sencillo mi muchacho, no te mueras antes”. Me dejó pensando y llegué a la conclusión de que el viejo Aire tenía razón, luego me contó la extraña historia de Leovigildo Romero, el hombre que fue raptado por el propio Lucifer. Me dijo que una tarde de febrero, de un febrero viejo como sus recuerdos, Leovigildo Romero, un hombre de mal carácter y de maldiciones al aire, no podía meter las terneras al corral, así que invocó al demonio y, en un instante que desgarró el tiempo, los animales entraron a su cárcel sin objeción.

Detrás de Leovigildo estaba un hombre alto vestido de negro y montado en un caballo del mismo color, lo tomó de la nuca y de un solo tirón lo montó al caballo. Leovigildo quedó mirando hacia atrás y se lo llevó Lucifer en su caballo negro.

Dijo el viejo Aire que Leovigildo fue llevado al fondo de los mismísimos infiernos para que viera los residentes, para que le avisara a los tramposos a donde iban a parar los de su calaña. Según el señor Aire Leovigildo Romero vio a un par de alcaldes, a uno que otro militar retirado que vivía en el pueblo, a los que hacían trampa en el juego, a todos los concejales que mentían para salir electos, a los carniceros que pesaban mal, a los futuros dirigentes del pueblo que todavía andaban chupando teta o que todavía no habían nacido y a un par de futuros poetas (creo que esto último lo dijo para que lo dejara en paz). Dijo también el viejo que Leovigildo volvió con un puñado de monedas de oro que el diablo le dio como pago por llevar el mensaje y contó la historia mientras se emborrachaba en las cantinas.

Le pregunté al viejo Aire el porqué de la historia y me dijo con voz de sabio veterano retirado: “escucha al viento, él te dirá todo lo que quieras saber”. Entonces, se levantó del taburete y se fue dejándome un poco confuso y además perplejo porque al fin y al cabo no di ni con su nombre.

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