Nacimiento de la Salsa


A través de la historia, al latino se le reconoce “con el tumbao” innato, ese hervor por su sangre que convierte a su cuerpo ser otro instrumento más, en un rito que muestra sensualidad y alegría jamás vista. Hasta José Martí se refirió a la gran expresividad de los negros diciendo: “ellos son locuaces con la lengua, los ojos, las caderas y las manos”.

Esa parece ser la historia que deja por los años 47 en Nueva York una pequeña orquesta de negros latinos que poseían una pasión por la música, estos son mentores del polémico Latin Jazz. Este grupo comandado por Mario Bauzá y Frank Grillo “Machito”, crean la banda Machito y sus Afrocubans. Ellos, en su emoción de hacer música empiezan a pasearse por los grandes salones de blancos fusionando con sutileza, maestría y sabor el jazz de vanguardia con los tambores de Cuba. Por caminos diversos los americanos hacían el Blues y el Jazz, mientras en Cuba se gestaba el Son.

Preciso allí en Nueva York existía un gran salón para baile que albergaba más de mil parejas, aunque para esta época estaba en decadencia y cada vez eran menos las parejas que iban a bailar el Foxtrot. La nueva estrategia para este salón, llamado el Paladium, fue introducir música latina con la intención de que llegará a Broadway, a las barriadas latinas que se hacinaban en Nueva York. El éxito desbordó todos los cálculos, el Paladium se veía nuevamente en su capacidad máxima y por primera vez en suelo americano las orquestas latinas actuaban como estrellas y no había que disimular la música, los bailadores entendían

perfectamente los secretos del auténtico baile caribe, así los músicos y bailadores podían soltarse a sus anchas. Tanto fue su éxito que el paladium un año después se consagro exclusivamente a la música afrocubana.

Machito y su orquesta eran quienes determinaban las pautas musicales tanto en Cuba como en Nueva York, dando paso al “matrimonio más lindo” entre el Jazz y el Son, como lo dijo el propio Bauzá. La primera orquesta que acompaña a Machito en los bailes del Paladium fue el conjunto The Picadilly Boys una agrupación liderada por Tito Puente que por la década de los 50s ya era denominado el rey del timbal, poco tiempo después a estas orquestas se le une Tito Rodríguez y su Big Band.

Rodríguez fue un extraordinario vocalista que rompe con la influencia cubana sin dejar de ser caribe. Para los años 60’s se acentuó la migración de dominicanos, panameños, colombianos y cubanos. Esa barriada de inmigración ya iniciada a mediados de los 40s empieza a acentuarse formando una sola comunidad, una comunidad hermanada por una raíz cultural que es común e idéntica en todos estos pueblos. La música que produce el barrio latino de Nueva York, por lo tanto es una música netamente caribeña, y el son, que desde las primeras décadas del siglo ya había logrado identificar y caracterizar a toda la región es su principal forma expresiva.

Este proceso comprendido entre 1960 y 1970 nos evidencia suficientemente la presencia del barrio. Es un periodo confuso lleno de búsquedas e intentos fallidos, híbridos como el boogaloo y el viejo matrimonio jazzístico se convertían ahora en descargas llenas de sonidos desordenados buscando desesperadamente nuevas formas de expresión. Todo este proceso difuso sometía a las más diversas variantes que todavía no llegaban a la salsa definida como tal y para cualquier experto esa era la última etapa de las famosas y gloriosas Big Bands.

Sin embargo, en estos años ocurre un fenómeno interesantísimo, esa expresión que nace en Nueva York es asumida por las grandes ciudades del caribe en un proceso bastante espontáneo y rápido, ya que el barrio latino de Nueva York es semejante al barrio latino de la ciudad caribeña, en ambos casos hay marginalidad, desarraigo y violencia. La necesidad de identificación cultural que siente el latino, al ser ciudadano de un barrio carente de expresión, hace que no importe que la música no sea cualitativamente solvente, importa que tan sólo sea consecuente con la cotidianeidad del latino y, mientras la radio transmitía música de los Rolling Stones y publicitaba estridentemente a Sandro, Willie Colón ya le ganaba a Machito y un pianista de 20 años llamado Ricardo Rey se daba el lujo de hacer música modesta y, sin ningún diversos barrios de la comunidad caribeña.

Esta expresión que recién nacía, sin el nombre oficial de salsa, ya era algo más que mera música cubana vieja. En el momento exacto en que Cuba deja de ser protagonista de sus propios ritmos en cada una de las ciudades caribeñas quedaba el sabor de Miguel Matamoros, Ñico Saquito e Ignacio Piñeros. En Colombia, por ejemplo, la influencia de sus parientes calaveras Daniel Santos, Pérez Prado y más tarde la Sonora Matancera.

Con la base folclórica de un pueblo afrocubano y en una condición de marginalidad empiezan a narrar el afán diario de los desarraigados en las grandes ciudades latinoamericanas.

Colombia, en los actuales departamentos de Cauca, Choco y Valle del Cauca, fue una región de haciendas y minas esclavistas. Por esta vertiente social llegó a Cali gran parte del fervor por el ritmo antillano. En Cali empiezan los grandes asentamientos sociales de una índole precaria que los inscribió de inmediato en la militancia del mambo y el son.

Este movimiento dinámico que se hace en toda la zona caribe se convierte en un frenesí humano que empieza a ser mezcla entre arte, publicidad y negocio, dando ese valor definitivo que implica la salsa.

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