Once piedras enigmáticas frente a la capilla
«El hombre es realmente un depredador; la escultura expresa eso; la violencia que ejerce el hombre hacia sí mismo y la naturaleza: de ahí viene el nombre de Naturaleza Herida». (Andrés Villamil)*
*Palabras del maestro en la entrevista realizada por la Revista CONTESTARTE, el día 25 de Febrero del 2010.
Frente a la capilla de la Universidad Nacional de Colombia fueron enfiladas oncepiedras extraídas del alma del Páramo de Pasca[1]. Mediante un teodolito, éstas se alinearon para que sus orificios artificiales quedaran en armonía con los astros y el tiempo; para que los curiosos acercaran sus ojos tratando de lograr la ilusión de ver el paso de la luz desde el agujero de la piedra de un extremo hasta el de la última roca tallada. No están colocadas al azar; su orden obedece a la observación del infinito y al dictatorial mandato de la naturaleza, sólo que los artistas creadores de esta obra, con el uso de la técnica y la imaginación, trataron de simular la energía del universo con una alineación que parece simple y caprichosa.
No es casual que muchas construcciones que se usaron como forma de unión con lo divino y misterioso sean de roca. Desde nuestros ancestros se ha considerado que la piedra puede resistir al paso del tiempo, y aun cuando el tiempo es el que todo lo devora, ante su destrucción la roca majestuosa permanece fuerte. El deseo humano de unirse a lo divino ha atravesado el tiempo, por ello el hombre ha creado las religiones, la filosofía y los mitos. Por esta aspiración humana se han construido también distintas maravillas arquitectónicas que permanecen en el tiempo –pirámides y esculturas de piedra– en culturas como la egipcia, la maya y la tairona.
Un ejemplo de esto lo encontramos en las obras Naturaleza Herida y Amanecer de Piedra, en las que los artistas pretendieron plasmar una mística natural para comprender lo divino a través de lo terrestre. Las obras, que hablan por sí mismas, están rodeadas de un aura mágica: desde la lluvia que derramaron los dioses para bendecir la escultura de piedra en su inauguración1, hasta los reflectores naturales que la iluminan día y noche. Cada persona engendra su historia alrededor de la escultura de once rocas.
Génesis de Naturaleza Herida: la conciencia de la destrucción
En medio de un atardecer gris, nos encontramos en 1994, año en el que cuatro jóvenes estudiantes de la Facultad de Artes Plásticas de la Universidad Nacional de Colombia deciden tallar la piedra para presentar su trabajo de grado. Si bien en la carrera de Artes Plásticas se ofrecía la especialización en escultura, no había una verdadera formación en el área. Los talleres no eran usados y los pocos profesores que tenían conocimiento sobre el arte escultórico no lo transmitían. Mónica Benavidez, Andrés Villamil, Juan Andrés Molano y Mauricio Franco decidieron investigar por su cuenta todo lo relacionado con el trabajo de la piedra, de aquí que visitaran Barichara, municipio conocido por sus monumentos y sus tradicionales artesanías en piedra e hicieran un estudio más particular sobre la técnica que usaban las culturas indígenas. como la cultura Guane, destacada en la región de Santander por su arte rupestre.
Fotografías archivo. Mónica Benavides
De regreso a Cundinamarca, visitaron el Páramo de Pasca, muy conocido porque allí se halló la Balsa Muisca, lugar que, por éste y otros hallazgos, se encuentra ahora constituido como un santuario indígena. El Páramo de Pasca también es considerado como una escultura natural formada de piedras que tienen millones de años y que fueron labradas por el propio Tiempo. Dada su naturaleza, este lugar resulta propicio para la extracción de la piedra. Allí Mónica, Andrés, Juan y Mauricio presenciaron este proceso y, al ver cómo el esqueleto de la montaña –el soporte que le da forma– era destruido violentamente, su conciencia se enfrentó a sí misma. Dos años de acercamiento al trabajo en piedra para chocar contra la real destrucción de la naturaleza que nos circunda: demora miles de años en formarse y sólo un segundo basta para destruirla. Como artistas, representantes de lo que se percibe en la tierra, decidieron hacer una escultura para expresar su indignación y dolor. Así nació la idea de Naturaleza Herida.
Por esta representativa obra, estos artistas recibieron el premio Excelencia Académica por haber sido el mejor trabajo de grado (Junio 1993 – 1994), de manera tal que el deseo de explorar la piedra no terminó allí. La universidad les brindó un espacio junto a la concha acústica en el que invirtieron el dinero recibido como gratificación. Naturaleza Herida, entonces, derivó la realización de Amanecer de Piedra –escultura conformada por diez piedras organizadas en forma circular– y propició el interés de un nuevo artista, Ramiro Bernal, quien se acercó con la misma curiosidad que los otros artistas: explorar la piedra.
Dos representaciones, Dos símbolos opuestos
No es posible hablar de una escultura sin mencionar la otra. Las veintiuna piedras de Naturaleza herida y Amanecer de piedra simulan la unión y la división; el exceso y la mesura. Naturaleza Herida simula una línea que divide, en tanto que representa un muro que impide pasar de un espacio a otro, es decir: una frontera. Por otra parte, Amanecer de Piedra simboliza un círculo que representa la unión, la fuerza y la estabilidad; mientras Naturaleza Herida pareciera ser una fila de hombres caminando hacia las montañas, resguardándose el uno al otro, marcando un camino como puntos suspensivos.
Teniendo como punto de partida el número 10, el número perfecto en la Tetraktys[2]pitagórica, se refuerza el concepto de unión plasmado en las piedras. El número diez, formado de la suma del 1+2+3+4 (los cuatro primeros números enteros), genera como resultado la unidad, pues al sumar el 1+0 el resultado es 1. Entonces, regresamos a la unidad.
En estos menhires todo tiene un símbolo y un significado. Así como el número de piedras y su disposición en el espacio, se puede observar que cada una de ellas en Naturaleza Herida es atravesada por un agujero. Cada uno de éstos es la representación de una herida en el vientre, donde el dolor llega a ser realmente fuerte y donde remuerde la conciencia; donde se gesta la vida y el amor. Pero la herida no solamente la sufren las piedras; éstas a su vez hieren y atraviesan el vientre del búho universitario, y muestran que éste, de igual modo, hace parte de una naturaleza herida[3]: tanto la piedra como el búho son atravesados en su vientre. Luego de la herida, las otras piedras tocan el corazón. Amanecer de Piedra se encuentra ubicado al lado del corazón del búho y con su forma circular representa entonces la pasión, el amor y la estabilidad, los cuales se oponen, por tanto, al concepto de dolor expuesto en Naturaleza Herida. Naturaleza Herida, de este modo, no deja de sorprendernos: es un calendario. Los autores, con la asesoría de miembros del Observatorio Astronómico de la Universidad Nacional, utilizaron el Astro Rey para que con su luz iluminara una piedra, y a la vez la sombra de ésta se reflejara en otra. Mediante iluminaciones y las posiciones de las sombras respecto al agujero de cada piedra, se puede determinar la hora como si fuera un reloj.Así mismo, al llegar el día del solsticio de verano y el equinoccio de invierno, el sol atraviesa, a las seis de la mañana y a las seis de la tarde, el vientre de estas piedras, las cuales semejan hombres caminando en fila hacia los cerros orientales de la ciudad de Bogotá.
La creación de un espacio de contemplación
En el proceso de montaje, junto a la energía espiritual que emergía del terreno y las piedras, convirtió el trabajo escultórico en un punto de encuentro, convivencia y amistad. Se puede decir que existía una especie de imán inconsciente que atraía hacia un mismo punto de reunión a todos los estudiantes, seducidos por la magia de la piedra.
Muchos fueron los colaboradores, muchas manos intervinieron para darle forma a cada una de las piedras, para ubicarlas y enraizarlas. El Instituto de Planeación de la Universidad Nacional, el Observatorio Astronómico, la Facultad de Ingeniería[4]y el Departamento de Topografía[5]brindaron sus conocimientos y personal especializado en la construcción de los cimientos, el cálculo de los pesos de las piedras, las mediciones, la desviación magnética y la línea geográfica Este-Oeste.
El montaje duró ocho meses, bajo la dirección del Maestro Francisco Cardona. Según el Diario de actividades de Naturaleza herida el proyecto fue aprobado el 29 de abril de 1994 por el Consejo Directivo de la Facultad de Artes, quienes adjudicaron ochocientos mil pesos, lo que era en esta época una alta suma, los cuales fueron destinados para la compra de las once piedras, otro tanto para la compra del recebo, el pago de los viajes de las volquetas, las horas de grúa, materiales de topografía y la esencial broca de punta de diamante para los agujeros.
El transporte de las piedras se realizó en un camión que ya deja adivinar su edad y, debido al peso de éstas, tuvieron que ser transportadas de dos en dos. Mientras tanto, en el campus se realizaban las excavaciones donde quedarían ubicadas respectivamente las piedras. Estos huecos fueron rellenados con recebo inicialmente, pero, dadas las malas condiciones climáticas, el trabajo se perdía por la lluvia. Para solucionar este inconveniente, fue necesario comprar plásticos que protegieran los agujeros de la lluvia y la mezcla de recebo con cemento.
Sobre la fecha del 14 de junio de 1994 se inició el proceso de solicitud de la donación de sesenta y seis varillas, necesarias para el proceso de elaboración de las canastillas de metal, cuyo fin era el de soportar las placas de cemento (donadas por la empresa de Cementos Premezclados, en este entonces existente). Finalmente, el 24 de junio se logró la soldadura de veintidós enrejados que soportarían las piedras, gracias al apoyo de José Antonio Parra, quien aún se encuentra trabajando en la universidad. Luego de arduos trabajos, para soportar las piedras, los artistas iniciaron la labor más importante: el proceso de talla de las bases y las protuberancias de las piedras. A la fecha del 11 de julio, ya se encontraban listas y, con una grúa, fueron trasladadas para, con ayuda de una resina epóxica, ser ubicadas en sus bases correspondientes.
El 28 de julio, el topógrafo Rafael Quiñones comenzó el trabajo de topografía para realizar la nivelación de los agujeros de manera que éstos correspondieran con la línea del horizonte, los solsticios y los equinoccios. El 3 de agosto se inicia la esperada perforación de los agujeros en colaboración del operario Víctor Guio. Luego, se finalizan las labores.
La obra se encontró entonces terminada y a la espera de ser presentada formalmente a la comunidad universitaria. Finalmente, llegó el día de la inauguración de la escultura: un día lluvioso en Bogotá. El rector Guillermo Páramo fue el encargado de pronunciar un discurso inolvidable para los artistas.
Hoy en día, al caminar entre “las piedras del huequito” o “las piedras frente a la capilla”, como son llamadas por los estudiantes, ignoramos que forman parte de una escultura que pretende hablar por sí sola: Naturaleza herida. Estas piedras han logrado impactar a varias generaciones de estudiantes de la Universidad Nacional: han traspasado los límites del espacio y del tiempo. El nombre otorgado escultura la escultura expresa la visión de sus autores, para que recordemos que somos hijos de la tierra, de la inmensidad, de la naturaleza. Por lo tanto, vale la pena dar pasos al pasado y retomar la historia de esta obra de arte que se apropia de una simbología mística y una estética milenaria.
[1] Los escultores cuentan que el día de la inauguración llovió incansablemente. Sin embargo, en el momento preciso de la inauguración, la lluvia cesó y el rector de la Universidad, Guillermo Páramo, apareció con unas bellas palabras alusivas a la lluvia y a las piedras.
[2] En la filosofía pitagórica la Tetraktys era representada como un triángulo de diez unidades formado por la suma de los cuatro primeros números naturales desde el uno. Para los pitagóricos fue tan importante este número que por él hacían sus juramentos. Diógenes Laercio en su obra “Vidas de los más ilustres filósofos griegos” nos habla de Pitágoras y de este número sagrado.
[3] No es un misterio que, visto desde arriba, nuestro campus dibuja una forma de búho, dándole un toque místico y artístico a la universidad. Leopoldo Rother fue el arquitecto del proyecto que buscaba integrar en un sólo campus las distintas facultades, formando así una sola academia.
[4] En cabeza de Jorge Tamayo Tamayo y Ferney Betancourt y del arquitecto Ramiro Fandiño del Depto de Servicios Generales, quienes apoyaron la labor de excavación y asignaron dos trabajadores para su realización.
[5] La realización de la topografía de las placas la coordinó Rafael Quiñonez.