Pintar la nada

Desprevenidamente abrigada con el disfraz conocido como sentido común, la tradición ha dictado que “nada” es un término negativo, en todo el sentido de la palabra. Designa simplemente lo que no hay, lo que no es, la ausencia, la falta, la carencia. Nada más (valga decir). Por eso es fácil de asociar con la muerte, con la aniquilación —que a todas estas proviene del bajo latín annichilare, convertirse en nada. Convertirse en nada se hace sinónimo de morir. Aterra.

Sin embargo, ¿no es el vientre vacío, un espacio que nada contiene, condición necesaria para que un bebé pueda desarrollarse y nacer? En el cuerpo de la madre debe abrirse un espacio hueco para hacer posible que una nueva vida sea. Esta imagen del vientre vacío que da vida era conocida en la India budista, y aun hoy se recuerda en el Tíbet. El término en sánscrito para vacío es śūnya, que también es el nombre del número cero. Cuando los textos budistas fueron llegando a China, los dos términos que típicamente se usaron para traducir esta palabra eran wu (nada) y kong (vacío). En principio, decir wu es simplemente decir “no”, negar. Y negar es el espacio de la nada. ¿Pero no será que acaso la caída en la nada sea el requisito para que algo nuevo pueda surgir? ¿No será creativa la nada?

Kong, justamente, no solo quiere decir vacío; también es una alusión al espacio abierto sobre nuestras cabezas, al cielo. Podemos ver el cielo, está ahí, pero no es una cosa cuyos límites podamos identificar, pues no tiene límites. Más bien es aquello que lo contiene y abraza todo; porque no tiene ninguna forma específica es que puede contener y dar lugar a todas las formas. Esta imagen evoca la noción de que “ser” y “nada” no son meramente opuestos, mejor dicho, que la nada no es simplemente no-ser. De manera similar a la luz (yang) y la oscuridad (ying) (las dos caras de la realidad según el taoísmo), ser y nada son distinguibles, pero no son separables. Al ritmo de la danza interminable entre uno y otra las cosas van surgiendo y el mundo va moviéndose.

Esta manera de pensar ha influenciado no solo las filosofías del Lejano Oriente. Varias formas de arte están inspiradas en ella, pero quizá es especialmente notable en la pintura. Un ejemplo es la suibokuga, técnica de pintura con tinta sobre papel, que se desarrolló en China y pasó luego a Corea, Japón y Vietnam. Aunque hay obras en que se emplean colores, es usual que solo se aplique tinta negra, y por ende no se puede llenar todo el papel. Pero esto no es producto de una limitación técnica: simplemente encaja con la intención de jugar con los espacios en blanco, que se convierten en parte de lo que se pinta. Se pinta sin pintar, podemos decir.

En la imagen 1 vemos un claro ejemplo: una obra del maestro japonés Hasegawa Tōhaku. Por mucho una sexta parte del papel ha sido expuesta a la tinta, pero por la forma y la tonalidad de los árboles dibujados podemos captar la atmósfera de la escena: un bosque de pinos, en medio de la bruma. Pero la bruma, el suelo, la atmósfera, todo ello ha sido dibujado sin tinta. Esto es así gracias a la interacción entre la tinta y los espacios vacíos en el papel. La técnica permite pintar el viento que sopla entre los árboles, la violencia de las olas, el suelo y las paredes de un recinto, todo ello con el material de la nada.

Imagen 1: Pinos. Hasegawa Tōhaku (1539–1610). Declarada Tesoro Nacional de Japón. 

La influencia del “pintar sin pintar” es suficientemente grande en el arte japonés como para poder apreciarse también en técnicas que utilizan varios colores, como en el ukiyo-e, un estilo de grabado con bloques de madera que floreció en Japón entre los siglos XVII y XIX. La técnica permite utilizar varios tipos de tintes, posibilidad que fue bastante explotada por numerosos artistas. De tal manera, el artista se puede permitir llenar todo el papel, pero aun así encontramos ejemplos de “pintar sin pintar”, como en la imagen 2. Aquí encontramos dos mujeres cargando baldes junto a un árbol. Apenas unos delicados trazos permiten adivinar un suelo cubierto de fina hierba.

Imagen 2: “Matsukaze y Murasame”. Hokuto (s. XIX).

“Pintar sin pintar” es, pues, una vistosa metáfora del vacío sin el cual no es posible la existencia, la danza del ser y el no-ser, la vaciedad del vientre gracias a la cual este es fértil. También el espacio en blanco es creativo, también revela y desvela. También con la nada se crea —más aún, sin la nada, nada se crea. Puede ser que así ya no nos aterre tanto y nos ofrezca una imagen mucho más positiva de la existencia tal como es: impermanente, transitoria, móvil.

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