« Háblame, Musa, del ingenioso héroe que peregrinó tanto tiempo,
vio las ciudades y observó las costumbres de las gentes »
Homero. La Odisea. I. 1-2
Es difícil pensar la antropología ajena a los viajes, y no me refiero exclusivamente a aquellas travesías realizadas a regiones alejadas de la urbe o hacia los lugares más recónditos del planeta, pues desde un escritorio pueden emprenderse también los viajes más sorprendentes, los introspectivos. La etnografía, método investigativo usado frecuentemente en el oficio antropológico—y en otras disciplinas—, en donde se observa y se estudia a un grupo de personas específico es, quizás, el puente entre la antropología y el viaje.
La etnografía consiste en el ejercicio de desplazarse a algún lugar, viajar para registrar información, conocer aquel lugar a donde se llegó y, por qué no, intentar vivir y sentir como se hace en dicho sitio. Y es que el viaje no es importante solo para el etnógrafo, sino para el humano en general, pues el ser humano ha estado en una constante travesía.
Aquí surge la figura de Odiseo, hijo de Laertes, aquel «ingenioso héroe que peregrinó tanto tiempo, vio las ciudades y observó las costumbres de las gentes» (Homero, 2008. 1. 1-2). Héroe nacido en Ítaca, que al terminar la guerra de Troya tuvo que pasar diez años por fuera de su hogar, viajando a lo largo del Mediterráneo y por supuesto, conociendo nuevos lugares y personas. Pensando en la obra de Homero y al mismo tiempo en el oficio del etnógrafo me di cuenta de que en este poema se nos relata la historia de un etnógrafo, o más bien, un protoetnógrafo. Así pues, podemos encontrar en las letras de Homero una convergencia con aquel oficio.
Esto lo podemos ver bien en el momento en que Odiseo llega al país de los feacios y es hospedado por Alcínoo, el rey. En un festejo en honor al invitado y ya maltrecho Odiseo, el rey de los feacios manda a llamar al aedo Demódoco a quien le pide que relate y cante lo sucedido en Troya. En el transcurso del canto, nuestro héroe rompe en lágrimas y luego empieza a relatar sus experiencias, lo que tuvo que soportar y vivir desde que salió de Troya. Tenemos entonces al viajero que luego de hacer un recorrido llega a comentar sus vivencias, sus experiencias y sus pensamientos. Es además interesante, pues a lo largo de La Odisea se pueden encontrar conceptos o acciones en semejanza con el quehacer antropológico: el encuentro con el otro, la oposición salvaje-civilizado, los ritos de paso, hospitalidad e incluso, la posibilidad de enamorarse de una «nativa», así como le pasó a nuestro héroe.
El retorno del viajero
Marc Augé, exdirector de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, define al viaje como el traslado en el tiempo y el espacio. El traslado permite el encuentro con otros espacios y gentes, y consiste en un desplazamiento, por lo general, del hogar hacia lo desconocido. Añadido a lo anterior, Augé dice que el viaje es indivisible del retorno, por lo cual para el etnógrafo es indispensable regresar, cuando lo hace vuelve al encuentro consigo mismo (Augé, 2013).
Entonces, cuando leemos La Odisea, vemos que su tema central se desarrolla entorno al retorno de un héroe y viajero. El nostos [νόστος] es el concepto griego que define el regreso a casa, ese nostos turbulento que tuvo Odiseo y que suelen tener los etnógrafos para proseguir en su labor, pues así como el etnógrafo viaja en busca de encuentros, experiencias y en busca de información y de conocimientos, este personaje suele volver para presentar, usualmente, su trabajo de campo en un texto. En el caso de Odiseo el regreso fue obstruido principalmente por el dios de los mares y agitador de tierras, Poseidón, pues la cólera del dios empezó a arder desde que Odiseo cegó a su hijo Polifemo. Además de esto, tuvo algunos obstáculos amorosos: el laertida, en un momento del viaje, llegó a los terrenos de Circe, quien lo retuvo por un año, luego apareció Calipso, la ninfa, que por siete años lo detuvo, incluso le ofreció a Odiseo la inmortalidad siempre y cuando él se quedará con ella, pero a nuestro héroe no le importaba nada más que el regreso.
Finalmente, el rey de Ítaca se pudo librar del dios gracias a la ayuda de Atenea, quien pidió ayuda a los Olímpicos para que el héroe pudiera regresar a su tierra. Y el volver es bastante importante tanto en el poema como en el trabajo del etnógrafo. Así, para Odiseo y por lo tanto para el hombre de la Grecia arcaica, volver al hogar era parte de la victoria y por supuesto parte importante de su honor. El retorno es importante para ambos, etnógrafo y héroe, pues es el cierre de un ciclo, permite el descanso y la retroalimentación. Para el héroe es importante, pues la tierra en donde se nació es de importancia en la Antigua Grecia y por tanto tiene igual importancia regresar a ella. Laodamante, hijo de Alcínoo describe así el hogar: «Lo mejor es la tierra de uno por muy rica que sea la casa que uno habita por fuera»(Homero, 2008.ix. 34-35). Por otro lado, el regreso permite al etnógrafo completar su objetivo, compartir al mundo —o a la academia—lo que experimentó y lo que estudió.
Siguiendo esta idea, como menciona Augé (2013), el regreso desempeña un rol fundamental puesto que le permite al antropólogo vivenciar un encuentro consigo mismo. El retorno se presenta como el momento en que el etnógrafo sale de la otredad y vuelve a su yo, contrasta esos dos mundos y se construye nuevamente. Respecto a este pensamiento, me atrevo a afirmar que solo en parte tiene razón, el regreso sí permite un encuentro consigo mismo, pero esto no sucede única y exclusivamente en ese preciso instante. Mientras se está en la lejanía —y con esto no me refiero a una posible lejanía geográfica o física únicamente—la distancia en sí permite también el auto encuentro. En este sentido, podemos traer a colación un fragmento de Tristes Trópicos donde Claude Lévi-Strauss expresa lo siguiente: «el viaje es una exploración de los desiertos de mi memoria más que de los que me rodean, el choque con el otro permite ver lo que no hay en mí» (Lévi-Strauss, 1972, p. 380).
Odiseas antropológicas
Ya varios antropólogos a través de sus etnografías nos han mostrado lo engorroso que puede llegar a ser una travesía de estas, de nuevo Lévi-Strauss en su texto Tristes Trópicos dejó en claro esta idea. Una de esas turbulencias sucedió con la llegada de su barco a Puerto Rico, pues en el transcurso entre Marsella y Puerto Rico la legislación había cambiado y los papeles que tenía Lévi-Strauss no eran los indicados. Además, el fbi sospechaba que fuese un enviado de los alemanes, esto en el contexto mundial de 1941.
En cuanto a Odiseo, se podría decir que todo su viaje de regreso fue turbulento, al salir de Troya y encontrarse con los cicones, murieron compañeros suyos, luego se encuentra con los lotófagos, comedores de la planta de loto, la cual hacía olvidar, un gran peligro para el héroe, pues le haría desconocer su nostos. No olvidemos también a los lestrigones, quienes se comieron a otros compañeros itacenses. Por supuesto que con esto no pretendo generar una idea errónea respecto al viaje, este no es siempre una odisea, ya bien nos lo mostró Nigel Barley en su etnografía de los dowayos de Camerún, en donde —a pesar de los tropezones— disfrutó y aprendió de aquella aventura.
El estudio etnográfico en La Odisea
Gómez Espelosín comenta que La Odisea es un relato de viaje, un texto etnográfico hecho poema, en donde su protagonista no encuentra extranjeros y por eso evoca la diversidad de los lugares a través de los que viaja, poblándolos con monstruos y seres fantásticos (Gómez, 2004, p. 15). Esto conduce a pensar en el concepto de alteridad —la vista del otro desde la posición del yo permitiendo así una cohesión entre las partes— y por supuesto, en el del otro ligado a la figura del salvaje.
En cuanto al tema del salvaje, procedemos de la misma forma que como figura a lo largo del recorrido del Laertiada. Resulta interesante mostrar cómo lo salvaje está presente en este texto, tenemos como ejemplo el encuentro con los lestrigones, pero sobre todo con la hechicera Circe y el cíclope Polifemo. Por un lado, tenemos a Circe, diosa rodeada de bestias y practicante de la hechicería, con la habilidad de transformar a los seres humanos en animales, los mismos que la rodean. Circe es además tía de Medea, otra famosa hechicera protagonista de los viajes de Jasón —Medea es la figura de la barbarie por excelencia—. Volviendo a Circe, ella es la representación de la magia en oposición a Odiseo, que es la representación de la ciencia y la lógica. Ya desde los comienzos de la antropología como disciplina, situada en un contexto colonialista y posteriormente evolucionista, se ha encontrado esta oposición, la magia en representación de lo salvaje y del pensamiento silvestre y la ciencia en representación de lo civilizado y el pensamiento domesticado, una percepción que se ha ido transformando y repensando en el transcurso del viaje introspectivo de la disciplina, pues al igual que el viajero que cambia gracias al viaje, la antropología ha ido cambiando en el viaje a través del tiempo.
Por otro lado, tenemos a Polifemo, resulta interesante el contraste que se puede hacer de su imagen frente a la de Odiseo. Este representa la figura del hombre ingenioso, versado, tiene como guía y protector a Atenea, diosa de la civilización, entre muchos otros aspectos. Mientras Polifemo, hijo de Poseidón, es un ser deforme, alejado de todo rastro de civilización, antropófago y ajeno a las normas de conducta, como la hospitalidad. La dicotomía que esta comparación suscita es bien conocida dentro de los saberes antropológicos, como se mencionó anteriormente.
Polifemo representa aquí la figura de lo exótico y del salvaje.
Una tradición, o más bien, una regla moral que Polifemo omite y que además reta es la hospitalidad. A lo largo del texto se puede ver cómo la hospitalidad hace parte importante de la cultura griega de entonces, y por supuesto aquel que no cumpla dicha ley es, en primera instancia, una persona no grata para Zeus, hospitalario patrono protector de los extranjeros.
Otro aspecto importante dentro del salvajismo de Polifemo es la ausencia de los valores morales, el objetivo de estos relatos y de estos mitos es fortalecer las tradiciones y reforzar los valores. Por eso Polifemo produce tanta aversión a sus visitantes en la narración, pues está alejado de todo rastro de humanidad y la carencia de valores «salvajizan» aún más a este personaje. «A diferencia de los seres humanos, que viven en asentamientos, el caníbal vive en una cueva entre los matorrales (de olivo en este caso) como un animal salvaje. El caníbal caza a los seres humanos, a los que llama presas y cocina la carne humana junto con la carne animal. El caníbal es además de contextura robusta y muy velludo, con órganos genitales superdesarrollados» (Douglas, 1998, p. 25).
En esos dos ejemplos podemos visualizar cómo la figura de lo salvaje ha perdurado a través de los tiempos, pues con la llegada de los españoles y los escritos de crónicas se pensó al indígena, inmerso en esa otredad, como lo salvaje. El español al no encontrar un marco de referencia similar al suyo, sino contrario, adjudicó este estatus a las comunidades descubiertas atribuyéndoles la característica máxima del salvajismo, la antropofagia; y a pesar de los siglos que han pasado desde entonces, se conserva aún el imaginario del indio salvaje y antropófago, siendo en la antigua Grecia el bárbaro como el otro, el extranjero, aquel ser que habla otra lengua, usuario de magia quizás —Circe y Medea sirven de ejemplo— y también el ser antropófago, ya mencionamos a Polifemo y por supuesto, los lestrigones.
Consideraciones finales
En este texto no se pretende explicar una obra tan compleja como La Odisea, ni mucho menos explicar un oficio igual de complejo y valioso como la antropología en su totalidad. Tampoco me gustaría que se piense que la antropología es solo lo que aquí está plasmado, pues como ya dije, este es un oficio complejo, laborioso y hermoso. Lo que aquí se pretende es hacer una reflexión o quizás un «recorderis» de aquellos conceptos que de alguna forma marcan el quehacer antropológico, esto unido a la aparente similitud que hay entre el etnógrafo y Odiseo el de miles de ingenios, que así como el antropólogo y el viajero, hace uso de su genio para poder afrontar las distintas pruebas a superar.
En este punto, se puede visualizar ya la tremenda importancia de los viajes en la etnografía, en sus realizadores y, por supuesto, la influencia que tienen en las personas. La etnografía llegaría a ser entonces un valioso puente, pues transmite aquella información privilegiada que se adquirió, transformándola en poesía, en vida, en parte del hombre mismo, del antropólogo. El viaje es, además, un facilitador, pues otorga la posibilidad de aprender sobre otros mundos, estimulando encuentros.
Un claro ejemplo de esto nos lo puede dar Fred Murdock, etnógrafo creado por la mano de Jorge Luis Borges. Murdock, como etnógrafo, viaja a las praderas del Oeste con el fin de estudiar la tribu de aquel lugar, sus ritos, su lengua y sus secretos, esto para volver y poder escribir su tesis. Esta tarea la cumple a cabalidad, convive con la comunidad, se compenetra y además, logra soñar lo que ellos sueñan, en otra lengua y otra lógica que hasta ese momento él desconocía. El etnógrafo se encuentra con personas distintas a él, gracias a esto Murdock, un joven perdido, logra encontrarse a sí mismo, así que decide volver a la ciudad pero vuelve con un nostos distinto, pues decide dejar de lado su investigación, en vez de esto, aplica lo que aprendió en el viaje para su vida cotidiana.
El ejemplo de Borges es claro para corroborar la importancia del viaje en la etnografía, que por supuesto tiene un compromiso con aquellos parajes y gentes de las cuales escribe, pero tiene también un enriquecedor valor introspectivo que puede llegar a ser, también, poesía, cuento, literatura y mito, así como La Odisea, todos sustentados bajo la misma estructura, la del viaje.
Referencias bibliográficas
Augé, M. (2013). El tiempo en ruinas. Conferencia realizada el 01 de octubre en el Museo del Oro.
Barley, N. (2004). El Antropólogo Inocente. Barcelona: Editorial Anagrama.
Douglas, M. (1998). Los usos de la vulgaridad: una lectura francesa de caperucita roja en Estilos de pensar: ensayos críticos sobre el buen gusto. Barcelona: Editorial Gedisa.
Gómez Espelosín, J. (2004). La Odisea y la invención del bárbaro avant la lettre. Vivir en tierra extraña: emigración e integración en el mundo antiguo. Barcelona: Editorial Publicación I Edicions.
Homero. (2008). La Odisea. Traducción de Carlos García Gual. Barcelona: Editorial del Nuevo Extremo.
Lévi-Strauss, C. (1972). Tristes Trópicos. Argentina: Editorial de Buenos Aires.