La muerte, por tratarse del destino seguro y final del ser humano, despierta reverencia y temor. Cada cultura ha configurado rituales y figuras mortuorias propias, con el fin de conjurar el miedo y establecer distinciones precisas entre el mundo de los vivos y los muertos. Sin embargo, la frontera pareciera ser más borrosa. Algunos se escapan a las leyes biológicas y vuelven, a pesar de las configuraciones sociales y rituales culturales que quieren mantener dicha división.
Una somera revisión de la literatura existente hace pensar que este regreso de aquel viaje sin retorno es una experiencia más bien excepcional, reservado a personas con algún talento especial, deidades o que llevaron una vida caracterizada por el buen actuar. La eternidad ultraterrena ha sido inquietud que ha perseguido al hombre desde siempre. Así, abundan testimonios de personas que tras haber experimentado la muerte prontamente vuelven a la vida, con relatos parecidos y sobrecogedores sobre lo que esperaría al hombre tras el fin de su existencia física.
Muerte, cosmogonía y literatura
En muchas mitologías es posible encontrar alusiones al mundo de los fallecidos y a las deidades que dirigen el tránsito de los mortales entre el plano de la vida y la muerte. La tradición oral, leyendas y supersticiones se convierten en advertencia para los vivos: una vida correcta se convierte en garantía de una posteridad agradable. Incumplir las reglas es promesa de castigo, dolor y crujir de dientes. El regreso del inframundo por lo general está acompañado de vicisitudes.
Puede entenderse que la creencia en un más allá que se rige por las antinomias de castigo y recompensa deriva de ciertas necesidades que son comunes a todas las culturas, y que son idénticas a la necesidad de generar filiaciones religiosas: consuelo, enfrentar los temores, hallar sentido a la vida y explicar lo incomprensible.
La mitología griega nos habla de Orfeo y Euridíce. Él, virtuoso músico, se niega a continuar viviendo sin su esposa. Se arriesga entonces a bajar al inframundo, armado tan solo con su lira. La curiosidad de ella impide el regreso satisfactorio de ambos al mundo de los vivos. (Muller, 1990,p. 140-41) Odiseo, en medio de su periplo para volver a Ítaca, arriba a los confines del Océano para llegar al palacio de Hades y hablar con el adivino Tiresias (Homero, 2001, p. 168).
Los egipcios construyeron una precisa cosmogonía, que entronizaba a Osiris como rey y señor de la
Necrópolis. Anubis, a la manera del barquero ciego Caronte, guiaba a los espíritus al otro mundo, donde el dios de los muertos los juzgaría con el peculiar método de la balanza, que oponía el peso del corazón al de una pluma. Si aquél resultará más ligero que esta, se le franqueaba la entrada al Yaru, una suerte de paraíso. De lo contrario, se arrojaba al Ammit, monstruoso necrófago (Espinosa, 2012, p. 19).
El folclore oriental también es rico en historias de experiencias cercanas a la muerte. El énfasis se encuentra en el enfoque contemplativo de los individuos sobre su propia vida. El budismo, que se había introducido en China en el siglo ii, prometía el ingreso a una Tierra Pura, a la que el moribundo era trasladado frente al Yama, o Rey de la Ley. Hay testimonios de visitas tanto al cielo como al infierno, una bipolaridad que se repite en los testimonios europeos del período medieval (McLenon, 1991, p. 320).
La concepción escatológica del cristianismo, quizás la más difundida en nuestro medio, esboza la existencia de dos parajes: el cielo y el infierno. El primero es un premio al bien. El segundo es el más cruel castigo a todos los males y pecados, incluso los más triviales. El temor frente a la muerte se exacerbó, en este marco, durante la Edad Media, debido a la cercanía de la misma: guerras, hambrunas y enfermedades hacían que la parca acechara constantemente (Delumeau, 2002, p. 254). Huelga recordar que el caso más famoso de resurrección es, precisamente, el de Jesucristo, base indiscutible del credo cristiano.
El Apocalipsis, atribuido a San Juan, establece la idea del Juicio del Fin de los Tiempos, en el cual habrán de ser juzgados los muertos y arrojados a un abismo incandescente quienes no tengan su nombre escrito en el Libro de la Vida debido a las acciones cometidas en la vida. Los elegidos habitarán en una nueva tierra, en la nueva Jerusalén, hecha de oro puro y decorada con piedras preciosas, bañado por un río de vida (S.A., Apocalipsis, 20 y 21).
Una interpretación más reciente (y liberal) de la doctrina cristiana habla de la resurrección de las almas encarnadas en los cuerpos que cada cual merezca, conservando la identidad personal de los mismos. El infierno y el cielo, por su parte, son vistas como una figura creada por las religiones y las jerarquías eclesiásticas para mantener al pueblo sometido y aterrorizado. Así, el infierno sería realmente la inmersión de una persona en el mal y el cielo la gratificación personal (Boff, 1977,p. 39 y 83).
Hay que señalar también una clase especial de experiencias: las de aquellos que aparentaban estar muertos y luego despertaron, algunas veces en sus tumbas y otras en su propio funeral, para terror de sus deudos y allegados. La catalepsia, sutil condición que simulaba el fin de todo signo vital, constituía un miedo recurrente en el siglo xviii y xix. No ayudaban a mermarlo las historias de sepultureros que supuestamente oían gritos y gemidos aterradores y se encontraban con ataúdes entreabiertos, decorados por dentro con dicientes marcas de arañazos o escabrosas pruebas de auto-canibalismo (Aries, 1984,p. 330).
Mención aparte merece la rica literatura y folclore existentes alrededor de fantasmas. Si bien estos no regresan físicamente al mundo terreno, su espíritu sí retorna para tormento de los vivos. Sus propósitos varían mucho: la venganza, el amor, el desconocimiento de su estado. Es recurrente el tema del espíritu que, por haber dejado algún asunto pendiente, vuelve a buscar ayuda para poder descansar en paz. Esta fascinación aparente por la muerte cesó, en la vida real, a finales del siglo xix, dejando una impronta duradera en relatos que mezclaban lo erótico con lo tanatológico.
La tradición vampírica, cuyo mejor exponente es el Drácula de Stoker, se basa en el efectivo relato de las andanzas, por lo general siniestras, de estos muertos vivos, que salen de sus tumbas en las noches en busca de sangre que les permita prolongar su existencia maldita. Ya en el siglo XX, y gracias a películas como La noche de los muertos vivientes, se popularizó la figura del zombi. En la tradición haitiana, este es una suerte de esclavo despojado de su voluntad gracias a bebedizos diversos. En cine y televisión se trata de personas que mueren por cuenta de algún virus o enfermedad y regresan a perseguir a los pocos sobrevivientes y darse un festín con sus cuerpos y cerebros.
La experiencia cercana a la muerte: fe y ciencia
En los años setenta el best-seller de Raymond Moody, Vida después de la vida, recopilaba diferentes experiencias en el umbral de la muerte y perfiló un fenómeno particular: la persona oye que se le considera muerta, luego oye un zumbido y atraviesa el túnel, desde la distancia puede ver su cuerpo y observar la situación. Después se encuentra con un «ser de luz» que actúa como guía y ayuda a evaluar su existencia. Finalmente entiende que aún no es su momento y regresa, transfigurado (Espinosa, 2012, p. 45).
Esta situación se ha denominado, en épocas recientes, como Experiencia Cercana a la Muerte o ecm. Moody señaló quince características. Además de las ya mencionadas, hay otras que lo constituyen como un fenómeno metafísico: la revisión de la vida propia como una película, el doloroso pero comprendido regreso a la vida, la agudización de los sentidos, el cese del terror a la muerte y el amor a la vida (Sueiro, 1991, p. 130-131).
Así, la ECM es una experiencia que ahonda en los aspectos físicos y espirituales de la muerte. No siempre se trata de accidentes. Personas ya desahuciadas experimentan convulsiones y alegan no sentir temor a la muerte, expirando con serenidad y alegría. No es inusual que quien regrese sienta aprehensión frente a lo sucedido, pues no quiere ser tomado por loco (Callanan, 1991, p. 327). Sin embargo, a medida que se han acumulado los testimonios, muchos reconocen la excepcionalidad de la experiencia y los beneficios positivos para su vida.
Los testimonios son increíblemente vívidos y numerosos. En el caso colombiano, quizás el más notable de estos sea el de Gloria Polo. En 1999, mientras se desplazaba en predios de la Universidad Nacional de Colombia durante una fuente tormenta, un rayo la cogió a ella y a su sobrino, quien se hallaba a su lado. Él fallece al instante, mientras que ella emprende una lucha por su vida con la mayor parte de su cuerpo quemado (Polo, S. A, p. 1).
La ECM debe entenderse también como experiencia mística de conciencia extraordinaria, con una percepción distorsionada de la propia corporalidad. La trascendencia en el tiempo y el espacio resultan incomprensibles desde una perspectiva física y científica. Así, desde esa perspectiva se pueden comprender la unidad de los testimonios, la inefabilidad de lo vivido, lo paradójico de la situación y el sentido de sacralidad que adquieren la vida, la naturaleza y el mundo (Penacchio, 1986, p. 67-68).
Estudios más recientes sugieren, desde una perspectiva clínica, que la ECM es tan solo una alteración neurológica transitoria, achacable a la falta de oxígeno en el cerebro y de riego sanguíneo en el globo ocular (Gaona, 2012). Esto explicaría, en parte, por qué la similitud de las experiencias en todos los casos. Quizás sea, sin embargo, una muestra de la incapacidad de la ciencia de probar o desmentir el fenómeno, dejando abierta todavía la incertidumbre y la inquietud sobre lo que se encuentra en el «más allá».
Referencias bibliográficas
Ariés, Philippe. (1984). El hombre ante la muerte. Madrid: Taurus.
Boff, Leonardo. (1977). La vida más allá de la muerte: el presente, su futuro, su fiesta, su constestación. Bogotá: Confederación Latinoamericana de Religiosos, Secretariado General.
Callanan, Margaret. (1994) (Número 3). Dealing with death: back from beyond. The American Journal of Nursing.
Delumeau, Jean. (2002) El miedo en Occidente. Madrid: Taurus.
Espinosa, Ricardo. (2012). Experiencias cercanas a la muerte: reflexiones alrededor de su estudio. Ciudad de México: Asociación Mexicana de Tanatología.
Gaona, José Miguel. (2012) Al otro lado del túnel. Madrid: La esfera de los libros.
Homero. (2001). La Odisea. Bogotá: Casa Editorial El Tiempo.
McLenon, James. (1991) (Número 2). Near-death folklore in Medieval China and Japan: A comparative analysis. Asian Folklore Studies, (50).
Muller, Max. (1990). Mitología comparada. Barcelona: Intercomunicaciones.
Penacchio, John. (1986) (Número 1). Near-death experience as mystical experience. Journal of Religion and Health (25).
Polo, Gloria. (s.a). (1987). Testimonio de Gloria Polo. Bogotá: S.D. (S.A). Dios habla hoy: la Biblia con Deuterocanónicos. Bogotá: Sociedades Bíblicas Unidas.
Sueiro, Víctor. (1991). Más allá de la vida. Buenos Aires: Planeta.