Samuel Beckett: literatura y vacío


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No sé qué significa eso de ser

La experiencia del vacío

Es un hecho, el mundo práctico, lo que habitualmente llamamos la realidad está constituido sobre el consenso. Es decir, sobre un conjunto de intuiciones generales integradas en conceptos. Lo que habitualmente llamamos real, entonces, se construye sobre la experiencia común, sobre aquello que es percibido de la manera más general y por mayor cantidad de personas. Debido a que en que en muchas circunstancias de la vida moderna, la realidad basada en la experiencia común, no da espacio a la expresión de experiencias singulares, excluyendo dentro de lo social perspectivas que contienen la posibilidad de renovar la visión del conjunto de lo real; el arte ha servido para dar cuenta de experiencias singulares que si bien no remiten a conceptos surgidos del consenso, se basan en un conocimiento único e irrepetible que expresa modos de ser que buscan legitimidad. A través de la expresión estética, en especial por medio de la literatura, es posible de-construir la noción unitaria de realidad que el sentido común supone, dándole voz a aquellos que están en la periferia. Aún más, a través de la escritura es posible aproximarse a ese punto original desde donde surgen todas las manifestaciones humanas, ya sean científicas o estéticas. El lugar de donde surgen todos los libros. La realidad puede ser entonces tratada, desde la literatura, no como una unidad de sentido terminada sino como un conjunto abierto de causas y efectos.

Para artistas como Samuel Beckett, la literatura es creación de imágenes que apelan al sentido común más allá del consenso, más allá del tiempo. Visiones de una realidad en devenir que vincula el pensamiento con la vida en una soledad esencial. A la pregunta ¿Qué es la literatura? Se podría suponer que Beckett contestaría tentativamente así: es descubrimiento de una exterioridad que trae imágenes a la realidad, captando fuerzas que antes no eran visibles (sensaciones, intuiciones). Ahora bien, tomando como punto de partida la oposición entre la experiencia singular intuitiva y la experiencia general racional, se podría mostrar a través de la literatura de Beckett la imposibilidad de ciertos modos de ser para inscribirse en el consenso o en la experiencia común. Imposibilidad, pues en la exterioridad, en el punto original donde surgen todas las obras, la obra misma se pierde y por consiguiente todo intento de consenso. La literatura de Beckett descansa en la nada, superficie sin fondo que abre el juego de los significados. Umbral entre lo real y lo no real, espacio de lo imaginario.

Posibilidad e imposibilidad de todas las cosas es la literatura de Beckett y la revelación de ésta verdad está en su escritura. No es, sin embargo, cualquier escritura la que revela ésta verdad. La cultura no ha conocido por siglos sino los valores del “escribir bien”. La escritura se ha centrado en virtud de la distinción del fondo de las palabras. Los significados determinan al lenguaje conjurando el umbral y dando sentado un mundo que pre-existe al lenguaje. La escritura a la que apela Beckett es la que inventa el mundo, escritura que libera de la represión histórica.

Siguiendo a Barthes[1], se sabe que la unidad de la ideología burguesa (clasicismo y romanticismo) produjo una literatura única, ya que en los tiempos burgueses la forma no podía ser desgarrada ya que la conciencia no lo era. A partir del siglo XIX está conciencia deviene desdichada, ya que la unidad de la conciencia se fractura debido a lo que se ha llamado la crisis de los relatos o la muerte de Dios. La conciencia desdichada o la muerte de Dios no es otra cosa que una ruptura ontológica entre la idea y el mundo. En este punto, dice Barthes, el escritor deja de ser testigo universal para convertirse en conciencia desdichada. Este gesto en Beckett se expresa en elegir el compromiso de la forma, rechazando la escritura del pasado. En Beckett la literatura y la escritura testimonian la disociación del signo lingüístico transformándose en una problemática del lenguaje. Hay que tener en cuenta que según Beckett la transparencia del arte clásico no concebía que la literatura pudiera ser un lenguaje sino mimesis o representación del mundo- encuentro de un espíritu universal y un signo decorativo.

Para entender la naturaleza de los personajes de Beckett, en especial el de la primera novela de su célebre trilogía, hay que tener en cuenta que una de las motivaciones del autor es la refutación del racionalismo (pilar de la conciencia burguesa). Ya en su poema Whoroscope parodiaba el principio cartesiano cogito ergo sum(pienso, luego existo) diciendo Fallor, ergo sum (me engaño, luego existo). Se trataba de afirmar lo ilusorio de la autoconciencia y del mundo. No es extraño escuchar a Molloy expresar aquel escepticismo: Mi vida, mi vida, tan pronto como hablo de ella como de algo terminado como de una tomadura de pelo que dura todavía…o A veces me olvidaba, si, a veces no sólo me olvidaba de quien era, sino que era, me olvidaba de ser…

Los personajes de Beckett no se definen por la razón y la coherencia de su identidad, por el contrario parecen ser puro afecto. Aquí afecto no es sentimiento personal ni carácter, es efectuación de una potencia que hace vacilar el yo. Molloy no es propiamente un sujeto sino un conjunto de posiciones relacionadas a una multiplicidad, a una especie humana si se quiere. Molloy es una anomalía de dicha especie, un anormal, un outsider. Entidad que llega y se desborda como una enfermedad infectando al vacío que subyace a todas las cosas. Molloy no es un individuo, no es una especie sino un fenómeno de borde. Tal vez, la naturaleza del personaje responde a la decisión de Beckett de apelar por la forma y de romper con el pasado. Molloy se construye en la ruptura con algo a lo cual no se puede volver, lugar que hace que el pasado deje de existir. No en vano la novela inicia en una habitación donde el personaje yace en la cama de su madre sin saber como llegó ahí, tampoco sabe si su madre está viva o muerta e inicia una andanza infructuosa en su búsqueda.

En la andanza de Molloy por una ciudad sin nombre, la materia del pasado se ha hecho volátil. La forma de lo que ha pasado ni siquiera existe el personaje ha entrado en un devenir donde la unidad del yo se fragmenta al punto en que uno mismo ya no existe pues ha devenido imperceptible y clandestino en un viaje inmóvil. En la novela nada pasa, ni pasó. Nadie puede hacer nada por Molloy ni contra “él”. Sus territorios están fuera del alcancé de la percepción, no porque sean imaginados sino porque en su andanza los está inventando. Así Molloy dice: …no era una criatura dada a presentimientos, sino simplemente a sentimientos o más bien me atrevería a decir que a abatimientos. Porque sabía las cosas por adelantado, lo que me ahorraba tener que presentirlas…sabía las cosas por adelantado, porque cuando me ocurrían ya no me enteraba, como quizás haya advertido el lector, me enteraba a costa de esfuerzos sobrehumanos, y después tampoco sabía nada, me encontraba devuelto a mi ignorancia nativa.

Lo que está de fondo en las palabras de Molloy es la inversión de cogito cartesiano. Me engaño, luego existo: Lo falso es más fácil de reducir a nociones claras y distintas, distintas de las otras nociones. Aunque debo estar equivocado. A partir de la afirmación del error, Molloy escapa del hermetismo racional que es presentado como el olvido del ser que es, a su vez, una apertura al afuera sensible, “reino del error”: Entonces ya no era aquella caja herméticamente cerrada en la que debía haberme conservado tan bien y yo me llenaba de raíces y tallos…dentro de la caja hay que ir con cuidado, plantearse preguntas, por ejemplo si existimos aún y, caso de no existir, cuando dejamos de existir y, caso de existir, cuánto tiempo vamos a durar todavía, cualquier cosa que sirva para que no perdamos el hilo del sueño. Yo me planteaba preguntas de muy buena gana, una tras otra, por el simple placer de su contemplación. No de buena gana sino racionalmente para creerme aún en la caja. Y sin embargo seguir en la caja no me servía de nada. A aquello le llamaba reflexionar. Reflexionaba casi sin interrupción, no se atrevía a detenerme.

Fuera de la caja: Molloy, o la vida sin puñeta. La reflexión es el hermetismo, la vida llena de certezas pero alejada del ruido de mi vida que se escucha cuando todo parece callarse…el ruido de mi vida que era poseída por aquel jardín a caballo sobre la tierra de los abismos y de los desiertos. La experiencia de la escritura en Beckett es la experiencia de Molloy fuera de la caja de la conciencia, experiencia del vacío, grado cero de la escritura, apertura al pensamiento del afuera, etc. Punto donde se está frente a hechos cuya significación no aparece a primera vista (razón para dejar constancia de ellos), lugar donde las palabras son oídas como puros sonidos libres de toda significación. Experiencia de soledad esencial, fuera del tiempo donde a Molloy le resultaba indescriptiblemente penoso conversar.

En estos lugares donde Molloy reflexiona, es Beckett quien habla de la literatura (…y si alguna vez olvidando mi personaje, me inclino o me arrodillo, no os dejés engañar, no seré yo, será otro)de la escritura que se desprende del lenguaje, del régimen del signo lingüístico, de la relación causal del significante con el significado. Al liberar el lenguaje del signo lingüístico, Beckett se presenta como un destructor que aumenta la existencia y la enriquece minándola, diciendo que no se puede saber nada de ella: Porque no saber nada no es nada, no querer saber nada tampoco, pero lo que es no poder saber nada, saber que no se puede saber nada, éste es el estado de la perfecta paz en el alma del negligente pesquisidor.

Mantenerse apartado de todo lo que persigue conocer, es la tarea del escritor parece decir Beckett. Mantenerse fuera del tiempo sin ocuparse de ningún acontecimiento en particular, concibiendo la historia como una dimensión de la cual se puede prescindir. Para Beckett hundirse en la nada da paso al olvido tranquilo, sin embargo aquí no hay abandono. No hay nihilismo. Ser consciente de esa nada y saber que ya no se es un ser definido distinto de todos los seres se convierte es una exigencia ética del escritor: Escucho y me oigo dictar un mundo paralizado en el momento de perder el equilibrio, bajo una luz débil y tranquila sin más, suficiente para ver, ustedes comprenderán, y también paralizado.

Parafraseando a Maurice Blanchot[2], se puede afirmar que Beckett no escribe para hacer un libro “bien escrito”, un libro bello, ni tampoco escribe por inspiración, ni para avanzar en lo desconocido. Escribe “para terminar porque trata de sustraerse al movimiento que lo arrastra, dándose la impresión que aún lo domina, y de que como habla podría dejar de hablar”: Todo se dobla y cae hacia un final que parece que no va llegar nunca…

La palabra en Beckett busca su fin, aunque éste no llegue. La palabra en la escritura de Beckett deviene errante, carente de centro, que no empieza ni termina. La palabra aquí sigue hablando donde no habla pues cuando se interrumpe está perseverando. No es de ninguna manera silenciosa “porque en ella eternamente el silencio se habla”. La radicalidad de Beckett es su relación con el silencio, con el vacío, con la nada. Ahora bien, en este punto surge un interrogante. Si en la palabra habla el silencio, el vacío que se hace palabra ¿Qué papel cumplen los personajes y el autor? Es posible que esta cuestión no se pueda responder a partir de una sola obra de la trilogía.

No se equivoca Blanchot, cuando dice que Molloy es un libro que aún trata de mantener la forma de un relato. Lo que se expresa aún puede ser atribuido a un personaje y a un autor. Molloy es un personaje identificable y en el fondo está Beckett hablando y sugiriendo una existencia real. Sin embargo, no hay que dejar de lado el movimiento en que estás certezas se disgregan. Molloy se convierte en el policía Morán de manera que esta metamorfosis hace patente la profundidad que la estructura del relato encubre. Pero en Malone muere y El innombrable, Beckett va más lejos.

En Malone el vagabundo se ha convertido en moribundo y el espacio donde se encuentra es más reducido que el de Molloy. Malone era como Molloy, un outsider, pero su errar ya no tiene los recursos de una ciudad. Malone está confinado a una habitación y sólo tiene un palo con el cual aleja y atrae las cosas. El espacio con que cuenta el personaje es el de las palabras y las historias. En el caso de El innombrable, Mahood cuenta con un espacio más reducido y es más indeterminado. Es un desecho encerrado en la tinaja que sirve para decorar la entrada de un restaurante. Aquí se siente la verdadera profundidad de la escritura de Beckett pues los personajes han perdido su figura y la voz que escuchamos es la del autor. Pero esto no es más que una convención, pues lo que muestra El innombrable es una vivencia bajo la amenaza de lo impersonal, se trata de una aproximación a la palabra neutra que no puede hacerse callar, porque es lo incesante, lo indeterminable. Aspecto que ya se sugería en Molloy: Pero siempre es cambiar de mierda y aunque todas las mierdas se pareciesen (lo que es inexacto) no importaría nada, siempre va bien cambiar de mierda, ir un poco más lejos en la mierda, de vez en cuando mariposear, en fin como si fuéramos efímeros.

Escritura y vacío

Beckett no es un escritor sino una escritura. No ha escrito libros sino un solo libro, esto es, ha creado un inusitado modo de ser que se debate entre el no-ser. La obra de Beckett priva de mundo al ser viviente dándole como morada el espacio de lo imaginario: “Entre el ser y la nada la palabra no dice es”, diría Blanchot a propósito. Por otra parte no hay diferencias fundamentales entre los motivos de sus distintas obras: en Esperando a Godot unos vagabundos esperan a alguien, en Malone un lisiado espera la muerte, en Molloy un pordiosero haraganea por tiempo indefinido esperando encontrar a su madre. Finalmente, Beckett no busca una aproximación más o menos verosímil a la realidad sino la creación de una realidad literaria independiente. Beckett hace, no imita. En Beckett las palabras constituyen algo por sí mismas o lo que es lo mismo, crean un espacio para el ejercicio de un discurso. Lo que pretende a lo largo de su obra (en sintonía con Mallarmé) es constituir un universo sólo comprensible desde dentro de la literatura y sin remisión a la realidad, siguiendo las palabras hasta que signifiquen como tal. Así lo dice en El innombrable: las palabras están en todas partes, en mí, fuera de mí, vaya pues, hace un rato yo no tenía espesor, las oigo, no hace falta oírlas, ni hace falta una cabeza, imposible detenerlas, soy de palabras, estoy hecho de palabras, de las palabras de los demás, cuáles otros, el lugar también, el aire también, las paredes, el suelo, el techo, palabras, todo el universo está aquí, conmigo, soy el aire, las paredes, el tapizado, todo cede, se abre, deriva refluye, copos, soy todos estos copos, cruzándose, uniéndose, separándose, a donde quiera que yo vaya me vuelvo a encontrar, me abandono, voy hacía mí, sólo una parcela de mí, recogida, perdida, fallidas palabras, soy todas esas palabras, todos esos extranjeros, este polvo de verbo, sin fondo donde posarse, sin cielo donde disiparse, encontrándose para decir, huyéndose para decir que los soy todos, los que se unen, los que se separan, los que se ignoran, y nada más, sí, algo muy distinto, que soy muy distinto, una cosa muda, en un lugar duro, vacío, cerrado, seco, neto, negro, en donde no se mueve nada, no habla nada, y que escucho, y que oigo, y que busco, como una fiera nacida en la jaula de fieras nacidas en jaula de fieras nacidas en jaulas de fieras nacidas en jaula…

El corolario que nos deja Beckett puede parecer extremadamente fatalista. Podría parecer un grito ahogado de la conciencia humana vuelta sobre sí misma. Pero los males inherentes de la sociedad moderna encuentran en la obra de Beckett una respuesta individualista, una forma de escapismo al vitalismo donde se afirma la nada. Se afirma un instante que se prolonga hasta dimensiones de eternidad, instante que se acoge en su absurdo fundamental y declarando que pertenece a la nada y retorna a la nada. La realidad es un prejuicio, no hay porque juzgar la vida en su vacuidad. No pasa nada, no hay nada, no hay por qué preguntarse por lo que pasa, no es necesario actuar. Lo que hay en los cerebros una vez vaciados de todo es la libertad que se aproxima al trance místico. Lo que arruina es el juicio, la obligación de emitir enunciados sobre las tareas de los demás.

Bibliografía

Beckett, Samuel. Molloy. Traductor Pedro Gimferrer. Madrid, Alianza editorial. 1969

Blanchot, Maurice. El libro que vendrá. Traductor Pierre de Place. Caracas, Monte Avila editores. 1991

Barthes, Roland. El grado cero de la escritura. Traductor Nicolás Roa. México, Siglo XXI editores

Broderick, Joe. Samuel Beckett, la tragicomedia de la vida. Bogotá, Panamericana editorial. 2005

Ciorán, Emille. Ensayos sobre el pensamiento reaccionario. “Algunos encuentros con Beckett”. Bogotá, Tercer mundo editores. 1992.

Deleuze, Gilles; Guattari Félix. Mil mesetas, Capitalismo y esquizofrenia. “Devenir-intenso, devenir animal, devenir-imperceptible”. Traductor José Vázquez Pérez. Valencia, Pre-textos. 1997.

Ellman, Richard. Cuatro dublineses. Traductor Antonio-Prometeo Moya. Bacelona, Tusquets editores. 1990.

[1] Comparar. Barthes, Roland. P. 11-15.

[2] Comparar. Blanchot, Maurice. El libro que vendrá. P. 247-243

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Samuel Becket: literatura y vacío
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