Edward Hopper: vigía de la vida moderna


Edward Hopper - Sol de la mañana - copia

Podría pensarse en Edward Hopper (1882 – 1967), como un cronista de la modernidad, esa que para Charles Baudelaire representa: “lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, la mitad del arte cuya otra mitad es lo eterno y lo inmutable.” (El pintor de la vida moderna, 1995: p.44).

Hopper ha hecho un retrato de la sociedad norteamericana de la primera mitad del siglo XX, una sociedad en el marco de la cultura del consumo, envuelta en una atmósfera desencantada, con el fantasma de dos guerras mundiales y el ideal de sueño americano fragmentado.

El pintor norteamericano habla del hombre de su tiempo en la esfera pública y privada, y va más allá de una representación pictórica que cuida el detalle y la apariencia de la imagen que crea. Hopper incluye su propio sello personal.

En el documental El pintor del silencio del 2005, dirigido por Carlos Rodríguez, se afirma que:

Edward Hopper es tan importante para los creadores de imágenes porque él puso de manifiesto que las imágenes que creamos parten de la realidad de las cosas que nos rodean y sin embargo, son la expresión de un mundo interior, propio, íntimo. Él concebía las figuras de sus cuadros como si fueran personajes de una película, creó narraciones con sus cuadros.

Edward Hopper y la Autómata

Edward Hopper 1 - AutomataSi nos detenemos en la pintura de Hopper: Autómata de 1927, podemos hacer una lectura que dé cuenta de la moda durante los años 20’s, la disposición de las cosas en la cafetería, las locaciones urbanas, pero a estos rasgos, se suma la particular carga emocional del cuadro.

Por una parte, se encuentra la mirada de la joven que carece de detalle y expone a una mujer ensimismada, entre reflexiva y ausente y, por otra parte, la amplia ventana que deja ver el reflejo de las luces, en lo que parece una noche fría.

El juego de la luz blanca que abraza una parte significativa del cuadro y descubre las piernas de la protagonista, así como, la geometría que ubica a la mujer junto a una gran ventana, al interior de una cafetería, nos presenta lo que sería una metáfora de la propia introspección de la mujer; el espacio físico como espacio emocional.

Hopper nos hace partícipes de la soledad de sus personajes, y sin darnos mayores explicaciones nos formula preguntas. Inquietudes que apenas se sugieren, como las que suscita el nombre de Autómata, que perfectamente se puede ubicar en el contexto de una sociedad industrializada que antecede el auge de la cultura del consumo, en la atmósfera de aparente florecimiento comercial, antes de la Gran Depresión. El tedio, la monotonía, la fragilidad del hombre moderno.

Hopper nos habla también del silencio que esconde el grito de sus personajes. Mujeres y hombres que habitan una ciudad de una quietud angustiosa, una sociedad ensimismada, aislada, desnuda en una pintura, ante la que como espectadores nos convertimos en voyeristas de pequeñas historias y momentos íntimos de lo cotidiano.

Retratos de mujeres y hombres

Las mujeres en Hopper tienen voz, cada uno de los retratos enuncian una historia y una situación que habla de un individuo, que no es ni musa, ni encantada, es una mujer pedestre, con un asunto y conflicto como el que tendría cualquier otra mujer u hombre. En el documental El pintor del silencio, se habla de la mujer en Hopper como metáfora y guía para palpar la realidad.

Once a.m.

Edward Hopper - Once a.mEn Once a.m. nos encontramos a una mujer que, como ocurre en varias de las pinturas de Hopper, está mirando por la ventana hacia el exterior. Está sentada en un sillón azul oscuro, que contrasta con la luminosidad de la ventana y su cuerpo descubierto.

Dentro de las múltiples posibilidades de representación de un desnudo que se pueden encontrar en la pintura, en esta desnudez no hay pose, se revela la intimidad de un personaje. Más que contemplar la sola desnudez de un cuerpo, Hopper hace manifiesto el desnudo de un estado existencial.

Asistimos entonces a esta fotografía de lo cotidiano, de una mujer despojada de vestido, salvo por los zapatos que tiene puestos. Posiblemente ella acaba de llegar a casa, es un día soleado, está fatigada, decide descansar, aprieta sus manos y mira contemplativa por la ventana. ¿Acaso observa a alguien específico?, ¿su mirada perdida es la manera de reflexionar sobre algo que le acaba de ocurrir? Las preguntas nuevamente asaltan, pero citando a Renoir: “lo más importante de un cuadro no se puede definir, no se puede explicar”. Nuevamente ese marco narrativo y enigmático, le otorga a la pintura, un campo amplio de interpretación y lectura de la que el espectador es partícipe.

Verano en la ciudad

Edward Hopper - Verano en la ciudad
Las pinturas Verano en la ciudad y Digresión filosófica nos presentan dos situaciones en las que, independientemente de ser hombre o mujer, se comparte un mismo estado de desolación. En la primera, encontramos dos personajes en lo que podría ser una habitación de un hotel o un apartamento. Los objetos dentro del espacio son limitados, sólo es visible una cama blanca, sobre la que se encuentra boca abajo, desnudo, un hombre, y junto a él, sentada, de manos cruzadas y pensativa, una mujer que lleva un vestido rosado.

En estos dos cuadros encontramos personajes que pese a estar juntos, están solos. La escasez de objetos en el espacio, invita a una sensación de vacío, que contrasta perfectamente con el estado emocional que transmiten los personajes. En el caso de Verano en la ciudad, la desnudez del hombre que cubre su rostro, manifiesta una distancia entre los personajes. No existe contacto visual entre los protagonistas del cuadro. Ella está vestida, quizá se prepara para irse, quizá tras de estos personajes hay una historia de desencuentro, no lo sabemos.

Digresión filosófica

Edward Hopper - Disgresión filosófica

En la segunda pintura Digresión filosófica también se muestra la ausencia de objetos al interior de la habitación, una cama, una libreta y un cuadro. A diferencia de la primera, que gracias a la ventana sugiere una habitación de un edificio, posiblemente en la ciudad. La ventana en Digresión filosófica parece dar a un primer piso, en lo que podría ser una casa de campo o de descanso. Sobre la cama azul oscura que contrasta con el azul del cielo, está sentado un hombre vestido y a sus espaldas está recostada una mujer desnuda de la cintura para abajo, ella le da la espalda a él.

Nuevamente no hay contacto visual. El hombre extiende sus antebrazos, éstos caen sobre sus muslos, en señal de abatimiento. A su lado un libro o cuaderno abierto junto al título de la pintura que sugieren el asunto que inquieta al hombre.

La luz: la puerta al espectáculo

La luz en Edward Hopper también es protagonista. Como cuando vamos a presenciar una obra de teatro y vemos las luces que apuntan al escenario, una vez se abre el telón, así, la luz en Hopper nos dirige por sus pinturas. La luz es el ojo que mira, es el proyector que devela el espectáculo. Es una luz que irrumpe sin timidez y como a la realidad no le interesan los eufemismos o el territorio de lo ilegible.

Edward Hopper - Sol de la mañana
En la pintura Sol de la mañana la luz es indiscreta en el espacio, cubre a la mujer que está sentada sobre la cama y mira hacia la ventana. El haz de luz del sol, en esta pintura, es escandalosa, directa y cobija casi la totalidad del lienzo. En las últimas tres pinturas se nota una similitud en el vestido de las mujeres, entre rosado y rojizo y las camas, que también se destacan por unos tenues azules que contrastan con la luminosidad que intenta eliminarlos del cuadro.

Cine en Nueva York

Edward Hopper - Cine en nueva yorkEn Cine en Nueva York la luz artificial nos advierte de una mujer en el pasillo de un cine. La confrontación con la opacidad de la sala de cine es relevante, no obstante, está presente esa luz que se inmiscuye y desnuda a los personajes ante los ojos de los espectadores de la pintura, que descubre en este caso a una mujer que se aísla de la función y se sume en su cavilación.

Aunque la obra de Edward Hopper es mucho más que este breve acercamiento, es preciso señalar que él ha sido cronista de un periodo y ha advertido lo cotidiano desde una sincronía entre la riqueza técnica y la capacidad de confrontar y plantearle inquietudes al espectador.

Ha sido un retratista del instante, se ha inmiscuido en la mirada del día a día, para configurar el hombre, los lugares y los objetos como estados emocionales. Su obra permite esos dos rostros de lo bello de los que habla Baudelaire, que nos evocan a la vez el alma y el cuerpo del arte, lo eterno y lo temporal.

Fuentes

Baudelaire, C. (1995). El pintor de la vida moderna. Bogotá: El Áncora Editores.
Rodríguez, C. (2005). El pintor del silencio. Documental, 56 m, España.

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