Sólo perduran en el tiempo las cosas que no fueron del tiempo.
Jorge Luis Borges
Divinos gritos dentro del sólido mármol son ahora ecos que resuenan dentro del yeso. Los que por allí pasan parecen ser sordos, no distinguen el constante ruido emitido en voces antiguas, en lenguas muertas. Pasan ignorantes, sumidos en otros mundos, en la red de una araña azul con manchas verdes, con números o fórmulas, con teorías y prácticas en la mirada; y las estatuas insisten en su grito mudo, en su falso eco. Ellas han recorrido un largo camino (que aún no termina) a través de las aguas del océano y las rocas del río, el tiempo, la memoria y el olvido. Viajaron en tren hacia la sabana y extrañaron la primavera y el otoño. Han sufrido descalabros y resquebrajamientos, sus vestiduras se han llenado de agujeros; sin embargo, siguen aquí.
Son un conjunto que copia el arte de los siglos, la anatomía humana, la belleza y la perfección. Sus orígenes están en la ciudad de la Torre Eiffel, en un museo junto a la curiosa sonrisa de una Mona Lisa o en las calles que habita una reina.
La memoria les trajo grandes amigos que no pudieron resistirse a su encanto natural para absorber la luz y proyectar la sombra. Tendidos a sus pies, las dibujaron una y otra vez, las observaron, las tocaron, las midieron, las manosearon.
Por contados instantes estas se sintieron vivas, como si de verdad lo estuvieran. Ellos conocieron a personas interesadas en su testimonio, en su peregrinar infinito y en su destino. Aquellos artistas escribieron su historia. Pero, como por obra del olvido, los libros que la contenían cayeron en cajas que se cerraron, luego se guardaron y se abandonaron en la oscuridad.
Primer acercamiento
Hace cuatro matrículas estudio en la Universidad Nacional de Colombia y confieso que no me había detenido mayor tiempo a contemplar la Venus de Milo del vestíbulo de la Biblioteca Central o los bustos del segundo piso. Si bien había visto los yesos, mi curiosidad acababa en donde comenzaba la pieza que observaba, hasta que surgió la oportunidad de acercarme a la Colección Pizano de manera diferente. Decidí, antes que nada, dedicar tiempo a mirar las piezas. Las detallé, leí sus placas históricas; cada vez que pasaba las observaba otra vez, las recorría con los ojos, las admiraba. Incluso, una vez toqué una Cariátide. Buscaba algo sagrado en ellas, alguna pista que me condujera hacia su mítica historia.
Sin embargo, no me encontré precisamente con eso. Su más reciente pasado estaba impregnado de la naturaleza del hombre, había huellas humanas por todas partes. Y no sólo su pasado menos lejano estaba estrechamente ligado a la carne y al hueso. Las divinidades habían surgido remotamente en la mente de los hombres, se habían figurado en su boca y se habían hecho de piedra en manos de un artista. Pero este es el comienzo de otra historia: la de las representaciones originales de los griegos. Aún no era la de las piezas que yo tenía al alcance de mi vista.
Aunque la presencia de la mitología de la cultura clásica en las esculturas es innegable, parecía que mi camino distaba mucho de ese sendero y se acercaba cada vez más hacia el conocimiento de la labor de un hombre. Entonces, lo vi dibujado en sus autorretratos, capturado en fotografías antiguas y supe de quién recibe el nombre la colección. Roberto Pizano fue artista, gestor cultural, presidente de la Escuela de Bellas Artes y la persona que hizo posible que yo estuviera viendo una delas réplicas más exactas de una obra que quizás jamás pueda ver en persona. Roberto Pizano trajo de Europa a Colombia yesos y grabados representativos de la historia del arte de la humanidad. No sabemos a ciencia cierta cuántos de estos llegaron en1927, cuando ingresaron, porque no hay registro de ello. Los inventarios se hacen años después y su comparación demuestra la pérdida de algunos objetos al reducir la cantidad a las cifras que conocemos hoy: 239 yesos y 1652 grabados. A pesar de la disminución, todavía significan una suma considerable. Pero estos números son vulnerables a los cambios, y el inventario que se está llevando a cabo en este momento, tal vez así lo pruebe.
Pizano aprovechó la oportunidad que se le ofreció de una manera muy singular: aceptaba el cargo de presidente de la Escuela de Bellas Artes solo si el Gobierno estaba dispuesto a cumplir con una condición: financiar la compra y el transporte de un conjunto de piezas artísticas seleccionadas por él mismo. Debido a la reciente venta de Panamá, el Gobierno pudo invertir en su proyecto. Su intención era dar herramientas que mejorasen el estudio de la Escuela: las obras se convertirían en material didáctico para estudiantes y profesores, servirían tanto para la enseñanza del dibujo y la escultura como para el aprendizaje práctico de la historia del arte. Como ocurre en algunas ocasiones, Roberto Pizano no contó con mucha suerte y la muerte le impidió ver siquiera la inauguración de su proyecto.
La historia de la Colección Pizano está estrechamente ligada a la historia de la Escuela. Cuando las obras llegan a Bogotá, aún no tenían dispuesto un lugar fijo para ocupar. Irán por la Escuela de un lugar a otro, y entre los trasteos, el descuido y la ignorancia se verán altamente perjudicadas. Pasarán por el San Bartolomé, el actual Museo Militar, el Claustro de Santa Clara y la Biblioteca Nacional hasta llegar al campus universitario. Durante el éxodo los grabados se impregnan de hongos y humedad y algunos y esos se desportillan o se rompen.
Sí había una historia mítica, e iba tras ella.
Un libro sin circulación
En el año 2009 se publicó un libro que recoge la historia de la Colección Pizano. En él es posible observar las cartas de Roberto Pizano relativas a la propuesta del cargo, su reacción y su contrapropuesta; seguir al pie de la letra el trasegar del conjunto de yesos y grabados; observar en fotos algunas obras que se encuentran ocultas; y leer diversas opiniones, anécdotas y miradas de distintas personas que se han acercado a la Colección por medio de su oficio, entre las cuales se encuentran artistas que sorprendentemente las sacaron del olvido al inscribirlas dentro del campo del arte contemporáneo.
El libro no ha tenido distribución debido a confusiones y malentendidos con respecto a la forma en que debía hacerse: no sabían si venderlo, regalarlo u otra cosa. Así, la mayoría delos ejemplares impresos hacen parte de la oscuridad, guardados en alguna bodega, y solo unos cuantos se encuentran en los estantes de las Biblioteca Central de la Universidad, la misma biblioteca que, en las páginas del libro, significaba la esperanza para la colección.
Algunas curiosidades que no estaban registradas en el libro salieron a la luz en una entrevista realizada a Christian Padilla: durante algún tiempo se hicieron copias de las esculturas que iban a parar a las casas de los narcos, como adornos de una piscina o una lujosa habitación
(C. Padilla, Comunicación personal, 21 de marzo de 2013). Lo sagrado dentro de lo sacrílego, pensé. También me recordó la paradoja contenida en los y esos cuando eran parte de un ámbito académico-artístico: se estudiaba la anatomía humana a través de esculturas que representan dioses, no hombres. La configuración de un cuerpo perfecto pero humano seguía siendo la de un dios. Podíamos acercarnos hacia nosotros a través de figuras mitológicas, y el arte era el medio perfecto para ello.
Aún no sé cuáles piezas tienen más suerte: las expuestas al rutinario movimiento de una biblioteca, al spray de un graffitero, a la respiración humana, a la convivencia con las miradas y sus ausencias, o las escondidas, ocultas quizás en un sótano, compañeras de las arañas y amigas cercanas del polvo. Ninguno de los dos grupos cumple ahora con la función educativa que en un principio movió a Pizano a realizar su propia odisea.
Restauración: desandar un camino
Entre preguntas y respuestas hechas a Flor Ángela Pérez (una de las restauradoras de la Colección Pizano en 1995), me enteré de cómo es el proceso de restauración de documentos antiguos, de la liquidación del Centro Nacional de Restauración hacia 2003-2004 en el gobierno del presidente Uribe (por su carencia de autofinanciación), de la falta de un cargo específico de restaurador que se encargue de la colección y de la interrupción: el tratamiento que había comenzado con miras a reparar el conjunto de obras artísticas estaba incompleto. Queda faltando cerca del 40% del total de los yesos y el 25% de los grabados. (F.A. Pérez, comunicación personal, 19 de abril de 2013).
Flor Ángela acentuó la lógica que exige la restauración: si esta se lleva a cabo es con el fin de cuidar la obra de la mejor manera posible, puesto que el carácter del procedimiento es casi irrepetible. Seguramente el soporte de los grabados no resistiría otra intervención química como la que ella, junto a otros restauradores, había realizado. La despigmentación contra las manchas, por ejemplo, requiere del uso de sustancias muy fuertes, las cuales un papel no soportaría por segunda vez. Entonces, a su trabajo le hacía falta la otra mitad: la conservación. Sin un lugar apropiado para alojar las obras, con la luz adecuada, las condiciones climáticas necesarias y todo lo demás, la ausencia del siguiente paso a la restauración significaba desandar un camino.
La mujer que vivía entre caligrafías lejanas me ubicó en un plano histórico más general del que yo tenía. Para ella, la adquisición de la Colección Pizano había sido tardía, puesto que reproducciones de arte similares habían llegado a México en el siglo XVIII. Las copias que yacen en los edificios de la Universidad Nacional de Colombia pertenecen al grupo de las últimas reproducciones elaboradas en moldes directamente extraídos de las obras originales.
Fue fundamental para ella mencionar el carácter único de la Colección en Colombia, destacada por estar dentro del marco de un proyecto cultural muy ambicioso. Consideradas patrimonio cultural de la Nación, estas piezas de valor infinito, aunque en la actualidad no sean sagradas por su carga religiosa, hacen parte, de alguna manera, de lo que podemos llamar cultura, dentro de aquello que creemos arte.
Reflexiones
Empecé este artículo con curiosidad y lo termino sin satisfacerla; ahora tengo más inquietud y desasosiego. No sé en dónde se encuentran las vírgenes de yeso que vi en el libro, no sé qué va a ser de la escultura graffiteada de rojo en el vestíbulo del León de Greiff y mucho menos sé del futuro de la Colección. La exploración fue divagación y entre digresiones me fui perdiendo.
Me pregunto por las invenciones humanas a las que nos aferramos y en las que creemos firmemente por necesidad, costumbre o de manera inexplicable. Oramos de rodillas ante una imagen o apreciamos un orinal. Aunque el arte y la religión en ocasiones señalen caminos diferentes o se critiquen entre sí, aunque el artista se burle de la religión o la religión discrimine al artista, ambos le exigen al hombre un poco de irracionalidad, un poco de fe.
Hermosas catedrales, mezquitas, templos, danzas sagradas, música, cuadros bellísimos, esculturas, frescos, lienzos y grabados pertenecen tanto al arte como al culto religioso. El afán del hombre por crear o por creer pareciera ser la venganza de un Sísifo incansable contra una roca intangible: el tiempo. Un libro o una pintura son objetos que perdurarán, que le harán la guerra al paso de los soles y las lunas. La Biblia ha derrotado varios siglos, la danza ancestral ‘Kandyan’ de SriLanka aún se canta y se baila, el Poema de Gilgamesh ha resistido. La cultura griega aún tiene mucho por decir, el Cielo, el nirvana o la reencarnación están por fuera de nuestra temporalidad, y algunas esculturas dela Colección Pizano siguen en los pasillos, vestíbulos o salones de la Universidad. El libro todavía espera en la biblioteca…No desistimos, no cedemos del todo ante el implacable olvido.
Referencias bibliográficas
Arcos-Palma, Ricardo y Padilla Chrisitan. (2009). El legado de Pizano, testimonios de una colección errante. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.
Balvín, Catalina C. (2010). Roberto Pizano. Recuperado de http://www.untelevision.unal.edu.co/multimedia/pizano.