Roncoy. Historia de un verdugo


Roncoy Verdugo
Grabado ejecución de John Baptist. 1658. Príncipe Rupert del Rin

Es abiertamente aceptado que de todos los pecados y crímenes concebibles el más deplorable y condenable es el acto de privarle de la vida a otro ser humano, en otras palabras, no hay falta más grave que el homicidio. Sin embargo, hay personajes que a lo largo de la historia han sido designados para realizar este trabajo bajo la protección del fuero legislativo. Es decir, bajo esa legalidad se justifica su acto. No obstante, aquel al que llamamos verdugo sigue siendo mal visto por la sociedad, pues, aunque se considera una labor y, en apariencia, un deber de quien lo practica, no deja de asumirse como un rol obscuro y reprochable. Como sentencia José M. Cordovez: «Apenas hay oficio que despierte en el ánimo sentimientos de horror y repúgnate aversión como el del verdugo […]» (2006, p. 1389). Sin embargo, cabe preguntarse ¿quién es aquella persona que se esconde detrás de la máscara? y ¿qué papel cumple dentro de la sociedad?

Así como se pretende olvidar que existe y ha existido esta práctica, también hemos tratado de borrar de las páginas de la historia a sus protagonistas. En esta ocasión no iremos muy lejos geográficamente, pero viajaremos a través de los años para relatar la historia de un verdugo de nuestro país: Antonio Roncoy. Para conocer un poco más de él y de esta actividad, es necesario ir paso por paso.

La profesión del verdugo

A continuación, responderé primero a la inquietud acerca de cuál es el papel que cumple el verdugo en la sociedad. Sin embargo, es necesario conocer de antemano qué es un verdugo. Acudiendo al significado común, decimos que el verdugo es aquella persona que infringe un castigo físico o pena de muerte a un tercero, un reo, que fue condenado por la justicia civil o eclesiástica. El historiador Iván Espinosa define al verdugo, basándose en un diccionario colonial:

[…] deriva originalmente de “el renuevo o vástago del árbol”. Al parecer, dado que antes se solían propinar castigos con dichos vástagos o varas, al que reprendía de esa manera, y en especial al que lo hacía con cierta sevicia, le empezaron a denominar “verdugo”. Así, el término comenzó a asociarse al castigo, por un lado, y a la crueldad, por otro. (Espinoza, 2007, Párrafo 9)

De ese modo, a lo largo de los años, la figura del verdugo se ha manifestado a través de dos perfiles: primero, el militar, quien ejecuta o lleva a cabo genocidios bajo órdenes de algún mando superior, y segundo, el civil, quien tiene la designación de hacer cumplir las sentencias anunciadas por un tribunal. Aunque la concepción de verdugo que generalmente se plantea versa en un personaje oscuro, deseoso de sangre, irracional y animal, en su mayoría justiciero por convicción, es, sin embargo, una imagen que en algunos casos está alejada de la realidad.

El ajusticiador

La concepción generalizada del verdugo es en parte errónea. Dicha imagen fue proyectada sobre la figura europea o el ajusticiador, como se lo llamaba. Este verdugo se presentaba a la ejecución portando un uniforme, con su atuendo oficial de color rojo o negro, que constaba de una máscara o capucha, un par de guantes y unas botas. En origen, la labor se le confería por herencia. El núcleo familiar, empezando desde los abuelos hasta sus padres, estaba involucrado con la profesión; puesto que, por estigma social, las hijas de los verdugos debían casarse con hombres que ejercieran la misma profesión de sus progenitores y, por ende, los hijos e hijas estaban destinados a ejercer la labor o casarse con alguien que la ejerciera. Así mismo, la actividad era reconocida por el Estado y se le concedía un sueldo fijo o según la cantidad de personas ejecutadas bajo orden.

Roncoy Verdugo
Grabado ejecución de John Baptist. 1658. Príncipe Rupert del Rin

Dependiendo del país y la visión moral del mismo, el verdugo podía considerarse una persona importantísima para la corte y la sociedad, de manera que llegaba a gozar de grandes beneficios y lujos. Esto se dio generalmente en la Inglaterra del siglo XIX. Pero en otras regiones podía llegar a ser cruelmente marginado al punto de encontrarse sometido al aislamiento total de las ciudades, por lo que muchos de ellos vivieron en lugares lejanos. Este tipo de verdugos tenían que anunciar su llegada a la ciudad escribiendo con anticipación y, por medio de campanazos, alertar a los aledaños sobre su entrada. Cotidianamente, este verdugo no podía compartir espacios comunes como bares o restaurantes sin autorización del dueño del establecimiento y si se le negaba la petición tenía que retirarse obligatoriamente.

Aquellos verdugos que no gustaban de su profesión caían en profundas depresiones al punto de recurrir al alcohol o al suicidio. En cambio, algunos innovaban los métodos de ejecución al punto de convertirlos en formas más efectivas, rápidas y sofisticadas para llevar a cabo su trabajo. Este es el caso del verdugo inglés William Marwood (1818-1883) quien fue inicialmente zapatero, y por medio de la horca llevó a cabo ciento setenta y seis ejecuciones. Su método conocido como la «larga caída» consistía en calcular el peso del condenado para aproximar la cantidad de metros de cuerda necesarios para que se rompiera el cuello al caer en lugar de asfixiarse, de esta forma el reo moría inmediatamente y se evitaba su sufrimiento.

La historia evidencia cómo algunos de los verdugos más famosos gozaban con su profesión y se consideraban figuras importantes para el cumplimiento de las leyes, algunos disfrutaban rompiendo records de condenados ajusticiados bajo sus manos. No obstante, la historia también nos cuenta que hubo personajes que por imposición o castigo fueron obligados a llevar a cabo este tipo de profesión, el relato más cercano de este tipo habla sobre un hombre llamado Antonio Roncoy, como lo relata Jose M. Cordovez en su libro El último verdugo de Santafé.

Roncoy, el verdugo de Santafé

Roncoy no fue un personaje desapercibido aun antes de convertirse en el verdugo oficial de las tropas españolas en la Santafé del siglo XIX. Habitante de Santafé, luchó por la independencia y se encargó del resguardo de la producción aguardentera de la época. Cayó preso en varias ocasiones por diferentes delitos. Se le conocía como un hombre caballeroso, defensor del desprotegido y de carácter leal, todo esto pese a reconocerse como un jugador empedernido, débil ante el alcohol y las mujeres. Pero en 1816, en el periodo de la Reconquista Española, a Roncoy se le imputaron cargos por el asesinato de españoles capuchinos realizados durante 1814 cuando era parte de la tropa independista. El castigo dictaminado fue adquirir la labor de verdugo.

En este caso, como probablemente en muchos otros, la condena se impuso debido a la poca cantidad de candidatos que ejercieran esa labor. La sociedad de la época acababa de atravesar por el periodo de conversión religiosa dentro de la que se infundía un temor profundo por el castigo de los pecados en la «otra vida». Ninguna persona estaba dispuesta a infringir los mandamientos divinos, de modo que dentro de ese contexto el verdugo se concebía como una persona despreciable y nadie en sus cinco sentidos se ofrecía a ejercer el cargo. Por ello, los españoles —conscientes del doble temor a la muerte presente en la sociedad— delegaban esta función como castigo a los infractores de las normas sociales.

Dentro de ese Contexto, Roncoy llevó a cabo su primera ejecución en la Plazuela de San Victorino un día viernes a un ladrón que fue ejecutado de forma grotesca. Debido a la inexperiencia del verdugo, el condenado sentenciado a la horca no murió a causa de la asfixia, sino desnucado. Cuando se iba a practicar la ejecución, Roncoy y sus ayudantes tuvieron que colgarse de las piernas del ladrón, lo que ocasionó que la cuerda se rompiera y el condenado muriera de un golpe contra el pavimento. Tanto en esta, su primera ejecución, como en las siguientes, el verdugo ofreció disculpas a los reos antes de ajusticiarlos.

Ese gesto quizá era una indicación del tiempo que duraría tolerando su labor, pues debido al profundo arrepentimiento y culpabilidad que sentía decidió emprender la huida antes de continuar ejerciendo dicho trabajo. Preso del pánico se resguardó inicialmente en Honda, pero tuvo que buscar nuevamente otro sitio para ocultarse pues se ofrecía una jugosa recompensa por su cabeza. Años más tarde, en 1819, se enlistó nuevamente en las filas de las tropas libertadoras, hasta que finalmente en los primeros años de su vejez, Roncoy murió a manos del entonces gobernador de Honda quien lo consideraba una persona en extremo peligrosa.

Consideraciones finales

A modo de conclusión, es pertinente reflexionar sobre la figura del verdugo independientemente de si es dichoso o no en su profesión, bajo la lupa de la actualidad. Durante la última época con el surgimiento de las normas de Derechos Humanos, el reconocimiento de los derechos de los individuos por parte de Estado y en la base de ellas la búsqueda por la dignidad, cuesta bastante optar por una postura firme frente a dentro de qué criterios debemos comprender esta labor.

Así por ejemplo, en países como el nuestro el valor de la vida tiene supremacía por sobre la designación de cualquier castigo, aunque los crímenes cometidos hayan sido atroces. Mientras en países como Estados Unidos, por ejemplo, aún se realiza esta práctica matizando la complejidad de elementos que reúne esa decisión, bajo el uso de métodos menos sanguinarios y que protejan la dignidad del reo. No obstante, pueden distinguirse de fondo dos concepciones debatibles de la visión de sujeto aceptada por el Estado y el alcance de la figura legal frente al reconocimiento de la humanidad en cada individuo.

Por otra parte, restan las reflexiones acerca de la forma como ha de concebirse el acto del verdugo cuando levanta la mano sobre otra persona. ¿Debe reconocerse como un asesino?, ¿logra legitimar el marco de la legalidad el ejercicio de esa actividad?, ¿qué influencia tienen nuestras concepciones espirituales en torno a la muerte y el «más allá» sobre la aceptación o el rechazo de esta labor?, ¿cuál es el fundamento sobre el que formulamos los castigos en nuestra sociedad?

Bibliografía

Compendium magazine (s/f). Los verdugos más sanguinarios de la historia. Recuperado el 25 de mayo de 2014 de: http://compendiummagazine.com/los-verdugo-mas-sanguinarios-de-la-historia.
Cordovez, J. M. (2006). Reminiscencias de Santafé y Bogotá. Bogotá: Fundación editorial Epígrafe.
Espinosa, I. (2007). El último verdugo de Santafé. En Revista Credencial Historia. Edición 214. Bogotá. (Versión digital)
Tras las cortinas cortesanas (2013). Los verdugos. Recuperado el 25 de mayo de 2014 de: http://traslascortinascortesanas.blogspot.com/2013/01/los-verdugos.html.

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Roncoy. Historia de un verdugo
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