Cuando me cansaba de ser vegetariano corría a “Sopa de letras”, en la 66 con 13, donde un argentino con pinta de futbolista, con la espalda ancha, el caminar cascorvo y la mirada atenta como para no perder la jugada, vendía buenos almuerzos para despistar la vida y los viernes por la noche se desahogaba en sesiones de poesía y canciones.
En su cocina hacía sopa de letras, postres de párrafos, jugos rimados; nos iniciaba con un vino blanco o tinto según la estrofa a devorar y al final llegaba con su delantal hasta los tobillos con un cafecito para que la modorra del medio día no tumbara a sus comensales.
En las paredes del restaurante estaban los afiches de Borges y uno de Cesar Vallejo que decía: “Yo nací un día, que Dios estuvo enfermo, grave”; una fotografía de Andrea Echeverri envuelta en la bandera de Colombia al lado de los antiguos dueños del restaurante y un cuadro abstracto de tonos rosados y violetas, firmado por Ortega. A la entrada un mueble de madera abastecido de libros y revistas entre las cuales estaba CONTESTARTE.
Un día como hacen los poetas, sin más, me regalo el último de sus libros: “Más acá de tus versos (Casi los míos)” y escribió a manera de dedicatoria:
Ése día me autorizó para que publicara cualquiera de sus poemas. Gracias Daniel por el almuerzo y por sus poemas. Y así como hacen los poetas, un día vendió a “Sopa de letras” y desapareció de Bogotá. Rumoran que en Buenos Aires hace cocido boyacense con cubios, habas, hibias y chuguas
importadas del país de los Muiscas. Sancochos de palabras y ajiacos sin comas, para que se lo coman de chorizo los argentinos.
El restaurante sigue ahí, ahora tiene otro nombre; en lugar de libros y música un televisor de plasma envenena el espíritu de los comensales con las noticias del medio día.